CAPITULO 0️⃣1️⃣

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Los tacones de las botas de Anastasia Steele repiqueteaban como una ráfaga de disparos sobre el suelo de mármol del elegante club privado. El rítmico tableteo sonaba como un pelotón de fusilamiento haciendo prácticas mientras se acercaba a la puerta cerrada al final del pasillo.

«Qué apropiado».

Anastasia se detuvo, intentando calmarse. Los disparos habían terminado, pero su estómago se encogió y luego empezó a moverse como el péndulo del Big Ben. Reconociendo los síntomas de su crónico miedo escénico, se llevó una mano al abdomen mientras miraba la elaborada placa de bronce en la puerta que anunciaba la sala común del ala este.

«Cálmate, puedes hacerlo». «Eres una profesional del teatro con siete años de experiencia».

Pero cuando tras la puerta escuchó un murmullo de risas masculinas le empezaron a temblar las piernas y notó que una gota de sudor le corría por la espalda, bajo el impermeable de Versace de segunda mano.

«Hay gente que depende de ti, gente que te importa ». «Dejar que un grupo de pomposos fósiles te mire es un precio muy pequeño por conseguir que esa gente no pierda su empleo».

Era un mantra que llevaba horas repitiéndose, aunque no servía de nada.

Se armó de valor para quitarse el impermeable y dejarlo sobre un sillón al lado de la puerta, pero cuando miró el vestido que llevaba debajo, el péndulo del Big Ben se le puso en la garganta.

El vestido rojo de lentejuelas se pegaba a sus amplias curvas, haciendo que su escote pareciese el de una estrella de cine porno. Ana respiró profundamente y el corsé que llevaba debajo se clavó en las costillas. Suspirando, se quitó la cinta que le sujetaba el pelo y dejó que la masa de rizos castaños cayera sobre sus hombros desnudos mientras contaba hasta diez.

El vestido, de la última producción de The Rocky Horror Picture Show, no era exactamente sutil, pero en realidad no tenía mucho donde elegir y el hombre que la había contratado aquella mañana no quería nada sutil.

–Carnal, cielo. Eso es lo que estamos buscando –le había dicho–. Rodders piensa trasladarse a Dubái y queremos mostrarle lo que va a perderse. Así que no ahorres en el escote.

Ana había estado a punto de decirle que contratase mejor a una stripper, pero cuando mencionó la cifra astronómica que estaba dispuesto a pagar «si hacía un espectáculo decente» se había mordido la lengua.

Después de seis meses buscando un patrocinador, Ana estaba empezando a quedarse sin ideas y necesitaba treinta mil libras para que el café teatro Crown and Feathers siguiera abierto una temporada más.

La agencia de telegramas musicales Billet Doux había sido una de sus ideas para recaudar fondos, pero por el momento sólo había conseguido seis contratos y todos de amigos bienintencionados. Y después de trabajar sin descanso para pasar de ayudante a gerente en los últimos siete años, dependía de ella que el espectáculo siguiera adelante.

Ana suspiró, sentía el peso de la responsabilidad como una losa sobre sus hombros mientras las ballenas del corsé le constreñían los pulmones. El banco se quedaría con el teatro si no pagaba los intereses del préstamo, de modo que sus principios feministas eran un lujo que no podía permitirse.

Cuando aceptó el trabajo ocho horas antes había decidido que era una oportunidad de oro. Haría una interpretación elegante de Life is a Cabaret, enseñaría un poquito de escote y se marcharía con el dinero, mas la posibilidad de que volviesen a contratarla si lo hacía bien. Después de todo, aquel era uno de los clubs privados más exclusivos del mundo, al que acudían príncipes y aristócratas.
No podía ser tan difícil, pensó. Además, le había dejado bien claro al hombre que la contrató lo que hacía una cantante de telegramas y, sobre todo, lo que no hacía. Y José Rodríguez y sus amigos no podían ser un público tan difícil como los veinte niños de cinco años a los que había cantado «Cumpleaños Feliz» la semana anterior.

LOS ASUNTOS DEL DUQUE (HISTORIA CORTA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora