PERDONA MI GRAN ERROR CAPÍTULO 5

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Terry recordó que Annie estaría en la reunión como despedida de la última función, que estaba programada antes de viajar de regreso a Nueva York, y tal vez allí podría estar Candice, así que la esperaría allí. Pero después de la función espero, y espero más de una hora, pero Annie no llego, y mucho menos Candice .

—Pensé que Annie tenía que asistir esta noche —le preguntó a Robert Hatteway, y éste lo miró ceñudo.

—Yo también pensé que vendría, al menos para despedirse formalmente —Terry lo miró interrogante—. Annie no tenía contrato con nosotros, así que podía marcharse en cuanto quisiese —se explicó—. Como vez prefirió irse.

— ¿No tenía un contrato?

—Pues, no le pediste uno. Le insistí, le ofrecí mucho dinero, pero parece que tenía prisa, o quién sabe—. Terry tragó saliva y se pasó la mano por el rostro. Ahora, tampoco podría hablar con ella para que le explicara qué había sucedido—. ¿Pasa algo, Terry?

—Terry negó. No podía decirle nada acerca de Candice, no podía contarle nada a nadie, y salió del teatro sin agregar nada más. Sintiendo que iba quedando con menos energías. Estaba acostumbrado a que le rechazaran. Pero esta vez dolía en el corazón, por que había puesto sus sentimientos. Y habían sido menospreciados. Estaba seguro de que le había dejado claro a Candice que le gustaba, que quería una relación con ella. ¿Y ahora qué iba a hacer? La había tratado por una corta, corta semana, pero ya la echaba de menos. Pero ella había desaparecido del mismo modo en que había llegado, de repente, sin aviso, y vaya que sí le había sacudido la existencia. Sólo una semana había sido, sólo unos cuantos besos, unas cuantas miradas y palabras… ¡Maldita sea! Rechazado otra vez. Ya fuera aspiró el aire contaminado de la ciudad, Pero en lugar de tranquilizar sus emociones, lo único que sucedió fue que terminó llenándose de ira. Subió al auto donde su chofer lo estaba esperando. Una vez dentro, siguió y siguió pensando en Candice, cuando su teléfono timbró. Emocionado creyó que era Candice lo miró, Al ver el número quiso tirarlo lejos. Odiaba recibir llamadas que seguramente eran de Richard GrandChester a través de su abogado o que es lo mismo si secretario, por que él importante señor, ni siquiera se podía permitir hacerlas él mismo.

—Diga, —saludó con indiferencia.

—Mi Lord —contestó, el hombre de confianza de Richard, odiaba ese título —. Es importante que se presente en la mansión tan pronto como pueda.

—Estoy ocupado —contestó Terry con voz aburrida.

—Se trata del Duque, mi señor—. Terry frunció el ceño, odiaba la gente de la aristocracia inglesa, protocolos, tratamientos especiales, títulos y etiquetas. Richard era nada menos que el Duque de GrandChester y él, según Richard era el descendiente de un; ¡un Duque de verdad! Él ni siquiera le importaba ser eso, pero estaba en tercero en la línea para el título, por que su otro hijo, el que Terry no había conocido, había fallecido de una enfermedad, y Richard lo había elegido a él. Lo cual era estúpido.

— ¿Se murió? —le preguntó Terry al secretario de Richard con tono aburrido.

— ¡Claro que no, señor! —contestó el hombre como si Terry hubiese soltado una blasfemia del peor calibre—, pero usted tiene una entrevista con su padre en el Parlamento programada, y como comprenderá, no podemos exponernos a que no encuentre vuelos para entonces.

— ¿Para que es la entrevista ?

—No conozco las razones, señor. Yo sólo le transmito la información. ¿Tengo su palabra de que tomará el primer vuelo que encuentre? —Terry maldijo una vez más al Duque. Hubiese deseado poder negarse, pero sabía que no podía.

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