Narra Federico
El insoportable sonido del timbre de la nueva casa nos despierta. Me giro y miro el reloj de mi mesilla de noche: son las nueve de la mañana. ¿Se puede saber quién diablos nos llama a esta hora un sábado?
Me siento al borde de la cama y busco cuidadosamente con la punta de los dedos mis zapatillas, intentando establecer el mínimo contacto posible con el frio suelo. Me levanto y camino lentamente por el pasillo de la segunda planta mientras presto atención a las voces provenientes de la entrada: un señor se encuentra hablando con mi madre, resulta ser el técnico de la compañía telefónica, disculpándose por la demora y con la intención de instalarnos inmediatamente la conexión a internet.
—Buenos días, cielo. —Me llama la atención cuando cruzo hacia la cocina intentando no hacer ruido, la miro y consigo apreciar un mensaje en su mirada, algo molesta por mis malos modales. Suspiro, ¿realmente he de saludar a quien ha interrumpido mis horas de sueño?
—Buenos días. —Sonrío falsamente, viendo al hombre entrar y a mí madre cerrar la puerta del recibidor tras él. —Voy a preparar café, ¿queréis uno? —Intentando parecer cortés.
—Si, gracias cariño. —Me devuelve la sonrisa, —¿y usted? —Mirando al hombre. Me fijo un poco más en él, tendrá aproximadamente la edad de mí madre, cerca de treinta y seis años, quizás más, es bastante corpulento y el cabello destaca por su ausencia.
—Si no les resulta una molestia. —Responde tímidamente.
Me resulta extraño, detecto algo de nerviosismo en su actitud: su forma de moverse, de expresarse. Y percibo cierto sentimiento de culpabilidad en las miradas que cruza con mí progenitora. Pero supongo que son imaginaciones mías, sigo dormido y tiendo a inventarme películas.
—No es molestia alguna. —Me adelanto a responder, dejando a mí madre con la palabra en la boca. Retomando el camino hacia la cocina.
No tardo en preparar tres cafés y servirlos en la mesa, me asomo al salón y observo como el técnico conversa con mi madre sobre la casa nueva, el pueblo y lo bien educado que tiene a su hijo. No puedo evitar reírme por dentro, como si mis modales me hubiesen sido inculcados por ella. Sigo sintiendo, por alguna extraña razón, que la conversación que mantienen es algo fraudulenta y se están transmitiendo mensajes en clave.
—El café está sobre la mesa. —Anuncio, —voy a mi cuarto. —añado mientras me dirijo a las escaleras.
—¿No desayunas con nosotros? —Se sorprende mí madre. ¿De qué se sorprende exactamente? ¿Por qué iba yo a querer desayunar con un extraño que acaba de entrar a mi casa despertándome en el acto? De hecho, ¿Por qué quiere ella desayunar con él?
—No, voy a hablar por videollamada con el Juanma, que tiene mucha bulla. —Respondo mientras subo rápidamente las escaleras.
—Bueno niño, pero recuerda que a las once nos vamos a los mandaillos. —Levantando la voz.
—Vale. —Respondo gritando desde mi cuarto. Mientras cierro la puerta.
Me pregunto si se habrá percatado de que le he mentido, si no tenemos acceso a internet y yo siempre estoy sin gigas es imposible que me comunique con alguno de los chicos del grupillo. Me pregunto que estarán haciendo, comienzo a tener morriña de Sevilla.
Me siento frente al recién estrenado escritorio, que todavía emana un agradable olor a mueble de madera recién comprado, y levanto con cuidado la pantalla de mi ordenador portátil. Abro el Word y comienzo a escribir, pero me cuesta encontrar la inspiración. Llevo un tiempo bloqueado, no sé cómo continuar la historia. Llevo unos cuantos meses desarrollando un pequeño proyecto, ya que tenía la intención de presentarlo a un concurso anual que se hacía en mi anterior instituto, pero supongo que ya no sirve de nada, y solo quiero acabarlo para sentirme bien conmigo mismo. Nunca me ha gustado dejar las cosas inacabadas. La historia va de un adolescente que va de viaje a estados unidos para reencontrarse con su padre después de muchos años, pero al llegar se encuentra con un impostor que lo secuestra y lo obliga a trabajar para él amenazándolo con matar a su madre si no obedece. Narra las barbaridades que le obligan a hacer y cómo se intenta buscar la vida para poder volver a casa sin poner en peligro a nadie.
—Fede, cariño, que tenemos que irnos. —Me sorprende mi madre asomándose por la puerta, estaba tan concentrado que no me había dado ni cuenta del tiempo. —La contraseña del internet está apuntada en la nevera. —Añade, —vístete rápido anda.
Asiento con la cabeza y apago el ordenador. ¿Me debería de vestir elegantemente? ¿O con ropa de calle? Cómo he estado toda la vida en el mismo centro, no tengo idea alguna de como debo de actuar para causarle buena impresión al director del nuevo. ¿O será directora?
—A, sí. —Vuelve a asomarse mí madre mientras me cambio la ropa interior.
—¡Mamá! —Le grito.
—Perdóname hijo. —Se ríe, —pero no entiendo tanta chuminá, si te he visto mil veces. —Añade.
—Quiero un pestillo en mi cuarto, así que después de apuntarme al instituto nos vamos a una ferretería —Espeto enojado.
—Bueno. —Intenta no seguir riéndose, —A lo que iba. —Añade, —Hoy cenaremos ancá la vecina, que nos ha invitado. Así conoces a su niña, que tiene tu edad, y te haces una amiguica.
Voy a replicar, pero cierra la puerta y me deja con la palabra en la boca. Y cómo no, ya lo ha vuelto a hacer, ha decidido algo sin consultarme. Ahora tengo que ir a casa de unos desconocidos y me siento obligado a intentar entablar una amistad con alguien a quien quizá no le voy a caer ni bien.
Termino de vestirme y bajo despacio hacía el recibidor, desde que me caí por las escaleras cuando era niño, tengo la costumbre de bajarlas muy despacio, muchas veces mis amigos se enfadaban porque iba muy lento. En cambio, para subirlas con prisa no tengo ningún problema. Estoy llegando al recibidor y quedo impactado, veo a mi madre despidiéndose del técnico con un beso en los labios.
—¿Cuándo se lo dirás? —Pregunta él, —tengo ganas de verte. —añade.
—Aún no, últimamente las cosas no han ido muy bien entre nosotros. —Responde ella.
Comienzo a entender algunas cosas, la sangre comienza a hervirme y me cuesta mucho esfuerzo contener las ganas de comenzar a gritar y golpear al técnico, pero consigo permanecer tranquilo. Voy a esperar para sacar el tema, pero ahora tengo una buena baza, y voy a aprovecharla, por muchas ganas que tenga de saber quién es ese hombre.
Voy a la cocina y doy un portazo a la nevera.
—¿Fede? —Pregunta mi madre asustada.
—Sí. —Respondo, —ya voy, mamá. —fingiendo un tono amigable.
Parece que el motivo por el cuál estoy en este diabólico lugar no se trata tan solo de un repentino capricho de mi madre, sino que hay algo más grande tras esta mudanza.
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ACADEMY
Teen FictionMisterios, corrupción, secretos y muchas mentiras se esconden tras todos los rincones de este recóndito pueblo. Federico se ve obligado a mudarse a él con su madre y deberá adaptarse a su nueva vida, a su nueva academia y a sus nuevos amigos mientra...