Capítulo Once: Un Invitado en Casa y Otro no Muy Invitado.

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Mi madre me había hablado la mañana siguiente y me había rogado por algo que no estaba muy consiente de aceptar a las siete de la mañana de un día de vacaciones solitarias en mi casa.

Mamá: Hey, paquesito, estuve hablando con tu tía Angie...

Yo: Oh, Dios, ¿éstas consiente de qué hora es?

Mamá: ...y resulta que ella y Bob irán a celebrar su aniversario al casino Lexus, ¿acaso no es encantador? Como sea, no tienen con quién dejar a tu prima, y me pidieron de favor si te podía preguntar si la puedes cuidara, ¡a lo que de antemano contesté que con gusto cuidarías a la pequeña Koda!

Yo: Mamá, para tus caballos, ¿quién es Koda?

Mamá: ¿Tu prima? ¿La hija de Angie y Bob? ¿Estás siquiera escuchando lo que estoy diciendo, Jayden? No te habrás quedado de fiesta en fiesta y llegado tarde a casa porque...

Yo: Mamá, no fui de fiesta.

Mamá: Bien, ¿qué dices? Koda llegará como en dos horas, así que arregla cualquier desastre que tengas alrededor y trata de lucir entusiasta.

Yo: Claro, porque la idea de cuidar a una niña que ni siquiera conozco es tan emocionante.

Mamá: ¿Ves? Sabía que te iba a gustar.

Yo: Mamá, estaba siendo sarcástica.

El caso es que forzosamente tenía que aceptar ahora que la tía Angie la estaba trayendo, y rápidamente me había metido a la ducha y puesto decente. Había arreglado la casa, limpiado los residuos que aún quedaban esparcidos de la fiesta de final de semestre y lavado la gigante pila de platos en el fregadero que era una réplica a escala de la famosa torre de Babel.

Así que para cuando la familia llegó, todo estaba reluciente y el olor a a vomito que ligeramente había sobrevivido en el aire ahora estaba muerto con un poco de Febreeze aroma lavanda.

―¡Jayden, cariño!― exclamó la tía Angie cuando abrí la puerta. Ella se lanzó hacia mi en un fuerte abrazo de oso y pellizco mis mejillas. ―¡Cuánto has crecido!

Era lógico, ya que la última vez que me había visto fue en la navidad de hace tres años. Y eso que vivíamos a menos de una hora de distancia. Ah, familia unida por siempre.

Una pequeña niña con cabello castaño y ojos color avellana salto alrededor de nosotras y jaloneó de mi abrigo.

―¡Oh, Jay Jay! ¡No sabes cuánto nos vamos a divertir!― dijo, quien supuse que era Koda.

El tío Bob nunca se bajó del auto que estaba estacionado al lado de mi Mustang -Ethan lo había traído dos días después, cuando la nieve había dejado de caer-. La tía Angie nos apresuró adentro, dejó la maleta de Koda en la sala y agitó su mano gritando un adiós y un "¡No dejes que se duerma tan tarde!" antes de cerrar la puerta.

Como en las películas de terror, me giré sobre mi talones hacia donde me esperaba mi peor pesadilla.

Koda vestía un vestido esponjado rosa pastel, con calcetas blancas y zapatos del mismo color. Sus dos coletas rebotaban de un lado a otro mientras ella brincaba, cantando una canción que si no mal recordaba, era de Frozen. Let it go; mi Santo Dios.

―Koda, cariño, ¿cuándo te van a recoger?― pregunté fingiendo dulzura.

―No lo sé.― la niña se encogió de hombros con delicadeza y siguió curioseando de un lado a otro. ―Pero mamá empacó tanta ropa como cuando fuimos de vacaciones el verano a Hawaii. ¿No es increíble, Jay Jay? Quizás me quede todas las vacaciones.

Raised by Wolves ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora