7. La paradoja de los ciclos

40 5 13
                                    

¿Qué estaba haciendo ahí, de nuevo? Era una excelente pregunta en ese momento, y un cuestionamiento que se estaba afanando en ignorar lo más deliberadamente, y es que la respuesta era sencilla, y por tanto algo que no quería reconocer.

Respiró profundo, dándose cuenta que era de esas pocas veces en que se sentía genuinamente nervioso; aunque desde que él volvió a su vida en otras luces que no fueran guerra o acuerdos políticos, la ansiedad parecía irse inmiscuyendo con otros sentimientos. Pero, ¿Qué estaba haciendo ahí, que buscaba...? Se preguntó Prusia apretando un poco sus puños, y tocando el timbre. Aquello, si hubiera decidido entender sus acciones, lo habría comprendido como una respuesta a la inquietud —incluso, un sentimiento de provocación—, que provenía de toda interacción amistosa, toda mirada cercana, y cada salida de su hermano con el polaco.

Alemania parecía más asiduo a desvivirse por impresionar a Polonia; y su hermano menor, que siempre hacía las cosas con un propósito pensado, no parecía tener una meta concreta esa vez, y eso le enerva naturalmente.

Agradeció los minutos que tardó Polonia en abrir la puerta, pudo armar de nueva cuenta su usual compostura.

Así pasó otro día con Feliks, que lo recibió con una naturalidad que parecía preceder, en viejos tiempos; casi se sintió como rescatar un poco del pasado; pero... ¿Qué estaba buscando realmente él?

.

.

.

.

Polonia, a pesar de su apariencia casi adolescente, era una nación vieja; una que había pasado por la mayoría de las pruebas y vejaciones que alguien de su tipo podía pasar. Y creía tener una buena idea del tipo de persona que eran las otras naciones, sin embargo, aquella era una clara asunción apresurada y presuntuosa. Nadie era lo que aparentaba, eso debía dejar de olvidarlo.

Alemania sin duda, lo había sorprendido desde su disculpa; y continuaba desafiando sus preceptos conforme iban conviviendo. Sin embargo, no podía decir que no quisiera interpretar que había en esa amabilidad, dulzura, que el germano se empecinaba en mostrarle. ¿Sería una forma de romper esa imagen de monstruo? ¿Una persecución de su amistad para olvidar un poco de soledad y prejuicios?

Polonia descubrió que no estaba tan angustiado por responder esas preguntas; todo estaba fluyendo en una forma que lo hacía feliz, incluso Prusia había decidido dejar la hiel del pasado.

.

.

.

.

.

Polonia rio enarcando una ceja, y Prusia hizo un mohín en respuesta. Aquella visita había derivado en un flujo de recuerdos en el pasado, aunque poco o nada quedaba del dolor de esos tiempos; y las memorias desfilaban en una plática amena.

—Pero claro que no —dijo Polonia cruzado de brazos y sonriendo confiado—. Jamás como que le tendría miedo a Rusia, lo conozco desde que era un mocoso. Estás alucinando.

—Mi increíble persona seguro te ayudó a olvidar que estabas nervioso en ese tiempo. Fui tu mejor compañero de habitación —refutó el germano, sabiendo que Polonia era quien tenía razón: a muchos todavía les aterra la presencia de Rusia, pero jamás el polaco se vio afectado por termor alguno hacia aquel país.

Sus recuerdos del Kremlin, aunque muchas veces crueles, llenos de hambre y sombra, tenían un deje cálido de esos años que compartieron una misma habitación; cuando hubieron pasado sus diferencias, rencor por un lado, y arrepentimiento por el otro, la soledad les dejaría en favor de un lazo que se tejió en conversaciones entramadas en noches frías.

La paradoja de lo eterno e interminable | Hetalia [Pruspol]Where stories live. Discover now