Capítulo 9

145 29 2
                                    

Muevo la pierna derecha en una especie de tic nervioso. Ya no me quedan más uñas que morder, así que está es la única herramienta que tengo para frenar los mil sentimientos que se arremolinan en mi interior.

Miro por la ventana y distingo ya los campos de las afueras de Corwin. Esos campos donde solía trabajar mi hermano. Ya estoy cerca. Ya estoy a punto de reunirme otra vez con mis padres.

Cuando el tren entra a la estación, me apresuro a dejar mi asiento y me acerco a las puertas. Parece que pasa un siglo hasta que éstas se abren y me permiten correr hacia a la salida, hacia mi madre. Por le camino empujo a decenas de pasajeros que caminan a un ritmo pausado, y me llevo varios insultos y quejas por su parte, pero no me importa. En este momento solo pienso en correr. En correr como nunca lo he hecho antes.

Corro a través de todo el pueblo. Atravieso Corwin como una flecha. Estoy casi sin aliento y las piernas me arden del cansancio y el esfuerzo, pero no me detengo. No me detengo cuando mi antigua profesora se queda mirando a través de la ventana, seguramente extrañado por mis prisas. Tampoco cuando Jeremy, el panadero del pueblo, me levanta la mano a modo de saludo. Corro como si no hubiese un mañana. Porque para mi puede que lo haya, pero para mi madre no.

Subo por el camino que da a mi casa, a mi pequeño hogar. Solo cuando estoy en la puerta me permito relajarme y volver a respirar. Tras correr más de diez kilómetros sin pausa estoy asfixiada, se nota que no hago mucho ejercicio en mi día a día.

Subo el escalón de mi casa y pongo la mano en el pomo de la puerta. Pero no lo giro. No soy capaz de hacerlo. Doy media vuelta y camino por el sendero.

Soy una cobarde.

Soy una puta cobarde.

En este momento siento mucho miedo. Miedo por como pueda encontrar a mi madre. Miedo por lo que pueda pasarle. Pero, sobretodo, miedo por el hecho que ella ya no esté en esa casa.

Puedo hacerlo.

Puedo hacerlo.

Decidida camino de vuelta a la entrada y giro el pomo en mis manos. Paso dentro de la estancia y cierro la puerta tras de mi.

Silencio. Solo se escucha silencio.

Observo la pequeña sala a la que llamamos comedor. Pero aquí no hay nadie. Doy unos pasos, dirigiéndome a la habitación de mis padres. Me paro frente a la pequeña puerta cerrada, permitiéndome respirar hondo unas cuantas veces.

Estoy deseando abrazar a mi madre. Darle un beso. Cogerle de la mano. Prometerle que todo irá bien.

Pero los sueños normalmente no se cumplen. Y esté no iba a ser la excepción.

Cuando entro al cuarto todo está en silencio. En un silencio sepulcral. La cama está hecha, pero no hay ni rastro del escuálido cuerpo que acostumbraba ocuparla. Tampoco hay rastro de las máquinas que solían adornar el cuarto, ni de sus pitidos agudos que, ahora mismo, sonarían como música para mis oídos.

Una lágrima cae por mi mejilla, pero no me molesto en limpiarla.

He llegado demasiado tarde.

Me dejo caer en el viejo suelo de madera y solo puedo llorar y llorar. Otra vez se ha ido uno de los pilares más importantes de mi vida. Y no he podido despedirme, igual que con Liam.

Soy una egoísta, solo pienso en mi. Mi padre debe estar destrozado. Pero, si no está aquí ¿dónde está?

No hace falta que piense mucho, pues la respuesta viene sola a mi mente.

***

Enfilo el sendero hacia el sitio que se ha convertido en mi segundo hogar en Corwin. Hace cinco minutos que empezó a llover, pero me da igual. La lluvia hace que mantenga mi mente a raya, hace que siga con los pies en la tierra.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora