Más allá de la imaginación
Faith Ringgold es una aclamada artista, conocida por sus edredones pintados en los que cuenta
historias. Ha expuesto en los principales museos de todo el mundo y su obra forma parte de las
colecciones permanentes del Museo Guggenheim, del Metropolitan Museum of Art y del Museo de
Arte Moderno de Nueva York. Además, es una laureada escritora: recibió el Caldecott Honor por su
primer libro, Tar Beach. También ha compuesto y grabado canciones.
La vida de Faith rebosa creatividad. Curiosamente, sin embargo, una enfermedad, que la mantuvo
apartada de la escuela, fue la que le llevó por este camino. Cuando tenía dos años le diagnosticaron
asma; debido a ello, comenzó tarde su educación académica. Durante nuestra entrevista me contó que
creía que haberse mantenido lejos del colegio a causa del asma había sido algo positivo en su
desarrollo como persona, «porque, ¿sabes?, no estaba por ahí para que me adoctrinaran. No andaba por
ahí para que me moldearan como creo que moldean a tantos niños en una sociedad reglamentada como
es, y supongo que en cierto modo tiene que ser, la escuela. Porque cuando tienes a un montón de
personas en un mismo espacio, debes conseguir que se muevan de cierta forma para que la cosa
funcione. Simplemente, nunca tuve que soportar la reglamentación. Me perdí preescolar y primer
grado. Comencé a ir al colegio en segundo. Pero todos los años solía faltar como mínimo, no sé, puede
que dos o tres semanas debido al asma. Y te aseguro que no me importaba perderme aquellas clases».
Su madre se esforzó para que avanzara al mismo ritmo que las clases que se estaba perdiendo en el
colegio. Y cuando no estudiaban, podían explorar el amplio mundo de las artes del Harlem de los años
treinta: «Mi madre me llevó a ver todos los grandes espectáculos del momento. Duke Ellington, Billie
Holliday, Billy Eckstine: aquellos viejos cantantes y directores de orquesta, aquella gente que era tan
maravillosa. Así que esas eran las personas que yo consideraba altamente creativas. Era tan evidente
que hacían de sus cuerpos obras de arte... Todos vivíamos en el mismo barrio. Era fácil tropezarse con
ellos: estaban allí, ¿sabes? Su arte y su buena disposición para entregarse a su público y a sus
espectadores me inspiraban profundamente. Me hizo comprender el aspecto comunicativo de ser
artista.
»Nunca me vi obligada a ser como los otros niños. No vestía como ellos. No me parecía a ellos. En
mi familia tampoco esperaban eso de mí. De modo que para mí fue natural hacer algo que se
consideraba un poco extraño. Mi madre era diseñadora de modas. Era una artista, aunque ella jamás se
habría definido así. Me ayudó mucho, aunque siempre insistió en que no sabía si dedicar la vida al arte
sería bueno».
Cuando Faith comenzó por fin a ir al colegio a tiempo completo, encontró la emoción y el estímulo