INTRO

364 101 14
                                        

Agatha

Un segundo estoy literalmente quemándome en el infierno como he estado por quién sabe cuánto tiempo y al siguiente segundo hay un inmenso alivio en mi cuerpo que se siente como agua helada.

Mi mente no puede comprenderlo.

El fuego es lo único que conozco desde hace mucho tiempo. Arde, duele y es una constante tortura que huele a carne asada, pero después de un tiempo te acostumbras al dolor y aprendes cómo enfocarte en aquellos momentos donde no te estabas quemando, en un intento de escapar la realidad. Sin embargo, sigue doliendo y sigues quemándote.

Por eso me sorprende tanto cuando de repente no me estoy quemando y además estoy en un lugar donde puedo respirar aire fresco por primera vez en milenios.

Creo que este es el momento donde totalmente pierdo la cabeza y empiezo a delirar. He estado en el infierno por millones y millones de años (o, al menos, eso es lo que siento) y esta es la primera vez que no siento fuego a mi alrededor.

Sea cual sea la razón, jadeo intentando inhalar tanto aire fresco como me sea posible y me retuerzo en el suelo para aliviar el inmenso dolor en toda mi piel y esperando con todas mis fuerzas que esta no sea otra ingeniosa idea de Yzhabat para torturarme.

—Agatha, hermana —me llama una voz cerca de mí, pero hace mucho que no estoy en contacto con nadie, así que no puedo registrar su voz. Ni siquiera puedo creer que haya alguien en mi proximidad.

¿Uno de mis hermanos?

—Me quemo —lloro. Mi voz suena ronca, dañada y rasposa después de tanto tiempo usándola solo para gritar. Después de rodar por tanto tiempo, estoy segura de que ya no estoy en llamas, pero mi piel creada justamente para resistir el fuego durante toda la eternidad está viva y ardiendo por todos lados así que sin importar qué toque, todo de mí duele— Todo duele.

—Lo sé. Me gustaría ayudarte —murmura, sentándose a un lado de mí mientras me retuerzo y lloro. Me da unos momentos para calmarme y cuando por fin dejo de llorar y gritar, habla de nuevo— Soy Belzat ¿Me recuerdas?

—No, no te recuerdo —contesto, apretando mis dedos y forzándome a dejar de moverme. Estoy dándome cuenta de que quedarme totalmente quieta hace que duela menos. Y afortunadamente mi piel se está recuperando poco a poco y me hace ser medio consciente de lo que está pasando— Estamos en la tierra de los mortales... ¿Por qué?

—Hice un trato con Yzhabat. El demonio que te condenó —me informa. Ese es un nombre que sí recuerdo. Yzhabat. Un nombre horrible para un demonio horrible, desfigurado y cabrón que me mandó a una eternidad en el infierno y se ha estado divirtiendo con mi sufrimiento desde entonces.

—¿Qué trato? —pregunto, abriendo mis ojos por primera vez en quién sabe cuánto tiempo. Me duelen, pero después de un rato de parpadear para crear humedad, puedo ver otra vez. Me muevo con cuidado hasta que estoy sentada y entonces volteo hacia mi hermano, Belzat— Espera, ¿Eres humano?

—No, pero sí soy mortal —me informa tranquilamente. Su piel es blanca, como la de los humanos más débiles, pero sus ojos siguen siendo negros y grandes como los de un diablo— escuché tu historia de otro hermano, Kel. Dijo que has estado en el infierno durante ocho mil lunas... veinte años humanos, mas o menos.

—Ocho mil lunas —repito, levantando uno de mis brazos rojos, ardiendo de dolor pero empezando a cicatrizar. Es mucho menos tiempo de lo que pensé— se sintió como tres millones de lunas. Pero mi castigo era estar ahí por siempre... Yzhabat descubrió que no estaba cumpliendo mi consigna, solo vivía una vida normal.

—¿Por qué?

—No lo sé. Me gustaba mi consigna al principio, pero después... fue fácil olvidar quién era realmente y cuál era mi propósito, así que solamente deje de hacerlo.

—Eso pensé. Debiste haber buscado más como tú... tal vez me hubieras encontrado.

—¿A qué te refieres?

—También decidí alejarme de mi destino y vivir una vida normal. Busqué y busqué hasta que encontré a mi hermano Kel, él me dijo cómo volverme mortal.

—Mierda... ¿Puedo hacerlo, también?

—Es fácil, pero el proceso puede ser peligroso —explica. Su voz es profunda y bastante calmada. Estamos en lo que parece un basto y largo bosque— Quiero que lo intentes, para eso quedé en deuda con Yzhabat y te traje de vuelta.

—¿Para eso me trajiste de vuelta? ¿Quieres ayudarme? —Pregunto, empezando a sospechar. Un diablo nunca hace algo solo por hacerlo— ¿Qué ganas?

—Es una larga historia, Agatha. Al ayudarte a ti, me ayudo a mí mismo —explica, suspirando— Quiero redimir mi alma, tal vez ir al cielo cuando muera. Me dijeron que tal vez es posible.

—Un diablo en el paraíso, sí claro —suelto una risa burlona llena de dolor y levanto una mano para tocar con cuidado mi cabeza calva. Oh no, mi cabello. Era tan hermoso. Cierro los ojos e intento canalizar mi cobertura humana, pero no puedo. Estoy demasiado herida— Hermano, por favor explícame qué puedo hacer para no regresar al infierno. Haré lo que sea.

—Un alma por un alma... debes encontrar a alguien con descendencia demoniaca y mandarlo al infierno, con Yzabath. El intercambio te libera de la condena y te ofrece una oportunidad para un juicio con un ángel, quien decidirá si eres apta para convertirte en mortal o si debes regresar al infierno. La buena noticia es que los ángeles son estúpidos y buenazos, siempre aceptan.

—Lo haré. Lo encontraré —Aseguro.

Devil In Disguise Donde viven las historias. Descúbrelo ahora