Capítulo 1

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Guardo mi último vestido en la maleta. Me permito detenerme unos segundos mientras paso mis dedos por encima de él, sintiendo el terciopelo morado que tanto me gusta. Definitivamente es mi vestido favorito, lástima que no vaya a usarlo nunca, ya que allí donde voy no me está permitido llevarlo. Me habría gustado ponérmelo una vez más, aunque sea para recordar los viejos tiempos. Con decisión, cierro la maleta y me dirijo a la puerta de mi cuarto.

Antes de bajar las escaleras miro una vez más mi antiguo dormitorio, echando un rápido vistazo a la cama que hay justo al lado de la mía. Está exactamente igual que cuando él vivía. A veces me lo imagino allí sentado, mirándome mientras sonríe. Siento mil puñaladas en el pecho y me cuesta respirar.

"No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar" repito en voz baja, tal y como suelo hacer cuando los recuerdos amenazan con invadir mi mente.

Giro rápidamente y bajo las escaleras con agilidad, esquivando los escalones rotos. Mi padre se encuentra sentado en el sofá, pero, en cuanto me ve, se levanta de golpe. Al verle la cara se me rompe el corazón: ya perdió un hijo, y ahora es como si perdiese otro. Me acerco a él lentamente, dejando la maleta en el suelo junto a nosotros.

— Te está esperando.

Asiento con la cabeza y me dirijo hacia el cuarto de mis padres. Nuestra casa no es muy grande, por lo que en dos pasos ya he llegado a la puerta. Doy unos golpecitos, pero sé que no me va a contestar nadie así que entro sin esperar respuesta y cierro la puerta tras de mí. El olor del desinfectante inunda mi nariz. Si no estuviese acostumbrada habría escuchado los pitidos melódicos que provienen de las máquinas. Al principio se me metían en la cabeza y me pasaba horas y horas escuchándolos, aunque no estuviese dentro de la habitación, pero ahora apenas soy consciente de su existencia.

Me siento en mi butaca habitual y me acerco a la cama mientras busco la mano que yace encima de la colcha y la envuelvo con la mía. Está muy fría y no recibo respuesta alguna, pero poco después siento una pequeña presión y sus dedos aprietan los míos, mientras sus grandes ojos verdes me miran fijamente. Mis ojos empiezan a escocer, seguramente a causa de las lágrimas que me resisto a derramar.

— No llores, cariño— dice con voz dulce mientras acaricia mi mejilla.

Sé que dije que no iba a llorar, pero no puedo evitarlo. Esta es quizás la última vez que vea a mi madre. Hago un esfuerzo por parar las lágrimas que amenazan con escapar de mis ojos y me enderezo en mi asiento. Si algo me ha enseñado la vida ha sido que debo ser fuerte y no derrumbarme.

— Así me gusta cariño— dice ella, dándome unas palmaditas en la mejilla. — Anda, abre el primer cajón, tengo una sorpresa para ti.

Hago lo que me dice y encuentro una pequeña cajita de madera. Miro a mi madre y hace un gesto con la cabeza, animándome a abrirla. En el interior de la pequeña caja encuentro un collar de plata. No es muy caro, pero es más de lo que podemos permitirnos. Le miro directamente a los ojos y, cuando abro la boca para replicar, su voz me calla.

— Sé lo que vas a decir, pero no lo hemos comprado. Era de tu abuela, y ahora es tuyo. Venga, ábrelo.

El pequeño collar tiene forma ovalada, con un grabado imitando unas flores. Me apresuro a abrir el colgante y encuentro tres caras mirándome. Hay una foto de mi padre y mi madre, concretamente del día de su boda a juzgar por el vestido blanco que luce mamá. Él está de pie, con una mano en el hombro de mi madre, que reposa sentada en una butaca.

La otra foto es la que casi me obliga a derramar unas lágrimas. Mi hermano mira directamente a la cámara con sus ojos verdes brillando, entornados por la sonrisa que dirige al objetivo. Recorro con un dedo su pelo azabache, y por un momento me imagino revolviéndoselo, como siempre solía hacer, para después recibir sus quejas. Aunque la gente solía decir que nos parecíamos mucho, a mí me hubiese gustado ser más como él, pero sé que eso es imposible ya que él era único. 

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora