4. La alcaldesa

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Narra Federico

Este pueblo no deja de sorprenderme, ahora que tengo la oportunidad de verlo con la claridad diurna me percató de que es único en el mundo. Nunca otro en siglos ha tenido tanta naturaleza, no sabría deciros con exactitud si el parque está en el pueblo o este último en el primero. Aunque creo que la segunda opción tiene altas posibilidades de salir victoriosa en esta justa.

Finalmente, gracias a un cartel con un mapa del parque, logro aclarar la duda y, efectivamente, el pueblo está construido sobre el parque. Nunca antes había visto semejante extrañeza. Pero admito que sentaría bien el estar obligado a caminar por el césped para llegar a cualquier parte, si no fuese porque este está reseco. Siento lastima de las flores marchitas y siento el murmullo de la poca agua que habita el rio artificial riéndose de mi desgracia. Tras unos minutos contemplando los árboles de hojas caídas y de soportar la insistencia de mi madre, completamente maravillada por un paisaje de cuento de hadas, intentando convencerme de ir mañana al festival anual de invierno que celebran en la plaza, visualizo a poca distancia el extraño edificio en forma de "C" cerrada al que nos dirigimos. El instituto. Bastante cerca de casa. Y pensar que hubiésemos llegado antes de no haber sido porque nos habíamos perdido a causa de los maltratados viejos carteles de madera roída y la mala orientación mi madre, además de la falta de internet para utilizar el maps.

El edificio, construido con ladrillo blanco y con vidrieras a lo largo de la pared, cuenta con dos plantas y es bastante más grande de lo que imaginaba. No me equivocaría al afirmar que está en mucho mejor estado que el anterior, por no mencionar su enorme patio medio abierto con algún que otro banquito para sentarse. El interior tampoco está mal, con las paredes pintadas sin ningún desgaste. Supongo que podré tolerar este infierno durante los próximos tres cursos.

—No se preocupe, haré lo que pueda. —Escucho decir a una mujer de poco más de treinta años.

A medida que nos acercamos la observo con más atención, me llama la atención ese vestido blanco tan elegante, con el que destacan sus enormes tacones negros. Me pregunto cómo es posible que no le duelan los pies si está todo el día con ellos. Mi madre sería incapaz, a los veinte minutos ya anduviera descalza por donde sea que estuviere.

—Muchas gracias, de verdad, los alumnos se alegrarán muchísimo. —Le responde la mujer mayor que está a su lado, luciendo una ropa vieja y desgastada. —Disculpen. —Fijando la vista en nosotros, —¿Puedo ayudarles en algo? —Añade, sonriendo.

Siendo honesto, me desagrada un poco que todos en este pueblo sean tan afables. Durante todo el trayecto nos hemos ido cruzando con los pueblerinos, viéndonos obligados a conversar con ellos cuando nos saludaban, todos con una gran sonrisa que les cubría la cara de ceja a ceja. Resulta algo siniestro, sinceramente. ¿Recordáis que ya mencioné anteriormente que este pueblo podría perfectamente inspirar una novela de Stephen King? Pues me veo en la obligación de reafirmarlo. No puedo evitar estar alerta y dar un bote al más mínimo ruido, con miedo a recibir una cuchillada por la espalda.

—Quería apuntar a mí hijo. —Responde tímidamente mi madre, acomodándose la bufanda.

El rostro de la señora mayor cambia y la más joven se muerde los labios.

—¿Sucede algo? —Pregunta mi madre, extrañada.

—Actualmente estamos sin plazas. —Se lamenta la anciana. —Lo lamento. —Sin dejar de sonreír.

—Sé de un lugar donde puede apuntar a su hijo. —Responde la más joven, analizándome fijamente con la mirada. —Pero será mejor hablarlo en mi despacho. —Añade, acercándose un poco más a nosotros. No me había dado cuenta hasta ahora de su acento cerrado, tan típico del catalán hablado en los pueblos. —Mi nombre es Rebeca Diaz, y soy la alcaldesa de Vila Oblit, ustedes deben de ser los recién llegados —Añade sonriendo de manera siniestra.

—Más tarde nos vemos en la plaza. —Le susurra al oído la anciana, justo antes de caminar hacia una puerta. Me fijo en el cartel que hay colgado junto al marco: Dirección.

—Acompáñenme. —Nos sonríe mientas comienza a caminar hacia la salida.

Así lo hacemos, pero lo cierto es que hay una duda que no deja de rondarme el pensamiento desde que mi madre me dijo que vendríamos hoy a apuntarme: ¿Por qué está la escuela abierta un sábado? Por suerte, rechazo la posibilidad de que los alumnos deban asistir a clase, principalmente por la ausencia de estos por los pasillos i el patio de recreo.

Durante el trayecto, mi madre y ella conversan sobre nuestra impresión sobre el pueblo, nuestra casa, nuestro anterior hogar y toda nuestra vida pasada. Le habla de mis buenas notas escolares, enseñándole incluso el boletín de las últimas que me entregaron justo antes de marcharnos. Mi madre estaba muy orgullosa de mí, siendo mi nota más baja un simple notable. La señora Ruiz no ha tardado en comenzar a dirigirse a nosotros como si nos conociese de toda la vida, así que nosotros también dejamos de lado las formalidades. Nos explica que hace poco que comenzó en su puesto, nos habla de su familia y nos describe la tranquila y alegre vida de este frio pueblo.

Sinceramente, me niego a creer que este pueblo sea tan tranquilo como ella dice, no nos engañemos, en los pueblos es donde pasan las peores cosas y donde todo se sabe, ya que todos se conocen entre ellos. No creo que sea casualidad el haber descubierto que mi madre tiene una especie de amante nada más llegar.

—Tomad asiento. —Nos ordena amablemente mientras ella se obedece a sí misma. Su despacho es pequeño pero acogedor, el suelo es de parqué oscuro, los muebles son de hace dos décadas y el escritorio está perfectamente ordenado. En la pared tras él, un gran archivador del cuál ella ha sacado una pequeña carpeta antes de sentarse. —¿Queréis tomar algo? —Mientras tomamos asiento.

—No es necesario. —Responde mi madre, —muchísimas gracias. —Sonríe. Me percato de que está nerviosa. Siempre acaricia suavemente el interior de su labio inferior con la lengua cuando siente que una situación se escapa de su control. —Apropósito. —Añade despacio, —¿podría hablarnos en castellano? —Me alegra que lo haya pedido, yo no me atrevía a interrumpir para pedirlo, durante todo el camino hablaban catalán entre ellas y yo apenas me enteraba de la mitad de cosas. —Mi hijo se ha criado en Sevilla y no entiende demasiado su lengua natal.

—Por supuesto. —Sonríe.

No puedo evitar que se me ponga la piel de gallina cada vez que la veo sonreír, por alguna extraña razón me da malas vibraciones. Aunque comienzo a pensar que todo forma parte de una gran paranoia que estoy construyendo en mi cabeza. Desde que llegamos no he parado de ver conspiraciones por cada esquina de este oscuro pueblo,

—Bien. —Espeta Rebeca en un perfecto castellano, con la intención de cambiar completamente el tema e ir directos al grano, —Hay una segunda escuela en este pueblo. —Comienza a explicarnos y mi madre suspira aliviada, —pero es privada y la matricula no es accesible para demasiadas personas. —añade. —El director es el principal inversor de este ayuntamiento y todas las actividades que se llevan a cabo en el pueblo. —Continua, intentando justificar el elevado precio de la matricula, mientras nos enseña la información que ha sacado de la pequeña carpeta. —Pero puedo mover algunos hilos, y con las buenas notas de su hijo y su apariencia de chico tranquilo y educado, estoy segura de que le concederán una beca completa.

No puedo evitar reír por dentro al escuchar su comentario sobre mi apariencia. Mi madre inspira profundamente y traga saliva mientras busca mi mano para agarrarla firmemente.

—¿Y la lengua no será un problema? —Pregunta.

—No hay de qué preocuparse, todos los centros de este pueblo ofrecen a los que vienen de fuera la posibilidad de ir al aula oberta, allí le ayudarán a adaptarse al idioma, y por ley tiene derecho a ser exento del catalán durante dos años, así que, si lo reclama, será examinado en Castellano.

—Y si no le ofrecen la beca. —Preocupada. Apretando cada vez más mi mano.

Ella vuelve a sonreír. Detecto un extraño brillo en sus ojos, algo me dice que está mujer siempre consigue los objetivos que se propone. Creo que será mejor tenerla de nuestro lado si no queremos que nuestra vida en este pueblo sea un infierno.

—Se la ofrecerán. —Afirma convencida, mirándome fijamente.

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