8. Miguel

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NARRA MIGUEL

Doy dos pasos hacia atrás hasta que siento la pared del callejón detrás de mí. Siento su frio cemento desgastado en mi espalda y palpo su mal cuidada textura con las manos. Los miro, se acercan furiosos hacia a mí, no entiendo porqué siempre la cago tanto, desde pequeño he tenido el don de decir lo que no debo cuando no toca. Pero no pienso darles el gusto de saber que me arrepiento, no pienso humillarme ante tal calaña de abusones.

—Atrévete a repetirlo. —Intentando intimidarme.

—Cómo quieras. —Vacilo, —Tendrás que pedirle a tu hermanita que te enseñe a cambiar pañales. —Añado burlescamente.

—Te voy a matar. —Muy enfadado.

—Acércate a mí, y verás. —Le amenazo, —No verás ni el nacimiento de tu hijo. —Me río.

—Vas a aprender a callarte la puta boca de una maldita vez. —Acercándose a mí, admito que nunca antes había visto a Albert tan enojado. Está realmente furioso.

Me agacho antes de recibir el puñetazo y me pongo tras él, lo agarro por detrás y lo tiro al suelo. Quizá me esté pasando, pero no puedo evitar comenzar a darle patadas en las costillas. Se lo merece por cada una de las cosas que me ha hecho. Mientras lo hago intento evadir los golpes de sus compinches, pero mientras esquivo el puñetazo del más bajito, Juan, el otro se lanza a por mí y me agarra del cuello estrangulándome contra la pared. Veo a Albert, se está levantando, dolorido. Reúno la fuerza necesaria para elevarme un poco y atinarle dos patadas en el escroto a Xavier, causando así que esté me suelte el cuello. Aprovecho que se ha agachado para propinarle dos puñetazos en la cara, logrando que se caiga al suelo. En este momento veo algo borroso y no soy dueño de mis actos, no puedo hacer nada para evitarlo, pero comienzo a golpearle la rodilla y a pisársela varias veces, incluso salto sobre ella. Él grita de dolor, nunca había oído un sonido así, penetra en lo más profundo de mi alma y quiero llorar, quiero parar, pero no puedo. La rabia se ha apoderado de mí. Son demasiados años soportando sus burlas racistas, estoy cansado de que se metan con "El francesito".

Levanto la cabeza, Albert y Juan me están rodeando. Ambos sacan una navaja de sus bolsillos y se disponen a lanzarse a por mí con ellas, si no huyo acabaré muy malherido, o peor, muerto.

—Cobardes, necesitáis recurrir a armar para creeros alguien, venga, atreveros a enfrentaros a mí a puñetazo limpio. —Les grito enfadado. Pero ellos siguen acercándose a mi sin soltar las navajas.

Comienzo a correr u me agacho justo al pasar entre ellos, siento como una navaja hace un pequeño tajo en mi sudadera y doy las gracias porque mi madre me obliga a llevar varias capas de ropa, si no fuese así, me hubiese llevado un corte bastante profundo en el estómago.

Visualizo la salida del callejón. Estoy atravesándola, y sin darme cuenta tropiezo con algo y me caigo al suelo. Es un chico al que no he visto en mi vida, parece ser que se le ha caído algo en la alcantarilla por la colisión. Me levanto y sigo corriendo.

—Lo siento, te compensaré, lo prometo. —Le grito mientras abandono el lugar. Escucho los gritos de Albert y su banda, solo espero que no le hagan nada a ese pobre chico cuando lo vean.

Finalmente consigo escapar de ellos y llego a mi casa, pico tres veces a la puerta y mi madre me abre.

—¿Estás bien cariño? —Me pregunta preocupada al verme agitado.

—Si, claro, no te preocupes. —Le digo. —Ves a la fiesta, yo me quedo para poder abrirte la puerta. —Añado, cambiando de tema.

—No hace falta, tranquilo. —Me sonríe, —Es una mierda esto de no tener llaves. —Añade.

—Es una mierda ser ocupas. —Respondo.

—Lo sé, y siento no poder ofrecerte algo mejor. —Entristecida.

Ella no tiene la culpa de nuestra situación actual, la culpa es de mi padre, y sólo de él. Por su culpa tuvimos que venirnos a Cataluña desde Francia sin nada. Y actualmente sobrevivimos como podemos. Sólo espero que nadie en la academia se entere nunca de nuestra situación, si ya me amargan la existencia sin saberlo, no me quiero imaginar lo que harían. Pero es un gran secreto que pesa sobre mí desde hace tres años. La gente dice de mí que soy un bicho raro antisocial, pero no es así. Ojalá poder tener amigos, pero no sé si entenderían estos y tampoco sé por cuanto tiempo más pasará hasta que nos descubran y llamen a la policía. Entonces nos echarían y nos deportarían. No puedo hacer amigos sabiendo que quizá me deporten sin esperármelo. Al menos estoy seguro de que ese chico nuevo intentará no acercarse a mi después de lo que ha sucedido hoy. Espero que este bien, sé lo que le hace Albert a los recién llegados.

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