Capítulo 13: Domingo 24

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Quince días

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Akane

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Abro los ojos reticente, sabiendo que el sol hace ya mucho que brilla en el cielo. No puedo evitarlo, estoy encerrada en una jaula de calidez, en la comodidad de una cama desconocida me siento en casa.

Le veo dormir, creo que hasta el momento nunca me he parado a hacerlo. Respira suave, sus labios expiran y aspiran el aire que prácticamente sopla sobre mi rostro. Sus cejas son gruesas y oscuras, siempre ocultas por sus revoltosos cabellos negros. Los aparto con cuidado y poso la palma de mi mano sobre su frente.

Lo sabía, tiene unas décimas de fiebre. Ayer debió de hacer un esfuerzo sobrehumano. Él, que siempre despierta al alba, al que siempre sorprendo junto a mi puerta con el desayuno, aún no ha hecho ni el intento de abrir los ojos.

Está enfermo, y es por mi culpa.

Me muerdo el labio inferior preocupada, es cierto que a la noche se le veía agotado. Yo perdí el conocimiento, ni siquiera me hago a la idea de lo que debió pasar. Recuerdo el frío mar, el peso de la espada tirando de mi muñeca. Recuerdo sus brazos firmes, las olas golpeándonos, que me costaba respirar...

Retiro la mano y compruebo que le recubre una tenue pátina de sudor frío. Está claro que mi cuerpo a su lado no le hace ningún bien.

Aspiro suavemente, con la cabeza apoyada en su pecho, ¿así es como se siente dormir con un hombre? Su olor embarga mis sentidos, me resulta hipnótico. Podría acostumbrarme.

Levanto la cabeza y rompo nuestro contacto con más pesar del que me está permitido sentir. Me quedo un instante sentada en el futon observando la única ventana de la habitación.

No puedo evitar que las preguntas que he estado eludiendo me asalten de golpe. Son como agujas clavándose en mi piel, como si me apuñalaran mil veces hasta dejarme sin aliento.

¿Qué estoy haciendo? ¿Qué me está pasando?

Si hace tan solo una semana alguien me hubiera dicho que iba a terminar en la misma cama que mi supuesto marido me habría reído en su cara, y ahora... ahora...

Ranma se revuelve en sueños y me hace regresar a la realidad. Todo eso ya no importa, no ahora al menos. Me pongo en pie y recoloco los pliegues de mi yukata, el cual se ha movido ligeramente de su sitio a causa del sueño.

Lo ajusto bien a mi cintura y abro la puerta de la habitación, me extraña no encontrar a nadie en el pasillo. Camino con mis pies descalzos sobre la suave superficie de tatami que recorre la casa tradicional, hasta que llego a lo que adivino es la recepción, donde tampoco hay nadie.

Miro los lados hasta que un dedo posado en mi espalda me sorprende al punto de brincar medio metro en el aire. Me doy la vuelta con el corazón en un puño y me encuentro con la amable cara de la anciana de anoche.

—¿Habéis dormido bien? —pregunta tranquila, y yo intento recuperar la compostura.

—Sí, gracias por la ayuda —me inclino en señal de agradecimiento y ella mueve la mano, quitándole hierro al asunto.

—Bobadas, es temporada baja y apenas entran clientes. Como sólo tenemos una habitación, más que un hotel somos algo así como una segunda casa en la playa. Siempre es un placer recibir parejitas jóvenes.

Quince díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora