1. La paradoja del perdón

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Existían palabras, cientos de ellas, que se les atribuyen a ellos desde hace décadas, en consecuencia de un pasado, del que su gente comenzaba a hacer responsable, y no buscaba negar; mucho menos olvidar, (era lo menos que podían hacer: eso era tanto lo que ellos, como los humanos en sus tierras, pensaban).

A veces, durante los años posteriores a la innombrable guerra que siguió a la que creían que acabaría con todas, escuchó incontables veces (especialmente cuando hacían presencia frente a otras naciones), la palabra crimen, pecado: monstruos.

Y no podía negarlo, porque el mismo se horrorizaba encontrándose con las memorias de cada uno de los actos, más imperdonable uno que el otro conforme iba recordando, que tuvo que maquinar. Era doloroso, pero era el castigo que tenían que soportar hasta que los perdonaran (hasta que pudieran decir que ellos no quisieron nada eso, nunca...).

No era fácil saber lo que los demás hablaban sobre ti, y aún menos sobre tu gente; hijos, nietos, todos inocentes, pero vistos tan culpables como los padres. ¿Cómo podía redimirse? Era una pregunta que se hacía con frecuencia. La respuestas, llegaría en los ochenta, de mano del gesto espontáneo de su canciller y el presidente francés olvidaron toda hostilidad con aquella acción tan pequeña, pero con un simbolismo enorme de hermandad (de olvido).

¿Ellos podían pedir disculpas?

¿Ser perdonados?

Décadas después, es que Alemania tomó su coraje para hacer algo por sí mismo, un acto de arrepentimiento que venía de sus más honestos arrepentimientos. El momento que eligió: un homenaje a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial en Varsovia, corazón de Polonia, y escenario testigo de sus peores errores.

Era difícil convivir con Polonia, al menos de su parte, pues Feliks parecía no mirar un momento al pasado, o dejar que este le afectará. Sus relaciones económicas y diplomáticas mostraban una buena relación ante el mundo, algo en realidad superficial si se ahondaba en la dinámica de ambas naciones; ¿Cómo eran ellos en realidad? Su relación era cortés, pero distante.

Alemania creía que era lo mejor, no pensaba que Feliks quisiera algo diferente (y temía que este, a pesar del tiempo, aunque lo vería como justificado, le tratara con desprecio). Una parte de él, apuntaba a que esa actitud de parte de la nación polca sería, más bien, poco lógica.

A pesar de que su reino se vio separado, dividido, y como nación pasó por un destino similar antes siquiera de que él existiera. Polonia era peculiar, en apariencia despreocupado, pero digno en forma increíble al hablar de su historia, o defender su postura.

Aún si su gesto no cambiará nada, por más que eso poco modificara el turno de eventos, era lo menos que le debía a Polonia. Sus jefes aceptaron con buen ánimo su iniciativa, y esta quedaría en la memoria de todos.

De mano de su presidente alemán Frank-Walter Steinmeier, presentaron sus disculpas y arrepentimientos mundialmente, combinando polaco en sus palabras: «No olvidaremos jamás los crímenes alemanes y asumimos la responsabilidad por ellos. Bajo la cabeza ante las víctimas de la tiranía alemana...»

«...Y pido perdón.»

El presidente polaco agradeció profusamente el gesto. Y Ludwig no pudo más que sentir lo mismo que accedieron a su deseo, como el hecho de haber sido dicho en la lengua de Feliks, quien los miro el resto de la ceremonia con una expresión de genuina sorpresa.

Pensó que sería bueno aprender a hablar Polaco, tal vez podría pedirle consejo a Gilbert, quien siempre había sido bastante fluido en ese idioma, incluso antes de las guerras.

—Oye, West —Tocó su hombro Gilbert con un par de golpes afectuosos—. Escuche que fue tu iniciativa lo de...

—¿Pedir la disculpa pública? —Completó, sonrojándose un poco—. Sí...es correcto, yo lo sugerí. Pensé que la fecha, por lo que simboliza, era un buen momento.

La paradoja de lo eterno e interminable | Hetalia [Pruspol]Where stories live. Discover now