2. La paradoja de lo perdido, y de lo naciente

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Alemania recordaba, mucho mejor que otros su pasado, su «niñez» por decirlo en alguna forma más coloquial, sus antecedentes eran de una época reciente. A pesar de ser una nación joven, se había convertido en el pilar del curso, y dinámicas, de todos los que vivían a su alrededor. Eso le hacía pensar en las razones, por las que perdonaron su insidioso pasado, (aquel que no hacía más que perseguirlo cuando más vulnerable se sentía).

En esos momentos, en que pensaba como habían lidiado las naciones más antiguas con todo el dolor que sus vivencias tan extensas traían casi de forma natural, también le llevaba a preguntarse cómo eran esos otros inmortales como personas, (como humanos), y la forma en que dejaban el resentimiento, el odio, atrás.

No era difícil observar a su vecino eslavo con frecuencia, al final, fue uno de los que más daño y crueldad de su parte recibió; y el que mejor le recibió en tiempos presentes, cuando sus jefes volvieron a restablecer sus relaciones. Polonia, era una nación que en apariencia podría verse como alguien simple, y despreocupado. Ludwig lo pensó en algún punto así, y se sentía culpable de esas ideas preconcebidas, guiadas por los rumores de Feliks a su alrededor. Sin embargo, al observar, con el tiempo, se descubrió sorprendido de que el polaco, poco mostraba aspereza con nadie; ni siquiera una atisbo de resentimiento con aquellos que lo redujeron a cenizas, que estuvieron a punto de desaparecer su existencia de Europa.

Polonia bien, y de forma justificada, pudo mostrar aversión a su sola presencia, a la de su hermano, incluso a la de Austria. No obstante, el país polaco poco más que saludar con una sonrisa, o algún comentario bromista, les daba. Era amable con ellos, profesional, mostrando su inteligencia en forma asertiva.

El primer momento en que volvió a topar con Feliks, tras el tratado del Elíseo con Francia, no iba a negar lo mucho que esperó insultos, reclamos, incluso amenazas por toda la miseria de la que fue autor; aunque, nunca hubiera querido mancharse las manos.

Alemania se vio enfrascado en documentos y libros de historia polaca, confundido por la sonrisa cordial y el saludo casi amistoso que Polonia le dio en su primera reunión tras la tragedia acontecida, años después de su recuperación.

Polonia era un país que había sido reducido de sus territorios cuando fue un reino; mancillado después al ser roto en tres partes, vuelto al mapa y la historia sin miedo alguno, sin vulnerabilidad visible. Sin dejar de mencionar, que fue la nación que vivió fragmentada en la Segunda Guerra, volviendo cual ave fénix en los mitos.

Muchos de los grandes imperios que murieron, como Roma a quien admiraba desde su nacimiento, desaparecieron para quedar en el recuerdo como meros registros a ser heredados en las generaciones humanas venideras.

¿Qué fue lo que hizo más fuerte a Feliks? Un país, que algunos historiadores llamaban con un humor bastante amargo, «la nación que despareció cien años».

—Seguro te incomodo un montón Feliks con ese abrazo, nunca sabes que esperar de él, ¿no, West? —dijo Prusia unas horas después, cuando habían vuelto a casa, y dispusieron comer algo ligero tras el día tan largo.

Alemania asintió ausente, viendo largamente el sándwich en sus manos, lo mordió una vez con lentitud, y volvió a observar en bocadillo con una concentración nada lógica en ese momento.

—¿Lud? —llamó Gilbert, agitando su mano frente al rostro de su hermano, teniendo que estirarse sobre la mesa para alcanzar lo suficiente.

—¿Decías algo sobre Polen? —farfulló, mirando sin animo su cena rápida, y decidiendo darle otro mordisco.

—¿Estas bien, Lud? Te ves pensativo —cuestionó Gilbert preocupado—. Solo decía que tal vez te incomodo el gesto de Polen, como no eres mucho de abrazos y esas cosas —agregó el prusiano riendo un poco al ver el gesto irritado de su hermano.

La paradoja de lo eterno e interminable | Hetalia [Pruspol]Where stories live. Discover now