young love

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La belleza de las segundas oportunidades radica en el posterior alivio de no sentir arrepentimiento por el resto de la vida. Algunos tienen la suerte de recibir más de una oportunidad y otros, lamentablemente, no. Pero Gayoung se encontraba en el bando de los suertudos, y agradecida con el universo caminaba rumbo a expresar lo que pudo haber dicho años atrás y no lo hizo. 

No recuerda si fue el miedo, la inseguridad, el momento o un conjunto de todo eso. Pasó hace tanto tiempo que lo único que recuerda es el sabor amargo que quedó en su boca después de haberse guardado lo que quería decir, y la desilusión que causó no sólo a ella misma. Pero ahora, casi en sus treintas y decidida a hacer un cambio radical en su vida, iba a confesar todo lo que pensaba. No quería seguir viviendo arrepentida y no iba a esperar segundas oportunidades, porque usaría las primeras.

Los tacones aguja que tan ampollados le dejaban los pies resonaban con ese «clac, clac, clac» tan satisfactorio contra la acera. Lo bueno es que no tenía que ir tan lejos, con tan solo cruzar hasta la otra vereda ya llegaría a destino. Se aseguró que la calle estuviera libre de vehículos y con pasos cortos pero rápidos llegó hasta el otro lado. Acomodó su camisa blanca reluciente y bajó la falda tubo rosa viejo que se le había arrugado por el movimiento de las piernas, prosiguió con arreglar su cabello y por último relamió sus labios. Con las manos temblorosas abrió la puerta de vidrio y entró al lujoso edificio el cuál tenía que ver todos los días cuando llegaba a su trabajo. 

—Buen día ¿en qué la puedo ayudar? —la recibió la secretaria sentada en el escritorio de la entrada. Su oración parecía respetuosa, pero el tono de su voz denotaba cansancio. Gayoung la supo comprender, ella trabajó como secretaria alguna vez en su vida y sabía lo agotador que podía ser. 

—Estoy buscando a Park Jimin. —respondió con nervios.

—¿Tenías una cita pendiente?

—No. 

La joven levantó la vista del montículo de papel que tenía esparcido sobre el escritorio y la miró, tal vez con irritación, e hizo una mueca. 

 —El señor Park no atiende sin cita previa. 

—Soy una vieja amiga, he venido a decirle algo importante. —mintió, en parte. —Si no me crees, pregúntale. Min Ga-Young, a ver si reconoce ese nombre. 

La secretaria soltó un suspiro después de varios segundos analizando la veracidad de Gayoung. Negó levemente con la cabeza y le hizo una seña con las manos permitiéndole entrar a la parte de los empleados. La joven Min reverenció agradecida y se adentró a los pasillos repletos de cubículos y oficinas. No le hizo falta preguntar en qué piso se encontraba la oficina de Jimin, pues lo sabía muy bien ya que su ventana se enfrentaba con la de ella, lo que les permitía darse pequeñas miradas de tanto en tanto. El ascensor subió hacia el cuarto piso y Gayoung caminó por el pasillo hasta llegar a la última puerta.

Tres toques no fueron suficientes, nadie abrió la puerta, así que tocó otras tres veces más. Pero nada, no había respuesta alguna del otro lado. Apoyó su oído en la puerta de madera, intentando captar algún sonido proveniente de adentro de la oficina, pero todo parecía estar en completo silencio. Decidida, abrió la puerta y entró de sopetón. 

La oficina evidentemente estaba vacía, pero Gayoung igualmente se quedó allí, observando todo. El escritorio, los papeles perfectamente apilados a un costado, el teléfono de línea descolgado y la computadora con el salvapantallas de burbujas en funcionamiento. Se acercó al gran ventanal que iluminaba la habitación y pudo ver con claridad su propia oficina, en el edificio de en frente, en el mismo piso y a la misma altura. Allí estaba su computadora, su pila de papeles sin terminar, su abrigo y su vaso de café a medio tomar. Esbozó una sonrisa por inercia al darse cuenta de lo mucho que Jimin podía llegar a verla si quería, y con algunos que otros pensamientos terminó por sonrojarse un poco. 

bts jimin ; historiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora