¿Tú crees en fantasmas?

71 3 0
                                    

Vale, esto no había salido como él había planeado en absoluto. Se mantuvo mirándola un rato y se sintió idiota cuando trató de zarandearla por los hombros. ¿No había sido él mismo el que le había dicho que era estúpido siquiera pensar en tocarle? Si él había intentado eso mismo simplemente era por pura desesperación.

- Santa mierda, ¿y si la he matado del susto? - dijo empezando a entrar en pánico - Calma, Ace. No, no es posible. Ella solo... solo... - se acercó todo lo que pudo hasta su cuerpo y sintió que respiraba acompasadamente - Bien, al menos sé que está viva.

Comenzó a andar en círculos por el portal, despeinándose el pelo, totalmente nervioso, buscando algún tipo de solución. Y aún se puso peor cuando la puerta se abrió y entró una señora mayor, pelirroja, algo gruesa y con un cigarrillo en la boca. Tenía el pelo trenzado e iba profiriendo groserías sobre los críos con los que se había cruzado en la calle, mientras volvía del supermercado. Decidió dejar que ella hiciera algo por Anne.

- Malditos mocosos, se creen que la ciudad es suya. ¡Por mí como si se van del barrio y no vuelven nun...! - se quedó de piedra al ver a la chica ahí tumbada. Se acercó corriendo, soltando las bolsas de la compra y le puso la mano en la frente - Anne... Oye, Anne... Chica, ¿estás bien?

Pero, como la chica no respondía, se la subió al hombro y entró al ascensor, pulsando el piso de su casa.

- Espero que ese idiota de Grant esté en casa - dijo mirando a la chica en el reflejo del cristal - Voy a necesitar ayuda contigo...

En cuanto pasó por su puerta, llamó a su marido a gritos, que salió con cara de malas pulgas y el puño el alto. El hombre era más alto que ella, y se notaba que, cuando fue joven, se había cuidado bastante. Tenía el pelo corto y una perilla bastante poblada, aunque ya estaba todo totalmente cubierto de canas. Era un ex general del ejército y aún le quedaba algo del carácter militar de su juventud. Pero eso no le impedía vestir una camisa hawaiana que le restaba toda la seriedad que podía llegar a tener.

- ¿Por qué siempre tienes que gritar tanto, Carla? - dijo metiéndose el meñique de la otra mano en la nariz - Ni que nos estuvieran invadiendo.

- ¿Qué invadir ni qué invadir? ¡Baja al portal! Me he dejado las bolsas de la compra ahí.

El hombre iba a replicar, a punto de soltarle un puñetazo en la cabeza, cuando vio a la chica desmayada. Salió a por las bolsas sin rechistar y, al volver, vio que Carla la había tumbado en el sofá y trataba de hacerla despertar.

- ¿Qué le ha pasado? - preguntó asustado, también. Esa chiquilla era vecina suya desde hacía unos pocos años y el matrimonio le había cogido cierto cariño.

- ¿Cómo voy a saberlo? Estaba así cuando llegué al portal. Tal vez se desvaneció por cansancio.

- Estos niños de hoy en día... ¡No aguantan nada! Si hubiera hecho la mili...

No terminó la frase porque Carla le dedicó una de esas miradas que derriten el hielo. Era un claro "si no vas a ayudar, lárgate de aquí". El hombre simplemente cerró la boca y se sentó en el sillón que había junto al sofá en el que estaba la chica, sin quitarle la vista de encima.

Ace estaba muy confundido. Se había alejado de ellos, pero no les quitaba el ojo de encima. Era cierto que no podían verle, ni sentirle, por lo que no habría problema por eso. Pero a Ace ya le habían atravesado las suficientes personas como para darse cuenta de que no era una sensación agradable. De modo que mantuvo las distancias intentando descubrir por qué esa situación se le antojaba tan jodidamente familiar, como si la hubiera vivido antes, como si conociera a esas personas de algo.

Unos minutos más tarde, pudo, por fin, suspirar algo aliviado, pues la chica poco a poco comenzó a abrir los ojos. Se sobaba la cabeza, como si le hubieran estampado un yunque con fuerza. Se sentó y trató de enfocar a las dos personas que estaban con ella en ese salón.

Ever DreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora