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Adrian sintió como la coraza tras la que se protegía comenzaba a resquebrajarse. Había conseguido ser inmune a cualquier sentimiento que no fuera el odio y la venganza. Las únicas emociones que le permitirían alcanzar su meta. Alimentaba su lado perverso y cruel, y hacía mucho tiempo que había dejado que sus instintos le controlaran más allá de la fuerza de su cerebro y su corazón.

La gente no significaba absolutamente nada para él, porque la única forma de sobrevivir era no sentir nada por nadie. Sin embargo, eso estaba cambiando y no tenía ni idea de cómo había sucedido, ni en qué momento había bajado la guardia. Pero fuera cual fuera la respuesta a esa pregunta ya era tarde, lo sabía, un destello pulsaba por aflorar su lado bueno. Y T/N tenía mucho que ver en eso.

Aceleró el paso, dejando la casa de huéspedes atrás, y en una fracción de segundo se desmaterializó para aparecer junto al viejo granero. Trató de centrarse en lo que tenía que hacer, pero le era imposible, sobre el pecho aún podía sentir el peso liviano de ella. ¡Dios, si hasta la cena le había sabido bien a pesar de que se moría por otro tipo de alimento, solo porque la había tomado en su compañía!

Entró en el granero, levantó la trampilla y se dejó caer en el agujero. La luz de la luna no llegaba hasta allí, pero él no la necesitaba. Sacó la fotografía que llevaba en el bolsillo trasero de su pantalón y miró la instantánea de los dibujos del antiguo diario. Se agachó sobre la piedra grabada y acarició los relieves desgastados que la decoraban, eran idénticos a los de la imagen.

La levantó con una sola mano sin esfuerzo. Un fuerte olor a rancio surgió del hueco y ladeó la cara, enterrando la nariz en su brazo con una mueca de asco. Cuando pensó que sería capaz de tolerarlo, penetró en la abertura. Vislumbró las antorchas en la pared y estas se encendieron con un leve fogonazo.

Ad: Sádicos —murmuró por lo bajo, mientras observaba los objetos de tortura.

En aquella pequeña habitación se apilaban utensilios y máquinas de tortura, que debían de haber sido usados durante años contra aquellas pobres infelices a las que se las acusaba de brujería. Se obligó a apartar los ojos de aquel potro, que aún conservaba manchas oscuras en sus extremos, y recorrió el entorno con atención. No era de extrañar que aquel lugar estuviera tan oculto, así solían acabar las vergüenzas del pasado, bajo tierra.

Comenzó a rebuscar. Al principio con calma, registrando de forma minuciosa cada rincón. Miró bajo cada fardo, en las grietas tras las que se podían esconder huecos ocultos, pero poco a poco empezó a perder los nervios y acabó destrozando el lugar. Allí no había nada.

Dejó la pesada piedra en su lugar y la disimuló lo mejor que pudo. Hizo lo mismo con la trampilla y abandonó el granero sumido en la mayor tormenta interior que había experimentado nunca. Estaba tan cerca y a la vez tan lejos, y el tiempo se agotaba.

Empezó a dolerle el tatuaje, se frotó el brazo para aliviar la sensación de quemazón e hizo caso omiso a la llamada; tenía otra cosa en mente.

Se materializó en la penumbra de la habitación. Todo estaba en calma, en silencio. Cerró los ojos y disfrutó de la sensación de paz, del olor del aire. Olía a ropa limpia, a libros y a violetas. Se concentró en el sonido de la respiración que surgía de la cama, era suave y susurrante, una nana a sus oídos si pudiera dormir.

Se acercó hasta ella y muy despacio se sentó sobre las sábanas. Observó el rostro de T/N durante un rato y, sin poder contenerse, alargó la mano y acarició un mechón de pelo que reposaba en su mejilla. Lo apartó sobre la almohada y volvió a deslizar los dedos por su cara. Acarició su frente, la línea de su mandíbula y por último el contorno de sus labios. Pensó en besarla, pero se contuvo. Robarle un beso no sería de caballeros, su madre así se lo enseñó.

Mi Destino Eres Tú  (Yoongi y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora