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A cualquier precio
abriel Trop es un estudiante brillante. Cuando le conocí se encontraba en Berkeley haciendo un
doctorado en literatura alemana. Ese trabajo significa mucho para él, pero no es la única cosa que le
apasiona. También siente una atracción arrolladora por la música. «Si perdiera el uso de mis manos -
me dijo-, mi vida se acabaría.»
A pesar de todo, Gabriel nunca ha considerado la idea de convertirse en músico profesional. De
hecho, durante mucho tiempo no quiso tener nada que ver con la música. En los primeros años de
secundaria, Gabriel miraba con lástima a los estudiantes de música, que cargaban con los voluminosos
instrumentos dentro de su funda de un lado a otro del campus y acudían al instituto antes que todo el
mundo para asistir a los ensayos. Aquello no era para él, en especial lo de acudir al instituto tan
pronto. Se prometió en secreto evitar la música.
Sin embargo, un día que estaba al piano, tocando las teclas ociosamente en la clase de música que
formaba parte del plan de estudios del instituto, se dio cuenta de que tenía facilidad para distinguir las
melodías. Con un mal presentimiento, también se percató de que le gustaba hacerlo. El profesor de
música se había acercado como si tal cosa para escuchar y Gabriel intentó que no se notara lo mucho
que estaba disfrutando. No debió de hacerlo demasiado bien, porque el profesor le dijo que tenía buen
oído y le propuso que fuera al almacén de música para ver si alguno de los instrumentos que había allí
le atraía.
Un amigo de Gabriel tocaba el violoncelo, razón por la que decidió probar uno de los que había en
el almacén. Descubrió que le encantaba la forma y el tamaño del instrumento, así como el sonido
profundo y armonioso que despedía al puntear las cuerdas. Uno de los violoncelos en concreto tenía
«un maravilloso olor a barniz de colegio». Decidió romper su promesa y darle una oportunidad.
Cuando empezó a practicar, lo hizo de manera despreocupada, pero enseguida descubrió que le
encantaba y que cada vez pasaba más tiempo haciéndolo.
De ahí en adelante, Gabriel practicó tan a menudo y con tanta intensidad que en un par de meses ya
tocaba razonablemente bien. En un año se convirtió en el violoncelista principal de la orquesta del
instituto. Esto quería decir, desde luego, que llegaba al centro muy temprano, arrastrando el
voluminoso instrumento de su funda de un lado a otro del campus ante la compasiva mirada de los que
no eran músicos.
A Gabriel también le encantan la literatura, el alemán y el trabajo académico. En algún momento
tuvo que tomar una dura decisión y elegir entre la música y la vida académica como eje principal de
su vida. Después de una larga lucha interior, escogió la literatura alemana porque pensó que le