Capítulo 5

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En contra de Slytherin

—Ya sabía que Salazar Slytherin era un viejo chiflado y retorcido —dijo Ron a Harry, Adelya y Hermione, mientras se abrían camino por los abarrotados corredores al término de las clases, para dejar las bolsas en la habitación antes de ir a cenar—. Pero lo que no sabía es que hubiera sido él quien empezó todo este asunto de la limpieza de sangre. No me quedaría en su casa aunque me pagaran. Sinceramente, si el Sombrero Seleccionador hubiera querido mandarme a Slytherin, yo me habría vuelto derecho a casa en el tren.
     Hermione asintió entusiasmada con la cabeza, pero Adelya no dijo nada. Al fin y al cabo, el sombrero seleccionador había dicho que tenía una mente muy ambiciosa y astuta, cualidades características de Slytherin, y nunca le había desagradado la idea de pertenecer a esa casa. Después de todo, los primeros amigos que hizo en Hogwarts pertenecían a Slytherin.
— Sinceramente, ¿qué tiene Slytherin de malo? —dijo Adelya, un poco más alto de lo normal— Sólo porque algunas personas de esa casa tengan ideas parecidas a las de su fundador no quiere decir que todos sean así automáticamente.
Ron y Hermione la miraron azorados, ambos sabían que Adelya mantenía amistad con algunas de las serpientes. Harry por el contrario la miraba aliviado, cosa que Adelya no entendió. Según sabía, a Harry tampoco le caían bien los de Slytherin.
— Creo que tu casa no te define, aunque sí que es cierto que en Slytherin hay gran cantidad de idiotas —acabó Adelya con una risita, intentando cortar la tensión que se había formado. Los tres rieron con ella y siguieron caminando hacia su siguiente clase.
Mientras caminaban empujados por la multitud, pasó Colin Creevey.
—¡Eh, Harry!
—¡Hola, Colin! —dijo Harry.
—Harry, Harry, en mi clase un chaval ha estado diciendo que tú eres...
Pero Colin era demasiado pequeño para luchar contra la marea de gente que lo llevaba hacia el Gran Comedor. Le oyeron chillar:
—¡Hasta luego, Harry! —Y desapareció.
—¿Qué es lo que dice sobre ti un chaval de su clase? —preguntó Hermione.
—Que soy el heredero de Slytherin, supongo —dijo Harry.
—La gente aquí es capaz de creerse cualquier cosa —dijo Ron, con disgusto.
La masa de alumnos se aclaró, y consiguieron subir sin dificultad al siguiente rellano.
—¿Crees que realmente hay una Cámara de los Secretos? —preguntó Ron a Hermione.
—No lo sé —respondió ella, frunciendo el entrecejo—. Dumbledore no fue capaz de curar a la Señora Norris, y eso me hace sospechar que quienquiera que la atacase no debía de ser..., bueno..., humano.
Al doblar la esquina se encontraron en un extremo del mismo corredor en que había tenido lugar la agresión. Se detuvieron y miraron. El lugar estaba tal como lo habían encontrado Harry, Ron y Hermione aquella noche, salvo que ningún gato tieso colgaba de la argolla en que se fijaba la antorcha, claro. Adelya volvió a mirar el mensaje en la pared.

LA CÁMARA DE LOS SECRETOS HA SIDO ABIERTA.
TEMED, ENEMIGOS DEL HEREDERO.

   Cada vez que Adelya lo veía sentía algo extraño.
—Aquí es donde Filch ha estado haciendo guardia —dijo Ron.
     Se miraron unos a otros. El corredor se encontraba desierto.
—No hay nada malo en echar un vistazo —dijo Harry, dejando la bolsa en el suelo
y poniéndose a gatear en busca de alguna pista.
—¡Esto está chamuscado! —dijo—. ¡Aquí... y aquí!
—¡Ven y mira esto! —dijo Hermione—. Es extraño.
     Adelya se acercó a la ventana más próxima a la inscripción de la pared. Hermione señalaba al cristal superior, por donde una veintena de arañas estaban escabulléndose, según parecía tratando de penetrar por una pequeña grieta en el cristal. Un hilo largo y plateado colgaba como una soga, y daba la impresión de que las arañas lo habían utilizado para salir apresuradamente.
—¿Habíais visto alguna vez que las arañas se comportaran así? —preguntó Hermione, perpleja.
—Yo no —dijo Adelya—. ¿Y vosotros? ¿Harry? —el nombrado negó con la cabeza— ¿Y tú, Ron? ¿Ron?
     Los tres miraron hacia su amigo. Ron había retrocedido y parecía estar luchando contra el impulso de salir corriendo.
—¿Qué pasa? —le preguntó Harry.
—No... no me gustan... las arañas —dijo Ron, nervioso.
—No lo sabía —dijo Hermione, mirando sorprendida a Ron—. Has usado arañas
muchas veces en la clase de Pociones...
—Si están muertas no me importa —explicó Ron, quien tenía la precaución de
mirar a cualquier parte menos a la ventana—. No soporto la manera en que se mueven.
     Hermione soltó una risita tonta, contagiando a Adelya.
—No tiene nada de divertido —dijo Ron impetuosamente—. Si queréis saberlo,
cuando yo tenía tres años, Fred convirtió mi... mi osito de peluche en una araña grande y asquerosa porque yo le había roto su escoba de juguete. A ti tampoco te haría gracia si estando con tu osito, le hubieran salido de repente muchas patas y...
     Dejó de hablar, estremecido. Era evidente que Hermione seguía aguantándose la risa.Cambiando de tema, Harry dijo:
—¿Recordáis toda aquella agua en el suelo? ¿De dónde vendría? Alguien ha pasado la fregona.
—Estaba por aquí —dijo Ron, recobrándose y caminando unos pasos más allá de la silla de Filch para indicárselo—, a la altura de esta puerta.
     Asió el pomo metálico de la puerta, pero retiró la mano inmediatamente, como si se hubiera quemado.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry
—No puedo entrar ahí —dijo Ron bruscamente—, es un aseo de chicas.
—Tranquilo Ron, no habrá nadie dentro —dijo Adelya, acercándose—; aquí es donde está Myrtle la Llorona. Vamos, echemos un vistazo.
     Y sin hacer caso del letrero de «No funciona», Adelya abrió la puerta.
     Era el cuarto de baño más triste y deprimente en que alguien podría poner nunca los pies. Debajo de un espejo grande, quebrado y manchado, había una fila de lavabos de piedra en muy mal estado. El suelo estaba mojado y reflejaba la luz triste que daban las llamas de unas pocas velas que se consumían en sus palmatorias. Las puertas de los retretes estaban rayadas y rotas, y una colgaba fuera de los goznes.
     Hermione les pidió silencio con un dedo en los labios y se fue hasta el último retrete. Cuando llegó, dijo:
—Hola, Myrtle, ¿qué tal?
     Myrtle la Llorona estaba sobre la cisterna del retrete, reventándose un grano de la barbilla. Adelya hizo una mueca. Por lo menos no estaba llorando.
—Esto es un aseo de chicas —dijo, mirando con recelo a Harry y Ron—. Y ellos no son chicas.
—No —confirmó Hermione—. Sólo quería enseñarles lo... lo bien que se está aquí —con la mano, indicó vagamente el espejo viejo y sucio, y el suelo húmedo.
—Pregúntale si vio algo —dijo Harry a Hermione, sin pronunciar, para que le
leyera en los labios.
—¿Qué murmuras? —le preguntó Myrtle, mirándole.
—Nada —se apresuró a decir Harry—. Queríamos preguntar...
—¡Me gustaría que la gente dejara de hablar a mis espaldas! —dijo Myrtle, con la
voz ahogada por las lágrimas—. Tengo sentimientos, ¿sabéis?, aunque esté muerta.
—Myrtle, nadie quiere molestarte —dijo Hermione—. Harry sólo...
—¡Nadie quiere molestarme! ¡Ésta sí que es buena! —gimió Myrtle—. ¡Mi vida en
este lugar no fue más que miseria, y ahora la gente viene aquí a amargarme la muerte! —Queríamos preguntarte si habías visto últimamente algo raro —dijo Hermione dándose prisa—. Porque la noche de Halloween agredieron a un gato justo al otro lado
de tu puerta.
—¿Viste a alguien por aquí aquella noche? —le preguntó Harry.
—No me fijé —dijo Myrtle con afectación—. Me dolió tanto lo que dijo Peeves,
que vine aquí e intenté suicidarme. Luego, claro, recordé que estoy..., que estoy...
—Muerta ya —dijo Ron, con la intención de ayudar. Adelya le pegó un codazo, pero fue demasiado tarde.
     Myrtle sollozó trágicamente, se elevó en el aire, se volvió y se sumergió de cabeza en la taza del retrete, salpicándoles, y desapareció de la vista; a juzgar por la procedencia de sus sollozos ahogados, debía de estar en algún lugar del sifón.
     Harry y Ron se quedaron con la boca abierta, pero Hermione y Adelya se encogieron de hombros.
—Tratándose de Myrtle, esto es casi estar alegre. Bueno, vámonos... —dijo Adelya.
     Harry acababa de cerrar la puerta a los sollozos gorjeantes de Myrtle, cuando una
potente voz les hizo dar un respingo a los cuatro.
—¡RON!
     Percy Weasley, con su resplandeciente insignia de prefecto, se había detenido al final de las escaleras, con una expresión de susto en la cara.
—¡Esos son los aseos de las chicas! —gritó—. ¿Qué estás haciendo?
—Sólo echaba un vistazo —dijo Ron, encogiéndose de hombros—. Buscando pistas, ya sabes...
     Adelya dejó de escuchar a su conversación. Había algo en toda esta situación de la Cámara Secreta que la incomodaba. Volvió a mirar el mensaje de la pared. Estaba escrito con sangre. Adelya recordó los restos de sangre con los que despertó al día siguiente de Halloween. Se había podido limpiar las manos, pero las manchas de su pijama seguían intactas. No le gustaba por dónde estaban yendo sus pensamientos, pero por suerte no tuvo que darle más vueltas.
—¡Cinco puntos menos para Gryffindor! —escuchó decir a Percy secamente, llevándose una mano a su insignia de prefecto—. ¡Y espero que esto te enseñe la lección! ¡Se acabó el hacer de detective, o de lo contrario escribiré a mamá!
Y se marchó con el paso firme y la nuca tan colorada como las orejas de Ron.

Adelya y la Cámara de los Secretos - Harry PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora