Lección 101

14 2 0
                                    

La cena fue incomoda para todos, excepto para Asmodeus que disfrutaba de la vergüenza que se palpaba en el aire. 

Anónimo engullía casi sin masticar cuanto tenía a la alcance de la mano. Aimée comentó extrañada su capacidad de comer a montones sin engordar, siempre intentando no cruzar mirada con Carlos.

El mentalista se limpió con una servilleta y alegó un excelente metabolismo mientras miraba de soslayo al demonio que se sonreía.

El cartomago, que recíprocamente evitaba a la francesa, preguntó al robot mayordomo por el paradero de su anfitrión. 

—El doctor Rosswell siempre se alimenta en su estudio —respondió mientras retiraba las bandejas que habían sido víctima de la voracidad de Anónimo.

Schrödinger, por su parte, no ofrecía conversación alguna. Se limitaba a dar pequeños bocados de su plato mientras leía un antiguo ejemplar que había tomado prestado de la impresionante biblioteca de Rosswell.

—Cuando terminen de comer —continuó el autómata mientras servía agua— el doctor los espera en el ático.

—Sólo vi una escalera que lleva a las habitaciones —dijo Carlos mientras jugueteaba con una pata de pollo, la experiencia de la tarde le había quitado el apetito— ¿Cómo se llega al ático?

—Hay otra escalera detrás de la última puerta del pasillo —respondió el mentalista.

Todos lo miraron sorprendidos y éste se encogió de hombros.

—Estaba aburrido y me puse a explorar el lugar, no tiene nada de malo —se justificó ante las miradas que parecían acusarlo de fisgón.

A medida que terminaban de comer, uno a uno fueron poniéndose de pie y encaminándose hacía el lugar que les habían indicado. El último fue Anónimo, que se había propuesto no dejar restos.

—¿Qué pasa entre ustedes? —preguntó Schrödinger mientras caminaba junto a Carlos, que se rezagaba para mantener la distancia con Aimée y Asmodeus, que lideraban el ascenso.

—¿Realmente quieres saberlo?

—La verdad no.

El portugués asintió y siguieron avanzando.

Una vez arriba, el ático resultó una sorpresa. El lugar no era muy amplio, tenía un techo bajo y un rosetón en una de las paredes. En el espacio había distribuido cinco pupitres y un pizarra con planos y papeles enganchados. Al frente había un escritorio con una silla.

Los huéspedes fueron acomodándose, expectantes a los planes del doctor Rosswell.

—Esto parece la Casa de Papel —dijo Anónimo muy divertido

—¿Qué es eso? —preguntó Asmodeus.

—Una serie —respondió Carlos.

—¿Qué es una serie?

—Un programa de televisión.

—¿Nunca viste una serie? —preguntó el mentalista con aire soberbio, jactándose de saber algo que el demonio ignoraba.

—Llevo más de treinta años en el infierno, no hay muy buena recepción allá abajo.

—Bueno, la Casa de Papel —comenzó a explicar muy catedrático Anónimo— es un programa dónde tienen que robar una imprenta de dinero. Fue muy exitosa, todos la vieron.

—Yo no. —acotó Aimée molesta con la conversación trivial.

—Yo tampoco. —dijo Carlos como si estuviera excusándose.

—Yo sí. Está bien. —se sumó Schrödinger a la charla, provocando que todos se dieran vuelta a mirarlo asombrados. Hasta ahora se había mantenido parco y al margen de toda interacción. 

En ese momento, el golem apareció por una de las puertas precedido por sus sonoros pasos que hacían crujir la madera del parqué. Tras él, entró el doctor caminando ayudado de su bastón.

—¿Qué es todo esto doctor? —preguntó Aimée hastiada.

—Ya les dije —respondió mientras se acomodaba en la silla del frente custodiado por su guardaespaldas— vamos a robar una pieza de arte. Necesitamos planificar el golpe.

—¿Qué vamos a robar primero? —preguntó entusiasmado Anónimo.

—La daga de Bush Barrow.

—¿Vamos a robar el museo de Wiltshire?

—¿Para qué?

—¿No está ahí la daga?

—¿Realmente se considera a sí mismo un ladrón de arte, señor Monti? —preguntó aburrido Rosswell provocando la ira y la vergüenza por igual del mentalista. —El museo la ha exhibido en diversas ocasiones, pero la pieza está en posesión de un coleccionista privado llamado Vladimir Rasatte, y es a él, a quién vamos a robar.

Asmodeus se incomodó. Sabía que había escuchado ese nombre antes pero no recordaba dónde.

Aimée dirigió su vista a los planos y los estudió en detalle desde su pupitre. Eran los planos de una mansión.

—Vamos a entrar a su casa —concluyó.

—No, señorita, él nos va a invitar a entrar —respondió Rosswell divertido.

Héroes Inesperados - La llegada de IgnisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora