| Cinco cuerpos | 8

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Aún no despierta.

Se supone que me enviarían un mensaje si Milos despierta, pero lo único que me ha llegado es una alerta para que me eche crema solar.

—Hailey —intenta llamar mi atención una voz suave. Alexa aprieta los labios en una pequeña sonrisa de saludo y me ofrece unos papeles—. La esposa solicita el cuerpo de la última víctima, quiere darle un entierro apropiado.

—¿Puedes ocuparte de eso? No se me da bien consolar extraños.

Creo que le sorprende que le pida un favor porque alza rápidamente sus cejas.

—Por supuesto. Yo me encargo.

—¿Qué estoy viendo?

Bajamos ambas la vista al papel en mis manos.

—Oh, los nombres de quienes podrían estar detrás de todo esto. Yung se estuvo ocupando de hacer el trabajo de tu compañero mientras esté en el hospital y estuvo verificando las coartadas. Te destaqué las dudables y a quienes no pudimos comunicar.

Tengo la palabra en la boca, pero me sale más una mueca y un susurro antes que el verdadero gracias.

Parece ser suficiente para ella. De verdad está tratando de agradarme.

La mansión de Hunter es igualita a una de las tantas en las que irrumpí hace ya varios años atrás con mi antiguo grupo. Tiene la misma obscena cantidad de tesoros que podría pagar por la educación de muchos, por la comida de varios. No me han venido a molestar al balcón por el mismo motivo. Odio cada segundo que pasamos en este lugar.

—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte que no sea estar de adorno?, ¿tal vez ocuparme del Dóberman de Montgomery? —dice una voz nueva, una muchísimo más profunda que la de Alexa—. Ah, interrumpí un pensamiento.

Volteo lentamente de mi vista hacia la playa para ver la molesta, y burlesca ahora, cara de Trev.

Antes de que él pueda decir otra broma, Rubí aparece por su lado llevando un teléfono en una mano y... su almuerzo en un bol en la otra.

—Tengo un trabajo para ti, Trev: deja de respirar por veinte minutos —dice ella y me ofrece el teléfono—. Te busca la policía.

Eso no era bueno antes ni tampoco lo es ahora.

—¿Te dijeron por qué? —consulta Trev, mirándome inquisitivamente mientras me llevo el teléfono al oído.

—La invitaron a tomar té seguro —se burla Rubí.

—¿Diga?

Mientras espero que aclaremos mis credenciales, observo como Rubí le comparte a Trev un poco de su almuerzo. Tengo que tragar con fuerza para no devolver mi propia comida.

Los policías, por supuesto, venían con noticias para quitarnos el hambre a todos. Eso... y una dirección donde nos esperarían.

[...]

La peste se acrecentaba a medida que los grados lo hacían.

Estoy segura de que habíamos llegado a un acuerdo implícito de no hacer muecas por Rubí, pero en más de una ocasión me encuentro con Bri tratando de alejarse de la escena del crimen.

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