Sentía como si una aguja estuviera atravesando su cabeza desde el lóbulo frontal hasta el temporal, distorsionándole todos los sentidos, generando en su cerebro un pitido desgarrador insoportable. ¿Qué coño es eso?, pensó, y su voz se extendió en su cabeza con un eco estremecedor que chocaba contra el pitido y volvía a resonar en el vacío de su mente. Pronto tuvo que cerrar los ojos para intentar concentrar todas sus fuerzas en intentar silenciar el ruido, pero estaba a punto de explotar. Los ojos inyectados en vena, desorbitados, contemplaban como a su alrededor las paredes se retorcían en escorzos irreales que conformaban caídas de toneladas de cemento y de hormigón. El ruido no desaparecía jamás, el pitido era extenso y profundo y se había pegado a sus tímpanos causándole una conmoción grotesca.
"Guinian...Guinian..."oía dentro de él "¿Dónde coño estás? ¿Dónde te has metido? El helicóptero no se eleva, Guinian, estamos perdiendo altura, y no tenemos control sobre el aparato porque una interferencia con mucha frecuencia ha dañado el sistema...hemos perdido el control, intenta reducir el consumo eléctrico de la base, Guinian...repito, intenta...."En la letanía de la estancia, oía la voz de Soo gritándole, llamándole desesperadamente, y de fondo oía la danza estrepitosa de las aspas, aleteos confusos por la corriente de aire que lo empujaba hacía el vacío. Pero de todos los ruidos que oía en su cabeza, de todas las voces, la que más temor le producía era aquella que parecía un simple murmullo "Este es el final...todas las salidas están cortadas, todos los problemas están resueltos, este es el final...pero a la vez es el principio"
La intensidad del pitido aumentó, y le hizo perder el equilibrio, comenzó a gritar para intentar ocultarlo; luego mientras emitía aullidos mezcla de pánico, de dolor, y de confusión, golpeó la mesa de una patada. Se sintió aliviado y repitió el movimiento una y otra vez, dando patadas, lanzando folios al aire, rompiendo el cuero que vestía las sillas. Pero nada ensordecía aquel maldito pitido que se mantenía constante y afilado clavado en su cerebro y extendiendo su efecto a los nervios. Guinian temblaba, su cuerpo se había convertido en una masa de carne inútil que temblaba y golpeaba de forma descontrolada todo lo que estaba a su alrededor. Las paredes se mantenían en pie, a pesar de sus posiciones completamente irracionales. Las mesas estaban retorcidas, el suelo se había hundido hacia el centro formando un triangulo dimensional que se introducía hacia el suelo proyectándose indefinidamente hasta un punto oscuro probablemente eterno. Los cuadros de las paredes se mantenían suspensivamente en el aire, girando en círculo como inmersos en torbellinos cromáticos. Los bolígrafos se hicieron navajas y cayeron en una tormenta superficialmente fugaz sobre las baldosas, clavándose en ellas hasta formar un campo de espejos. Había fantasmas, al menos eso percibía Guinian, sombras que danzaban a su alrededor y que lo imitaban; tenían expresiones compungidas, rostros de tristeza, y había cientos de ellas que se colocaban por todas partes, y Guinian lo sabía porque veía el reflejo de todas ellas en las hojas deslumbrantes de las navajas. Soñó que todas se clavarían en su pecho, tenía esa impresión, esa corazonada, imaginaba constantemente los cuchillos volando en el aire como puñales de hielo y clavándose en sus ojos y en su tórax sin piedad; cuando el pitido alcanzó su máximo esplendor las compuertas de seguridad simplemente se fundieron y Guinian cayó de rodillas inconsciente mientras sus tímpanos reventados escupían sangre a borbotones.
Su tórax ya estaba completamente recompuesto. Los insectos que lo conformaban ahora tienen caparazones gruesos y el revestimiento viscoso que ocasionan al copular entre ellos se endurece cuando pasan unos segundos a una temperatura establemente templada. Por eso Sara, obviamente, ya no era Sara; el parásito caminaba aún de forma visiblemente torpe, pero eso no evitaba que su apariencia humana le hiciera pasar por un enfermo común, que probablemente en un accidente o por una embolia había perdido parte del control de esa zona muscular. Pero lo que aparentemente era tan común, interiormente implicaba una amenaza incontrolable. La cría del parásito fue la primera en atravesar las compuertas; sus piernas todavía no gozaban de una fuerza necesaria para soportar el peso del tronco, por eso avanzaba arrastrándose cumpliendo una doble intención, avanzar en el terreno, y explorarlo para adaptarse. Detrás de ella la madre la observaba con curiosidad estudiando sus movimientos y las consecuencias del nuevo hábitat; así, contempló como se acercaba a un humano, y después la miraba a ella esperando una especie de autorización intrínseca en algún gesto o en alguna mueca particular. Pero justo cuando la cría se disponía a analizar táctilmente a Guinian, éste despertó aletargado.
Vió su pecho prominente y su rostro deforme, porque aún los músculos faciales no se habían adherido correctamente al cráneo, y las pequeñas dudas que tenía se le disiparon cuando olió el hedor que despedía el aliento de aquella cosa. Miró durante unos segundos al "chico" y una frase fugaz cruzó su mente condenándole conscientemente a la desesperación "Has respirado su aliento, probablemente te ha estado tocando...ahora, tu también estás infestado".
*¿Por qué tu estás aquí, si los demás se han ido?
Otra vez volvía aquella voz, y con ella, aquel pitido que se extendía en el espacio, invisible pero afilado como el más mortífero de los cuchillos, aunque esta vez era soportable porque su volumen había disminuido.
-¿Estás hablando tú?- preguntó Guinian a la cría. Ésta respondió con unas inclinaciones de cabeza, que mas que una respuesta a la pregunta parecían movimientos que respondían a necesidades instintivas de exploración.
Fue entonces cuando el volumen del pitido aumentó hasta convertirse en un castigo insoportable. "¿Quién coño te crees que eres, humano?".
-Te diré todo lo que quieras saber pero apaga ese sonido, haz que desaparezca por favor...por favor...-gritó entre lágrimas Guinian. Se había dejado caer de rodillas porque no tenía fuerza para sostenerse sobre las piernas. Sus ojos estaban a punto de reventar y el dolor que sentía sumado al que ocasionaban los tímpanos reventados era atroz.
*Ven aquí...cacho de mierda...
Guinian comenzó a arrastrarse por el pasillo, intentando hacer fuerza con los codos para mantener aislados los oídos del sonido, más tarde se daría cuenta que eso era imposible porque ese pitido salía desde dentro de él. Cuando vio al parásito se quedó petrificado, no esperaba que después de parir a su cría, y teniendo aquellas capacidades pudiera parecer humano. Pero aquella sensación fue una mezcla de sorpresa y a la vez de miedo, porque sabía que las posibilidades de la humanidad se iban reduciendo a medida que aquel ser iba adaptándose al terreno.
De repente el tiempo se detuvo, incapaz de moverse, Guinian se quedó paralizado ante la criatura con la que siempre había soñado. Un reto absoluto para la ciencia, un arma letal destructiva, que encarnaba el mítico Apocalipsis. Y él estaba allí...con esos pelos.
La criatura cabizbaja, arrastrando los pies se acercó hasta Guinian y contempló su rostro completamente suspendido en el tiempo; y por primera vez, aquella boca dominada ya por un espíritu ajeno, se encorvó para simular una sonrisa. Se encaminó hacia el humano como una chica ebria y se arrodilló ante él. Y el científico pese a encontrarse paralizado por completo, sintió como su mente se convertía en un enorme lago donde millones de sonidos entrechocaban entre sí produciendo expresiones, palabras, frases, historias, recuerdos...claves. Y cuando el aprendizaje del parásito empezaba a hacerse efectivo, un ruido atronador interrumpió el proceso y Guinian salió de su ensimismamiento telepático y cayó al suelo adormecido; la caballería había regresado con órdenes claras del presidente O'Neal: "Destruyan toda la zona, quiero el perímetro asegurado en menos de una hora"
Guinia levantó la mirada lo justo para observar como aquella criatura se encorvaba sobre sí misma y...
La piel de la cría comenzó a arrugarse en múltiples pliegues con una rapidez absoluta, y luego comenzó a descomponerse en millones de pequeños insectos que comenzaron a pulular alrededor formando una especie de cúpula moteada que simulaba un halo enorme que protegía a la madre, mientras esta permanecía agachada, encorvada, y el pitido se hizo más acusado.
"Tango1...¿Me reciben?" Sonaba por el comunicador de uno de los Apaches, pero era demasiado tarde, una interferencia inexplicable impedía una comunicación fluida entre los pilotos, y a pesar de los veinte años que llevaba, Bryan Maker comandando aquel escuadrón de helicópteros de ataque, jamás había visto nada igual. En el radar no aparecía ni su escuadrón ni los emplazamientos estratégicos que seguían aquellos edificios construidos por el gobierno para la investigación del virus. "¡¡Tango 1...¿Me reciben?!!" Pero era demasiado tarde, un estrepitoso sonido provocado quizás por aquella jodida interferencia en la comunicación había ocasionado que muchos de los pilotos se liberasen de sus cascos y que perdieran la comunicación con el comandante.
Guinian miró hacia ambos lados de la sala pensando si era productivo escapar, después de la decisión que había tomado, o si era mejor intentar acabar con aquella criatura; y la explosión de un misil contra el techo le respondió. Las paredes temblaron y el impacto del misil derribó parte del tejado que cayó estrepitosamente rompiéndose en mil pedazos. El fuego se hizo inminente y pronto comenzaron a incendiarse los múltiples informes, y el mobiliario que había en la habitación. La metralla saltó por todas partes, y un minúsculo trozo de una de las astillas de la pata de una silla colisionó con el cristalino del ojo derecho de Guinian, provocando una herida de la cual enseguida comenzó a brotar un finísimo hilo de sangre que no paraba de brotar. El científico cayó al suelo visiblemente despistado y se apoyó contra la pared en un rincón, incapaz de moverse. Oía como todo se desmoronaba a su alrededor pero no sentía el valor suficiente para abrir los ojos por temor a encontrarse con una ceguera clara, o con chorros de sangre impregnándole la visión. Cuando sintió el párpado inflamado por la acumulación de algo, que intuyó sería sangre, abrió el ojo y vió algo que le hizo perder el conocimiento, los cimientos de la sala caían sobre la criatura y rebotaban al colisionar sobre el halo de insectos que la protegían. Y él temblaba, abrazaba sus rodillas sentado en el suelo mirándolo todo sin ver nada, sólo una enorme capa oscura de tono rojizo envolvía su ojo herido. Y la cabeza iba a explotarle; pudo escuchar desde su posición el atronador sonido de la formación de apaches, y pensó que aquellas explosiones acabarían con él o lo mutilaría, pero ya nada importaba. Había puesto su vida al servicio de la humanidad, de una forma nada inteligente, él, que siempre buscaba la eficiencia en su trabajo.
Fue entonces cuando pudo observar como una de las paredes de la sala salía, literalmente volando por los aires, después de ser arrancada inexplicablemente del resto de las paredes a las que estaba unida, y golpeaba con una fuerza arrebatadora uno de los helicópteros que cayó inmediatamente abatido sobre el suelo. Las aspas continuaban girando de forma amenazante arrasando todo lo que encontraban a su paso. Un remolino de arena rodeó de pronto todas las instalaciones, Maker completamente desesperanzado era incapaz de vislumbrar claro el suelo sobre el que volaban. Las comunicaciones se habían roto, y los pilotos que supuestamente volaban bajo su mando lo hacían ahora a libre albedrío y a ciegas. Lo que inevitablemente tenía que pasar, pasó, dos de los apaches colisionaron entre sí con tanta fueza que explotaron en el momento despidiendo unas intensas llamaradas que provocaron una lluvia de piedras y de acero. "Había que destruir la base, pensó Maker, el objetivo era joder todas aquellas instalaciones". Pero entonces aquel pitido que antes sonaba a través de los cascos, aumentó su intensidad, y de repente los helicópteros dejaron de seguir las órdenes de sus pilotos. Los tres que quedaban del escuadrón aterrizaron en tierra de forma involuntaria impulsados según pensó Maker por algún sistema extraño y autónomo de aterrizaje inmediato ante un cielo hostil y peligroso. Pero el responsable de aquellos aterrizajes no había sido ningún sistema inventado por el gobierno, sino la criatura que ahora, tenía a su merced lo que quería.