Capítulo#74 Una hermosa playa.

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Adrián había recorrido varios países indagando en cada uno de ellos por casos extraños de muertes, pero para su sorpresa y disgusto no había encontrado ninguno. No era que quisiera que le pasara algo malo a alguien y mucho menos deseaba la muerte anticipada de los mortales, pero temía que tarde o temprano eso iba a pasar,  lamentablemente esa era casi la única forma de encontrar el paradero de Maikel o al menos de tener una noción de por dónde andaba, pero al parecer el malvado vampiro estaba decidido a ocultar sus huellas. En todas las ciudades o pueblos que llegaban acudían a todas las jefaturas de policía, y utilizando el poder de hipnosis y la telepatía indagaba en las mentes de los oficiales y ni la menor señal de Maikel, por lo visto además de maldad tenía inteligencia. El muy maldito había decidido no dejar ningún rastro para que no lo encontrase, pero estaba convencido de que tarde o temprano cometería un error, había demasiada maldad en él para permanecer para siempre en el anonimato, sin cometer ninguna fechoría, Adrián estaba convencido de eso. Entre los tres se dividían los lugares en donde buscar. Pero en la noche siempre se reunían y la pasaban juntos, compartiendo la frustración que les quedaba al final de cada día.

Una noche caminaba por la orilla de una hermosa playa, sus elegantes zapatos negros casi desaparecían entre la blanca arena, de vez en cuando una ola caprichosa amenazaba con mojarlos, pero hasta ese momento ninguna lo había logrado. Respirar el olor a mar lo fascinaba, ese aire húmedo y agradable le refrescaba internamente, lo relajaba profundamente, nunca había visto el mar y lamentó haberse perdido por tanto tiempo esa fascinante belleza natural. Había tanta soledad en ese lugar a esa hora bastante avanzada de la noche, que se sintió dueño del lugar, una sensación de soledad extrema, algo así como si fuera el único habitante del planeta. Era una sensación agradable y placentera para él. 

Meliades y Alexia se quedaron disfrutando del lujo y la comodidad de los humanos en la lujosa habitación del hotel Mary cielo, en el cual reservaron por tiempo indefinido. Siempre que llegaban a un lugar era así, buscar a ciegas hasta cansarse e irse a otro lugar después de haber agotado todo los recursos sin éxito. Todo dependía de como se desarrollaran las cosas, nunca tenían en cuenta los días, las noches, las horas o los segundos... El tiempo para ellos era irrelevante. Nunca se toma en cuenta el tiempo cuando no se le teme a la muerte, saber que un día vamos a morir es lo que nos hace valorar la vida y aprovechar el tiempo. Recién llegaban a ese ciudad, un lugar enorme para seguir buscando a Maikel.
El mar le parecía algo increíble, lo más bello que sus ojos hayan visto. Estaba absorto en la contemplación de su inmensidad cuando un ruido lo distrajo, su increíble agudeza auditiva siempre lo alertaban de todo lo que se movía a su alrededor, incluso cuando la fuente de sonido estaba bastante alejada, más aún con el sentido de caza que desarrolló desde que cruzó las murallas de su ciudad. Con su vista de águila, tan efectiva tanto de día como de noche, distinguió la silueta esbelta de una mujer en la distancia. Al parecer, notó, le gustaba contemplar el mar nocturno tanto como a él. La vista era mágica con una hermosa luna llena bañándose en sus aguas, si no estuviera mirando a la luna juraría que la misma luna había descendido a la tierra a caminar por la orilla de esas costas, cautivada por la magia del paisaje nocturno. Pero se imaginó que tal vez podría ser la diosa lunar. Parte de su cabello brillaba en la oscuridad, con un reflejo plateado como la luna. Adrián no era un experto en cabello de humanos, pero juraría que era imposible que el cabello de una mujer brillara de esa manera. La brisa batió fuerte, trayendo el aroma de la preciosa mujer, sintió su olor tan particular, no reconocía ese olor, no le parecía que emanara de un mortal, era como un olor a pelo mojado, no le quedaba dudas de que era completamente diferente a cualquier aroma conocido, le pareció muy raro. En su interior se prendió como un alarma, sintió como un temor en lo profundo de su ser, una vocecita que le decía desde el fondo de su mente que se alejara, que era peligroso acercarse a ella. Pero cuando el instinto te alerta, la curiosidad despierta y a la par sintió unos deseos enormes de acrecérsele, que fueron más fuertes que la voz de la razón.

Se movió con agilidad propia de los vampiros y se escondió tras unos arbustos muy cerca de ella. Precisamente cuando la joven puso su rostro en un ángulo en el cual la tenue luz de la luna bañaba de lleno su delicadas facciones, entonces fue que se percató del enorme parecido que tenía esa desconocida con su querida Melinda... El corazón se le detuvo por un momento por la impresión y luego latió alocadamente, desenfrenado, no era posible que hubieran personas tan parecidas. Por su mente pasaron todos los momentos vividos con su concubina, ella lo hizo feliz y no lo valoró como debía, se dio cuenta de ello después que la perdió. Le dolía demaciado su triste final, prefería mil veces que se hubiera cansado de él y no que hubiera muerto.

Le pareció extraño que una jovencita anduviera sola por esos parajes tan solitarios siendo tan tarde, sentía que no valoraba la vida o era demaciado ingenua para no tener consciencia del peligro. Se sintió en la obligación de protegerla, más bien era como una necesidad. Desde que la vio despertó en él hasta el poeta que llevaba dentro y que no sabía que existía, aunque luego sintió temor y la urgencia de alejarse, para luego sentir curiosidad... esa mezcla de emociones que estaba removiendo su interior, nunca las había sentido, pero ahora que descubrió el parecido con Melinda, la única mujer que despertó su pasión, no podía apartarse de ella, al menos no hasta saber que le estaba pasando y tenía que velar por ella, no podía irse así sin más, dejándola sola e indefensa, expuesta a quien sabe que peligro, era una criaturita que no tenía ni la menor idea de los peligros que acechan en la oscuridad y soledad de una noche. Se dijo que nada más la cuidaría hasta verla segura en el interior de su vivienda.

... 

Era noche de luna llena y en su casa ya esas noches eran como cualquier otra, hacía años que su madre no se transformaba en lobo, había aprendido a controlarse, luego de esa noche de novedades, donde primero ella por casualidad descubrió sus poderes y luego Laura, también por casualidad del destino, descubrió como volver a la forma humana y como mantenerse. Después de aquello su madre tomó clases de yoga y practicaba con ella, aún en la actualidad mantenía la rutina, descubrió que la relajación absoluta era lo que la mantenía humana en las noches de luna llena, su padre asistía a un gimnasio, decía que tenía que mantenerse en forma para su mujer, se sentía acomplejado porque iba envejeciendo mientras su esposa se había quedado joven, estancada en una misma edad, esto era algo que la preocupaba, sospechaba que Laura era inmortal como ella o al menos no envejecería en el ciclo normal en que lo hacían los humanos, sabía que eso era algo que tenía que conversar con ambos, pero pasaban los años y no se animaba a contarles toda la verdad, sus secretos le pesaban en el alma cada día más. Siempre que se le presentaba la oportunidad de estar a solas con su madre exploraba sus poderes y todo lo que era capaz de hacer, definitivamente poseía los mismos poderes de su abuela Serena.

Era tarde en la noche y sus padres se fueron a dormir, ella subió junto con ellos y se metió en su habitación, pero la verdad era que no tenía ni una gota e sueño, así que abrió suavemente la puerta de su cuarto, descendió los escalones y salió por le puerta principal serrando con suavidad tras de sí.   Caminaba con los pies hundidos en la arena y los zapatos en sus manos, contemplaba el mar ensimismada, buscando serenidad en su alma, desde que descubrió lo mucho que la relajaba caminar por las costas, dejando que el agua de vez en cuando bañara sus pies, casi todas las noches se escapaba a caminar un rato en la soledad de ese paraje celestial, no se parecía en nada a la selva de su infancia, pero era igual de agradable, cada uno en su propio estilo. Lamentaba que no podía tomar su forma de lobo, contemplar la inmensa luna le provocaba convertirse en la forma con la que mejor le podía rendir homenaje, entonarle una canción aullada y agradecerle por la familia que tenía, porque estaban todos bien.Por un momento sintió una sensación extraña, algo así como site la estuvieran observando, miró hacia todas partes pero no advirtió nada raro. Agudizó su sentido del olfato engurruñando su nariz y olfateó en todas las direcciones, estaba segura que no había ninguna persona cerca, sintió un olor raro que le erizó todos los bellos en la piel y le despertó su instinto natural de casa. Caminó hacia los arbustos de donde provenía tan perturbador aroma y por más que buscó no vio nada ni a nadie. Se dijo que el estrés la estaba volviendo paranoica, a medida que pasaban los años sus seres queridos envejecían a su alrededor, un día morirían, era lo normal en la raza humana, pero eso la entristecía, perder cada ser querido iba a ser un golpe demaciado duro, definitivamente no pertenecía a ese mundo, un día tendría que irse, cuando a todos los de su edad se le comenzara a notar la vejez... decidió despejar su mente y no pensar en cosas que no podía cambiar, sacudió su cabeza y se giró para andar el mismo camino de vuelta a casa. No se dio cuenta que unos ojos azul celeste, que alumbraban en la oscuridad como dos estrellas, la seguían en la distancia, cuidándole las espaldas.

Tú Loba y yo VampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora