Sangre

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Una despedida no es siempre un adiós, porque una decepción no es siempre una derrota.
Eso es lo que trato de creer mientras condeno a una mente hecha trizas, culpable de todo este desastre, de todo este asfalto que ahora arde entre tú y yo.
Cómo odio pelearme con la razón mientras este corazón solo late en sentido opuesto, mientras sístole y diástole bombean sangre para alguien que ahora sólo vive en esta memoria, maniobra inútil de los que echamos de menos.
El mea culpa golpea mis entrañas haciéndome saber que soy la única asesina de este crimen, que esos ojos tuyos y esa mirada tuya siempre han sido cómplices del peso que acarreaba mi espalda, mis ventrículos y todo mi sistema respiratorio, y tú en mitad del incendio fuiste verso que alivia al poeta. Fuiste aire llenando mis pulmones, electricista echando un cable, pulso entre dolor y risa, y por eso ahora no sé qué pesa más pero sí cuál deja marca.
Recordarte siempre será la luz que alumbre el túnel, recordarte sonriendo, abrazando a este saco de cristales rotos como si hubieras tratado de arreglar ese espejo en el que siempre te mirabas y te sentías vivo.
Porque eres todo lo que cualquier melómano siempre ha querido componer, y yo jamás llegué a entender qué era el amor hasta que te fuiste y recordé cómo en una caricia se podían fundir unos dedos que estaban cansados de ser sangre,
herida
y ahora cicatriz.

Cuando menos lo merezcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora