PERDONA MI GRAN ERROR. CAPÍTULO 9.

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En persona sus ojos eran hechizantes; pensó Candy, todo él lo era. Ya no eres una tonta, se reprendió. Carraspeó un poco y puso su sonrisa más deslumbrante.

—Me alegra verte en persona —dijo Terry al fin, y Candy que pensó que estaba lista para enfrentarse a él, se quedó sin palabras, tenía la garganta seca, pero al cabo de unos largos segundos tragó saliva, y asintió con una sonrisa que a Terry se le antojó simplemente profesional. Casi forzada. Pero, lejos de desanimarlo, esto lo que hizo fue cautivarlo, despertar su curiosidad. No estaba completamente seguro si era su Candice.

—Gracias. No esperaba que vinieran por mi.

—Bueno, tenía un poco de tiempo libre y quise tener esta atención contigo.

—Qué detalle tan caballeroso, pero no era necesario—. Él le sonrió y guiándole a introducirse en su auto. Terry le ofreció dando su mano para ayudarle, pero ella lo rechazó diciéndole que no era necesario. ¿Sería una de esas mujeres en exceso independientes y que odiaban que se les ayudara? se preguntó. Él era un caballero, de todos modos, así que insistió y tomó la mano de ella.

—¿No nos hemos visto antes?—preguntó él cuando estuvieron en el interior del auto. Terry conducía y ella le hacía compañía sentada muy recta  en el asiento pasajero,  muy cerca a él.

Candy Había pensado que por ninguna razón él la asociaría con aquella adolescente disminuida de coletas que había conocido hacia casi dos años. Había ocultado sus pecas, incluso se puso un poco más de maquillaje, pero al parecer, Terry la había observado más de lo que había imaginado. Tendría que andarse con cuidado, pensó. No podía delatarse a sí misma. Candy lo miró negando con un movimiento de cabeza.

—Me recuerdas mucho a alguien —dijo Terry muy, muy serio y Candy alzó sus cejas interrogante, pero él sólo miró por la ventanilla.

Una vez en la ABC, El auto se detuvo justo frente a la entrada de la compañía  Candy se bajó del auto y sonrió aspirando el aire Neoyorquino, Candy tenía gran optimismo sobre su entrevista de ese día, porque estaba segura de que esta experiencia le abriría puertas inimaginables en su campo profesional. Estaba decidida a demostrar que no solo podía ser organizada y ágil como asistente personal de Archie, no es que le gustara particularmente la idea de trabajar en algo a nivel administrativo, sino que también quería dejar entrever que conocía cómo funcionaba el concepto de una compañía publicitaria a gran y pequeña escala. Ella era la mejor para el puesto. A su edad ya contaba con experiencia profesional, entre pasantías laborales mientras estudiaba la universidad. Tenía la impresión de que el trabajo que le ofrecían sería en lo relacionado con su carrera, e inevitablemente organizó todo lo que haría. Nada más lejos de la realidad.

Mientras caminaba con Terry por los pasillos notó que varios ejecutivos estaban reunidos discutiendo algo, y otro grupo estaba concentrado en sus ordenadores.

El espacio estaba diseñado para propiciar un ambiente distendido, en especial para el grupo de empleados que manejaban los aspectos creativos. Se veía dinámico, moderno, y cómodo. Había una zona de videojuegos, Candy imaginaba que manejaban un concepto similar al de las empresas de Google.

En una de sus inspecciones giró el rostro y se topo con los ojos azules de Terry. Candy sentía curiosidad por lo que Terry tubo que pasar para dejar el teatro, sabía que era un fanático de la privacidad pero jamás nunca negaba una sonrisa a los periodistas,   sabía muy poco de su vida personal, había visto fotografías de Terry en internet y las que constaban en la página web teatral ninguna de esas tomas tenía un detalle personal,  pero revelaban una sonrisa cautivadora que también conocía, como sus rasgos faciales varoniles con labios sensuales. Sin embargo ahora lo sintió envuelto en un aura de poder y confianza que atraía la mirada de Candy una y otra vez, pero que demonios, ella no estaba en esa Ronda de entrevistas para conseguir una cita y menos con él. Acaso no había tenido la peor experiencia. ¿La vida no le había enseñado?.  Le hicieron firmar a Candy una cláusula de confidencialidad, ese era un requisito no negociable para cualquier cargo al que se aplicará en esto y obtuviera o no al trabajo. Aquella cláusula caducaba después de cien años, nada de lo que bien Escuchase el candidato durante su permanencia en el edificio podía divulgarse, tampoco sobre el proceso de selección. Ella pensó que cien años en la clausula era una exageración. Ella no tenía ningún problema en cerrar la boca.

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