CAPITULO 0️⃣7️⃣

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–Despierta, bella durmiente, tienes que apartarte del sol o acabarás con quemaduras de tercer grado.

Anastasia se cubrió los ojos con una mano para ver a Christian sobre ella, alto y guapísimo con un pantalón de lino y una camisa de color claro.

–¿Ya has vuelto? –Anastasia se estiró perezosamente. Se había ido a una reunión después del desayuno y ella había decidido nadar un rato en la piscina. Era una sorpresa que hubiera vuelto tan pronto. Christian se puso en cuclillas para mirarla a los ojos.

–He estado fuera dos horas. Y tú tienes la nariz muy roja.

–¿Qué hora es? –preguntó Ana, medio grogui, decidida a no preguntarse por qué su corazón se aceleraba al ver que mostraba cierta preocupación por ella.

A pesar de la discusión con Christian sobre la «pasión animal» estaban empezando a ser amigos de nuevo. Después de dos días, el compañerismo entre los dos era tan excitante como la relación sexual. Si el primer día en Florencia había sido mágico, el día anterior lo había sido más. Habían comido en una trattoria en el Mercado Centrale y Christian se había reído de sus patéticos intentos mientras trataba pedir la pizza en italiano. Luego habían ido a ver los preciosos mosaicos de la basílica de San Miniato al Monte y más tarde se habían abrazado bajo las estrellas mientras veían La Dolce Vita en una pantalla de diez metros en un parque cercano.

En las últimas veinticuatro horas, Anastasia había conocido a un hombre culto y carismático, con un gran sentido del humor, apasionado por su trabajo y por la bella ciudad en la que vivía. Tal vez no habían hablado del pasado ni de nada personal, algo deliberado por parte de Christian, pero ella tampoco había insistido. ¿Por qué arruinar el momento?Christian miró el reloj.

–Es más de la una y ésta es la hora en la que no se debe tomar el sol.

–Ah –Anastasia llevaba una hora durmiendo y seguramente tendría quemaduras al día siguiente. Por suerte, se había puesto crema solar con factor de protección 50.—No sé por que me miras así, es culpa tuya.

–¿Por qué?

–Eres tú el que no me deja dormir desde que llegamos a Florencia –bromeó Anastasia, aunque era cierto. La suya era una amistad con derecho a roce, pensó mientras su pulso se aceleraba al ver los poderosos muslos bajo el pantalón. Lo habían hecho rápido, fuerte, despacio, lentamente... y de muchas más maneras. El poder de recuperación de Christian era hercúleo y Ana nunca se había sentido más satisfecha o más exhausta en toda su vida. Cuando despertaba entre sus brazos por la mañana, respirando el ya familiar aroma de su piel, se sentía viva. Y esa mañana, cuando se marchó temprano porque tenía una reunión, se había sentido sola. Lo estaban pasando muy bien, era cierto. Pero eso tenía que terminar.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿Te has puesto crema solar?

–Sí, jefe.

–Oye, que no tiene gracia. Lo digo en serio, las quemaduras del sol no son ninguna broma.

–Y eso lo dice un hombre que seguramente nunca se ha quemado –dijo ella, pasando el dedo por un bronceado bíceps—. En serio, pareces mi madre.

—¿Ah, sí? –Christian levantó una ceja.

–Sí.

–Pues sólo por eso...

Anastasia lanzó un grito cuando la levantó en brazos de la hamaca. –¿Qué haces?

–Voy a refrescarte –respondió él.

Anastasia intentó que la soltara, pero Christian no estaba dispuesto a hacerlo. –¡Ya he nadado un rato esta mañana!—Ignorando sus protestas, Christian se acercó al borde de la piscina.

LOS ASUNTOS DEL DUQUE (HISTORIA CORTA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora