Capítulo#9 En el hospital.

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Para cuando entré a la habitación me encontré con la sombra de lo que era mi esposa. Un ser apagado y deshecho en la cama, cubierta hasta las caderas con una sábana blanca. Con hematomas visibles en el rostro y en las manos, bañada en lágrimas:

―Me disculpan, tengo un caso que atender ―se excusó mi suegro, tan inteligente como siempre, sabía que era prudente dejarnos a solas. Se acercó a su hija para darle un tierno beso en la frente, luego se dirigió a la puerta de salida abrió y cerró suavemente, dedicándome una mirada de animo mientas desaparecía tras la puerta que cerraba con deliberada lentitud.

Respiré muy hondo y me dirigí hacia ella con la intención de consolarla y de darle apoyo, en ese momento crítico de nuestras vidas. Jamás esperé encontrarme con una mirada fría, como con ¡odio!, no entendía la razón de su reacción. Yo sólo quería demostrarle que siempre la amaría y estaría a su lado, sin importar las duras pruebas que nos pusiera la vida. Aún así no desistí, no le dí mucha importancia, después de todo lo que le estaba pasando tenía derecho a expresar su dolor como quisiera o como le saliera, yo tampoco era el mejor ejemplo, me estaba costando demasiado manejar la situación; pero por Laura estaba dispuesto a dejar el mío en un rincón, bien guardado, para ayudarla a ella con el suyo.

Me senté en el asiento que estaba al lado de su cama y estiré mi brazo para tomar su mano derecha; pero ella la apartó en un gesto brusco, que me dejó aún más desconcertado. A pesar de su actitud hiriente tenía que entenderla, para eso era su esposo, así que la miré con ternura y le hablé con voz suave y comprensiva:

―Amor yo se que estás pasando por el peor momento de tu vida y aunque este es también, sin duda alguna, mi peor momento; entiendo que para ti es mucho más difícil y doloroso. Se que tienes todas las razones del mundo para sentirte así, pero no me dejes fuera. Yo estoy aquí a tu lado, para siempre. En las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas, en la riqueza y en la pobreza hasta que la muerte nos separe ―le ratifiqué nuestros votos matrimoniales, al menos lo más importante de todo lo que juramos ante Dios y ante los ojos del hombre; aunque en estos momentos le tuviera rencor al creador, era mejor dejarlo de lado, eso en nada la ayudaría―. ¿Recuerdas amor?―, y continué sin esperar respuesta alguna, continúe diciendo:

―¡Yo lo prometí! y tu también lo hiciste si mal no recudo.

Hice un gesto de fingida duda y arrugué mi frente, ladeé un poco la cabeza mientras me coloqué el dedo indice en la cien y cerraba el resto de la mano en un puño, fingiendo intentar recordar. Quería distraerla un poco, no podía seguir observando ese velo de dolor que cubría su maltratado rostro. Continué diciéndole:

―Si yo estuviera en tu lugar no querría que te apartaras de mi lado amor, tu eres el pilar que me sostiene y yo quiero ser para siempre el tuyo ―pero de nada sirvió, ella me miró enojada y me espetó furiosa:

―No quiero tu lastima, mejor lárgate de aquí ―. La miré perplejo, no podía creer que aquella mujer que me hablaba así y no soportaba mi presencia pudiera ser mi amorosa esposa Laura, siempre atenta y comprensiva. La extrovertida y cariñosa criatura con la que había vivido durante algunos años. Aun así lo volví a intentar:

―¿Donde está Laura?, ¿dime donde la escondiste? Tienes su mismo lindo rostro mas no su carácter ―fingí que la escudriñaba con la mirada, sorprendido―. ¿Anda, dime donde la escondiste? Tú no eres ella—, continué con la broma, improvisando.

―No estoy para tus estúpidas bromas de mal gusto, Andrés. Pero en algo sí tienes razón, aquí solo quedó el cuerpo de Laura e inservible por cierto, al menos su mitad inferior; ¡quien te habla es otra! Soy la nueva Laura, aunque en su peor versión, jamás volveré a ser la misma mujer que conocías, ¡esa murió en el accidente junto con su hija...! Esta que está frente a ti no quiere verte nunca más, no quiere nada que le recuerde su pasado. Yo no quiero atar a nadie por un juramento estúpido ―hablaba como si no se estuviera refiriendo a su propia persona, decidida y dispuesta a expulsarme fuera de su vida:

―Si tienes aún respeto por mí acepta mi decisión y déjame sola ―la miré tristemente, no podía presionarla más, cada cual reacciona a su manera ante situaciones de esta índole. Debía darle tiempo.

―Está bien... ―hiba a decirle amor pero no me atreví para no incomodarla más―. Me voy pero piensa las cosas bien, recuerda que esto que estamos viviendo nos afecta a los dos. Yo deseo estar para siempre a tu lado, sabes que te amo―, me animé a decirle, sentí que las lágrimas rodaban por mi rostro; no lo pude evitar. Ella me miraba como si yo fuera un extraño y con un decidido gesto de mano me señaló la puerta.

Después que salí de allí me sentí como un autómata, busqué a mi suegro y le conté todo lo que había pasado entre su hija y yo. El me explicó que eso era más normal de lo que yo pensaba e intentó tranquilizarme asegurando que esa era una conducta tipica de los pacientes en ese tipo de casos. Explicó que era una reacción propia e individual, de cada individuo ante una situación traumática. Que a muchos pacientes les tomaba mucho tiempo asimilar su nueva realidad y su conducta o estado de ánimo podía verse afectados..., trataba de entender y asimilar sus palabras, pero mi mente no estaba en condiciones de hacerlo.

—Entiendo —dije por decir cuando se calló.

―No te preocupes, Andrés; recomendaré a mi hija con un buen Psicólogo amigo mío para que la ayude a superar su perdida y a lidiar con su condición actual ―, además agregó que era importante que yo también recibiera ese tipo de atención para trabajar en las etapas de duelo y cosas así como hablan los Médicos, fue lo que capté en mi estado de aturdimiento.

―Esa consulta es muy importante para ti también porque te ayudará a mejorar tu situación marital presente. Además allí te orientarán como lidiar y superar de forma segura con ayuda especializada, esta crisis que están atravesando ―me recomendó. Cuando creía que había terminado con su charla, agragaba algo más. No quería seguir escuchando, estaba exhausto...

Ya desearía yo que al menos Laura me hubiera dado esa oportunidad, de acompañarla a esa consulta. Las cosas hubieran sido diferentes y quizás aún estaríamos juntos. Al menos eso quería creer.

Por último mi suegro me pidió que hiciera los preparativo del funeral de mi hija en mi vivienda y me avisó que él se encargaría del traslado de su cuerpo y de los demás detalles. Me fui para cumplir su encargo, busqué mi auto en el estacionamiento del hospital, al llegar saqué el control, quité la alarma y una vez dentro prendí el aire acondicionado y partí. Sentía mi cuerpo hirviendo y los ojos muy pesados. El transito era más suave a esa hora de la madrugada, así que pronto llegué a mi destino, guardé el auto en el garaje, cerré el portón, activé el sistema de alarma y me dirigí al interior de la mi casa. Me extrañó ver todas las luces encendidas, pero eso era debido a que, increíblemente, el personal de servicio me estaba esperando, aún despiertos a esa hora tan tarde, o mejor dicho, tan temprano porque era de madrugada. Esperaban mi llegada para darme el pésame y ponerse a la orden para lo que necesitara. En medio de mi dolor me alegró mucho ver a esas personas nobles preocupadas por mí.

Les expliqué todo lo que tenían que hacer temprano en la mañana y los mandé a dormir en las habitaciones de huéspedes lo que quedaba de la noche, ellos hicieron lo mismo conmigo. Yo pensé que no lo iba a conseguir después de todo lo ocurrido, pero increíblemente lo logré. El cuerpo sabe cuándo apagarse cuando ya no puede más. Lástima que solo sea por unas pocas horas.

Tú Loba y yo VampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora