Viva Las Vegas

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Oswald Stein por fin se había jubilado en la fábrica de cajas de cartón para la que trabajaba como contador. Su jefe lo había estado presionando, sus compañeros se burlaban de él diciendo que no se decidía porque no sabía como disfrutar de la vida, incluso su esposa le había insistido en que dejara de trabajar para que pasara sus últimos años cosechando los frutos de una vida de sacrificio.

Llegado el gran día, sus colegas le hicieron una fiesta de despedida y, medio en burla, le regalaron dos pasajes a Las Vegas.

Lo cierto era que todos pensaban que los devolvería y se quedaría con el reembolso pero, para sorpresa de los incrédulos, Oswald decidió embarcarse en la aventura.

Había recorrido los casinos de la Strip y se encaminaba hacía su hotel, aunque aún era temprano para la mayoría de los juerguistas. Se decía "empezaré a vivir la vida, pero no quiero acortarla" mientras deambulaba de la mano de su esposa encandilado por las luces de neón.

En medio de las sombras, un tumulto de gente llamó su atención. "Debe ser un espectáculo callejero" pensó y le indicó a su acompañante que sería interesante observar. Ella asintió con un bostezo que amenazaba con dejarlo sólo si no llegaba pronto a un cama dónde descansar.

En medio del gentío había un joven moreno, vestido con un chaleco abierto y un pantalón holgado, parado frente a un mesilla portátil. Invitaba animosamente, y con un acento extranjero, a los curiosos a apostar en el clásico monte de tres cartas.

Más de la mitad sabía bien que era un timo, pero los que no, tampoco apostarían al reconocer al gran mago Cartablanca detrás de los naipes.

Carlos Blanco, mejor conocido por su nombre artístico; Cartablanca, era un ilusionista brasilero que se había abierto paso entre las estrellas que ofrecían sus espectáculos en la ciudad. Su especialidad era la cartomagia, y su peculiaridad era trabajar con el torso desnudo, lo que dificultaba descubrir sus trucos.

Había quien pensaba que su vestuario era más propio de un mono marroquí, de esos que bailan con las cajas musicales, pero nunca se atreverían a comparar a un hombre de tez morena con el animalejo por miedo a ser juzgados de racistas.

—Pasen señores y hagan sus apuestas. —decía— Desafíen la habilidad de este humilde servidor y doblen su apuesta.

—Puede ser divertido —dijo sonriente Oswald a su mujer.

—No sé, dicen que esto es un timo. Lo vi en el programa de la mañana.

—Estamos en Las Vegas querida, todo es un timo aquí. —respondió con un aire catedrático mientras sacaba un billete de veinte dolares

Se aproximó entre la multitud mostrando el dinero y animó al dueño del puesto a que lo venciera.

—Es muy sencillo cavalheiro, solo debe encontrar la reina de corazones —dijo volteando las cartas, mostrando que eran un as de espadas, una reina de corazones y un jack de diamantes.

—De acuerdo —respondió Oswald entusiasmado.

Carlos volteó las cartas y con un ágil movimiento comenzó a moverlas con tanta velocidad que dificultaba seguirlas. Se habían convertido en un borrón amalgamado que seguía el patrón del reverso, mientras repetía "No la pierda de vista. No la pierda, no senhor"

Cuando finalizó, puso las manos a un lado e invitó al pobre Oswald a elegir una. El publico arengaba proponiendo una u otra y, finalmente, después de un momento dubitativo en que no dejaba de sonreír, el buen hombre depositó su billete en la carta de la derecha.

—¿Está seguro que esta es su carta? —preguntó Carlos.

—Sí, estoy seguro.

—¿No quiere cambiarla?

—No, no. Es esta. Estoy seguro.

—Está bien. No toquen la mesa por favor. A la una... —dijo mientras sujetaba la carta por un borde— a las dos... —generaba intriga, a pesar de saber el resultado, mientras la levantaba lentamente— y a las....¡tres! —concluyó dando vuelta la carta elegida para mostrar que se trataba del jack de diamantes.

Se escuchó un lamentó al unisono de la multitud. Algunos comenzaron a aplaudir y Oswald, divertido, le dio la mano a su rival.

—Ha ganado limpiamente amigo —le dijo— Pero, dígame, ¿cómo lo hizo?

—Secreto del oficio —respondió el mago, con una sonrisa resplandeciente.

—Deberías decirle la verdad —dijo un hombre en voz baja muy cerca de su oído.

Se volteó molesto y se encontró cara a cara con un anciano de anteojos parado frente a su guardaespaldas.

—El show terminó, Cartablanca. —continuó el hombre misterioso— Tenemos que hablar. Tengo una propuesta que no puede rechazar.

—Bueno senhores, esta noche terminamos temprano —dijo disimulando su impaciencia, mientras cerraba su mesilla y buscaba con la vista un hueco por el que escapar.

La gente, decepcionada, comenzó a dispersarse lentamente. Una vez que encontró un espacio libre, Carlos emprendió su carrera desaforada en sentido opuesto al personaje que lo había amenazado. 

La lista de personas que lo quería muerto en la ciudad era larga. Había utilizado sus dones en las mesas de blackjack de cada casino, legal o clandestino. Esta infamia le había valido que nadie  quisiera contratarlo.

"No voy a tener una bomba que no sé cuándo puede explotar bajo mi techo" había dicho una vez el dueño de un hotel donde se postuló como acto principal, cuando le pidió explicaciones por el rechazo.

Corrió hasta el cansancio y, finalmente, cuando pensó que los había perdido, se refugió en un callejón oscuro.

—No tiene a dónde escapar de mí —dijo el anciano de bastón que lo esperaba en las penumbras.

—¡Mierda!¿Cómo... —preguntó mirando en dirección al hombrecillo, intentando recuperar el aire.

Sacando fuerzas de dónde no tenía, se volvió hacía la calle para volver a huir, pero esta vez el guardaespaldas le corto el paso. Con la tenue luz pudo observar su rostro debajo del sombrero a pesar de que se escondía en las solapas del sobretodo marrón que llevaba. Tenía el rostro de piedra, como si se tratase de una estatua viviente.

—¿Quienes son ustedes? —preguntó espantado volviéndose al hombre.

—Soy el doctor Roswell y, cómo le dije, tengo un trabajo para usted.

Héroes Inesperados - La llegada de IgnisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora