Capítulo 14

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   Adeline dibujó pequeños círculos en la espalda de Darly con la palma de su mano derecha, esperando a que su amiga terminase de vomitar.

-Lo siento... - Murmuró la castaña, incorporándose nuevamente y retomando el paso en dirección a su casa.

   La muchacha de cabello blanco se puso de pie con cansancio, tomó un cigarrillo de su bolso y, mientras lo encendía, se puso en marcha junto a su amiga. Ya faltaba muy poco para llegar a la pequeña morada familiar de la castaña.

-Adeline, ¿Puedo hacerte una pregunta? - Soltó de repente la muchacha mientras caminaba arrastrando los pies por el asfalto del costado de la calle.

-Bien. - Contestó con sequedad.

-¿Colt te gusta?

   Adeline volteó para observarla con estupefacción por algunos instantes y luego volvió la vista al camino.

   Se prometió a sí misma no volver a dejarla emborracharse.

-No. - Contestó finalmente luego de pensarlo por algunos segundos.

-Entonces, ¿Por qué te acuestas con él? - Insistió la castaña, volteando hacia ella para observarla a los ojos y deteniéndose, quedando de pie a la mitad de la vereda. Adeline paró de caminar también y se halló parada frente a su amiga, con el aburrimiento y cansancio usual grabados en el rostro.

-No lo sé, Darlene. Las cosas son así. - Contestó, tratando de evitar las preguntas incómodas que Darly le estaba soltando por culpa del efecto del alcohol.

-No, oye. - Dijo, esta vez con más convicción, la castaña. - ¿Por qué te acuestas con Colt si no te gusta? ¿Por qué demonios lo haces, Adeline?

-Darly, no... - Habló, tratando de evadir el tema de conversación.

-Basta. - La interrumpió la castaña con el ceño fruncido, tomándola fuertemente del brazo. Aquél comportamiento era extremadamente inusual en ella, pensó la muchacha. - Deja de evadir el tema. Quiero que me contestes.

-Darly...

-Tú sabes que le haces daño, Adeline. Él te quiere. - Habló la muchacha con los ojos vidriosos clavados firmemente en los de ella y una expresión que demostraba lo herida que se sentía. - Me haces daño a mí. Esto no es lo que tú quieres, tienes que dejar de fingir que...

-¿Te hago daño a ti? - La interrumpió con confusión. - ¿De qué hablas? - Adeline frunció el ceño con desconcierto y miró a la chica que se hallaba frente a ella con extrañeza. - ¿Qué tienes que ver tú con...?

   De repente, se vio obligada a callarse, ya que los rosados y suaves labios de la castaña se habían estampado fuertemente contra los suyos en un instante.

   La muchacha de cabello blanco se quedó paralizada, incapaz de procesar lo que estaba sucediendo. Se quedó inmóvil con los ojos abiertos de par en par, tratando de asimilar la situación.

   Darly la estaba besando.

   La castaña enredó sus brazos alrededor de Adeline y movió sus labios en torno a los de ella con fiereza. Luego de varios segundos, se separó de ella de un tirón y se la quedó observando con los ojos muy abiertos y las mejillas rojas.

   Adeline seguía congelada observando a su amiga. Ésta se había quedado petrificada frente a ella, cada vez más ruborizada, y había comenzado a temblar sutilmente.

-Darly... - Comenzó a decir, pero no llegó a terminar la frase, ya que la castaña había salido disparada en dirección contraria a ella, atravesando la calle.

   Adeline seguía en estado de shock. Se quedó helada observando a su amiga correr sobre el asfalto de la calle mientras se llevaba una mano a los labios, recordando lo que había sucedido pocos instantes atrás.

   Pero de repente, algo la sacó de su ensoñación.

   Un golpe muy fuerte había tomado lugar frente a sus ojos. Algo demasiado horrible para ser expresado con palabras.

   Darly salió disparada sobre el parabrisas del auto que la había golpeado, dejando claros rastros de sangre sobre el vehículo y el asfalto en el que finalmente cayó.

   Adeline no logró alejar la mirada de la muchacha ni por un instante, dejando que el conductor de aquel auto se alejase a toda velocidad de la escena, abandonándolas.

   Abandonándolas a ambas.

   Dejándolas allí, solas, sin ayuda.

   La muchacha corrió hacia Darly lo más rápido que pudo y se arrojó al suelo junto a ella. Posó sus temblorosas manos sobre el pálido y tibio rostro de la muchacha, y soltó toda la angustia que se hallaba atrapada en su pecho con un horrible y desgarrador grito de desconsuelo.

-¡Ayuda! ¡Alguien ayúdeme por favor!

McWayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora