CAPITULO 0️⃣2️⃣

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Ana no solía quedarse sin palabras. En general, le gustaba hablar y nunca le resultaba difícil dar su opinión, pero en aquel momento no podía articular palabra. Estaba demasiado ocupada intentando decidir qué la enfadaba más: que Christian pensara que era una stripper, que pensara que era una stripper horrible, que creyera que era asunto suyo o que tuviese la cara de llamarse su amigo...

–No somos amigos –le espetó–. Me di cuenta de eso hace mucho tiempo. ¿Es que no te acuerdas?

Christian le estaba acariciando la nuca, haciendo difícil que pudiera concentrarse.

–Tal vez «amigos» no sea la palabra adecuada –respondió, mirándola a los ojos.

Y lo que vio en ellos hizo que contuviese el aliento. Sus pupilas se habían dilatado, el marrón chocolate convertido en negro. Estaba excitado, pero lo que más la sorprendió fue el cosquilleo que sintió entre las piernas.

–¿Qué tal si hacemos las paces con un beso?—murmuró Christian con voz ronca.

Antes de que Ana pudiera responder, rozó sus labios con los suyos y luego inclinó la cabeza para besar el nacimiento de sus pechos. El deseo la paralizó, la sorpresa y el miedo convertidos en una repentina oleada de deseo.

«Para ahora mismo, detenlo».

Pero deseaba aquello. Aún recordaba cómo sus labios habían encendido sus sentidos esa noche...
Sin pensar, bajó las manos que sujetaban el corsé y dejó escapar un suspiro cuando Christian envolvió un pezón con los labios para tirar de él, despertando sensaciones olvidadas.

–Diez años no han sido suficientes –murmuró, sus pecaminosos ojos grises cargados de deseo.

Ana se apartó, sujetando el corsé, cuando alguien llamó a la puerta.

¿Qué había pasado? ¿Cómo podía haber dejado ella que pasara?

¿Cómo podía Christian seguir afectándola de ese modo?

–Perdone, señor duque –escucharon una voz al otro lado de la puerta–.¿Quiere que deje la bandeja en el pasillo?

–¡Un momento! –gritó Christian, sin dejar de mirarla–. Ponte ahí –dijo luego, en voz baja, señalando la pared detrás de la puerta.

El tono autoritario la sacó de quicio, pero se colocó donde le pedía. Tenía que irse de allí antes de que la situación empeorase.

–El brandy y el agua mineral, señor duque –anunció el empleado cuando Christian abrió al puerta–. Y el impermeable de la señorita. Estaba abajo, sobre un sillón.

–Ah, gracias.

Cuando se quedaron solos, Christian le pasó el impermeable, que Ana se puso a toda velocidad.

–Vamos a hablar –dijo luego, dejando la bandeja sobre una mesa.

–No, mejor no –replicó ella, intentando abrir la puerta de nuevo. Pero Christian se lo impidió una vez más.

–Deja de portarte como una cría. Después de diez años pensé que habrías olvidado esa noche.

Ana apretó lo labios, airada.

–Por supuesto que la he olvidado. Ya no soy una niña.

Preferiría soportar las torturas del infierno antes de admitir que había llorado durante un mes cuando él se marchó. Y que había vivido con la absurda esperanza de que fuera él cada vez que sonaba el teléfono durante mucho más tiempo. Resultaba patético, pero era el pasado.

LOS ASUNTOS DEL DUQUE (HISTORIA CORTA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora