Sé que puedes verme.

215 5 1
                                    


Era la quinta vez que miraba el reloj en los últimos quince minutos. El tiempo parecía que jugaba en su contra y no pasaba. Estático, asfixiante. Se removió inquieta en su asiento, incapaz de prestar atención a las palabras del hombre que, con una voz tremendamente monótona, hablaba y hablaba de algo de lo que ella había perdido el hilo hacía ya un buen rato.

Las clases de ese día estaban siendo extrañamente pesadas. Todas, sin excepción. A pesar de que era uno de los días más duros de la semana, el motivo no era ese, realmente. El problema era que llevaba ya unos días que no dormía demasiado bien. Algunos días apenas pegaba ojo, otros dormía muchas horas, pero no lograba descansar. Pero la noche anterior había sido especialmente inquietante. Una constante sensación de sentirse observada le había hecho despertarse varias veces y casi podría haber jurado haber visto unos profundos ojos negros que la escrutaban desde la silla del escritorio de su habitación. Era especialmente turbador si se tenía en cuenta que Anne vivía sola.

Solo había dos cosas buenas en ese momento: la primera, es que era la última clase del día y, por fin, podría irse a descansar; la segunda, que era jueves y los viernes no tenía clase, por lo que por delante tenía tres largos días en los que recuperar el sueño perdido y, con un poco de suerte, poder descansar apropiadamente. Por dios que lo necesitaba como agua de mayo.

Cuando finalmente el profesor dio por terminada su explicación, Anne se levantó pesadamente de su asiento y recogió sus cosas, casi sin ser realmente consciente de lo que hacía, solo con la cabeza puesta en llegar por fin a su casa. Miró distraídamente los apuntes que había tomado aquel día: dos líneas. En dos horas de clase.

Fantástico.

- No te agobies, te los mando esta noche por email – dijo una voz a su lado, que le hizo sobresaltarse levemente, casi hasta había olvidado que no estaba sola en aquel lugar.

- ¿Eh? - se giró hacia la dueña de la voz, con una sonrisa cansada- Te lo agradeceré mucho, de verdad, hoy no he sido precisamente productiva.

- ¿Un mal día? - preguntó María, apoyándose en su mesa, mientras ella terminaba de recoger. María y Anne eran amigas desde que tenía memoria, eran casi hermanas y ambas siempre sabían exactamente cómo se sentía la otra. Habían sido un gran apoyo en momentos malos y la compañera perfecta de sus mayores éxitos. Por eso, no le costó lo más mínimo saber que su amiga no estaba al cien por cien, precisamente.

- Más bien una mala noche- contestó Anne, recargando la mochila sobre un único hombro. – Menudas pesadillas... No he dormido nada – comentó reprimiendo un bostezo, mientras ambas se dirigían fuera del aula, esquivando a la marabunta de compañeros que tenían la misma prisa que ellas por comenzar su fin de semana.

- Si no vieras tantas películas de miedo...- dijo su amiga con una sonrisa cariñosa. Para ella no era un secreto que Anne adoraba ese género que, en lo personal, no le gustaba ni lo más mínimo.

- No han tenido nada que ver, lo juro. Era un sueño raro... Era muy real, como si hubiera pasado de verdad – murmuró con la vista en el suelo y frunciendo los labios. Si se concentraba, aún podía sentir la misma inquietud que la noche anterior.

- Básicamente como con todos los sueños - contestó su amiga con una risa – pero sabes que ninguno es real. Es lo bueno y lo malo de los sueños.

- No te burles. Era como si alguien me estuviera mirando desde la silla de mi cuarto. Me despertaba cada media hora y juraría haber escuchado cómo me llamaba. Recuerdo unos ojos negros, profundos, observarme casi con demasiado interés, como si... como si pudieran leer mi alma.

- Eso te pasa por ver tantas películas de miedo – dijo una tercera voz, poniéndose a la altura de las otras dos chicas.

- Gracias por el interés, Ali, pero eso ya me lo ha dicho mi psicoanalista personal- dijo señalando a María, con un gesto cansado de la mano.

Ever DreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora