| Frijoles | 1

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Gruñí al quemarme la boca con mi café.

Intentaba no alejarme mucho del carro de comida a la pasada porque su techo apenas si alcanzaba a cubrirme de la lluvia, pero no era la única intentando salvarse del torrencial que nos había sorprendido hace una hora.

—¿Ves algo?

Negó con la cabeza.

—No. Lo escucho.

Estaba atenta a los ruidos de la calle sin percibir nada fuera de lo común, y justo en ese momento los chirridos de las llantas de un auto al deslizarse por el pavimento llamaron mi atención en la curva.

Rubí suspira con fastidio.

—Ruega porque solo venga atrasado —me advierte justo cuando suena mi teléfono.

—¿Diga?

—¡Consíganse otro chofer! —me grita Yung al oído. No necesito ver a Rubí para saber que entendió que tendremos que volver al departamento por nuestra cuenta.

Escucho los ruidos de las sirenas de la policía antes de que aparezcan y las patrullas aceleran para alcanzar a mi amigo por las calles.

—¿Cómo salió todo tan mal?

—¡Ahora no es un buen momento! —me ladra y cuelga.

Pero si su desgracia no fuera suficiente, una de las patrullas de la policía estaba tan enfrascada en perseguir a Yung que no se percataron, o no quisieron, de la poza de agua en la calle frente a nosotras y el carrito de comida y cafés.

Ni siquiera alcanzo a cubrir mi café recién preparado cuando la ola nos alcanza y nos baña rápidamente de pies a cabeza. El vendedor y Bri a nuestras espaldas sueltan una retahíla de insultos mientras mi amiga de cabello color cereza a mi lado da vuelta el contenido de su vaso de cartón en la calle.

—Nunca es tarde para renunciar a los amigos y conseguir una mascota —sugiere Rubí mientras observa el café intacto de Bri con antojo.

Levanto las cejas.

—¿Por qué no mejor le escribes a Milos para que haga que dejen a Yung en paz? Y de paso también aceptas mi oferta de mudarnos a un lugar cálido.

Bri gruñe mientras observa su ropa.

—Kaisser ya se compró una casa aquí.

—Siempre puede venderla —le recuerdo. Miro el cielo con detenimiento y sin ganas—. Mejor vámonos ya.

Han pasado casi seis años desde nuestro período en Millard Academy, el mismo tiempo que llevo sin creerme que yo misma integré a Rubí Millard en el equipo. La mayoría lo atribuye a una locura pasajera luego de que él... se fuera.

También dicen que otro de mis síntomas fue el haber vuelto al castaño. Nunca volví a teñirme el cabello de blanco.

Lo de venirnos a vivir a Londres... , esa sí que no fue mi culpa.

Mientras vamos en el autobús me dedico a observar el lenguaje no verbal de los pasajeros o de la gente que transita por las calles tratando de adivinar qué estará ocurriendo con sus vidas, haciendo todo lo posible por ignorar la conversación a mi lado donde Bri intenta sin éxito interesar a nuestra amiga en la curiosa vida política del país. No tengo deseos de vivir una vida corriente, es solo que es útil, al menos para mí, entender las conductas de otros y prever lo que ocurre en sus mentes.

Bri me distrae besando mi mejilla para despedirse y deja a Rubí refunfuñando a mi lado.

—Déjame poner en duda una vez más que ella y Don Meto-y-saco-todas-las-noches sean Inusuales.

INUSUALES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora