Fiat lux

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Aimée asió fuertemente la estaca que tenía en la mano. Cartablanca se apuró a recuperar sus proyectiles. Schrödinger puso la mano libre sobre su medallón. Asmodeus sacó dos esferas de vidrio de su cinturón mientras se ponía de pie. Anónimo corrió a esconderse detrás de Saúl que dio un rugido ensordecedor.

La horda no se intimidaba, avanzaba desaforada, dando manotazos y mordiscos al aire.

—Llegó la hora muchachos —dijo la capitana— Muestren de que están hechos.

El demonio arrojó las esferas al suelo que se rompieron liberando un humo verde. De entre la bruma salieron dos espectros que se lanzaron como zombies sobre los vampiros.

Aimée asestó tantos golpes como pudo, convirtiendo en polvo a los que tenía más cerca, pero la multitud los arrinconaba y le dificultaba el movimiento. Carlos luchaba con ambas manos, absorbiendo y teletransportando las extremidades de los monstruos que llegaba a su pecho, pero no daba a vasto. Schrödinger se convirtió en espectro cuando lo inmovilizaron, pero su fantasma no podía alejarse demasiado y observaba espantado desde la altura. Los espiritus de Asmodeus habían sido derrotados rápidamente, así que el demonio luchaba hombro con hombro junto a sus compañeros, dando zarpazos con sus manos convertidas en garras. Saúl sacudía sus gigantescos brazos golpeando todo lo que se interpusiera, pero las criaturas eran como hormigas abrumándolo e inmovilizándolo. Anónimo cambiaba de forma en destellos, imposibilitado de concentrarse mientras se acurrucaba debajo de las piernas del golem.

En ese momento, cuando las fuerzas comenzaban a fallar y el equipo se sentía derrotado, un murmullo entre la horda llamó la atención de todos. La pelea se detuvo, como si alguien hubiera presionado el botón de pausar. Los vampiros se voltearon y buscaron el origen de la frase "con permiso caballero" que se repetía una y otra vez.

La capitana reconoció la voz de inmediato. Era el robot de Roswell. El mayordomo.

—¿Qué hace aquí ese cacharro? —preguntó Carlos jadeando mientras estiraba el cuello por sobre sus captores intentando ver que sucedía.

El autómata siguió avanzando hasta quedar justo en medio de las criaturas y comenzó a emitir un sonido metálico. Una puertita se abrió en medio de su torso y una esfera dorada salió sujeta por un brazo de cobre.

—¿Qué es eso? —preguntó el fantasma de Schrödinger desde el cieloraso.

La esfera comenzó a girar sobre su eje hasta que empezó a brillar. En un destello su fulgor se volvió tan intenso que encegueció a los presentes. Cuando el resplandor se aplacó, los héroes se descubrieron libres y cubiertos de cenizas. No había rastros de los vampiros.

—Luz de día —dijo Roswell que avanzaba por el pasillo ayudado por su bastón. —Es una suerte que tuviera una, ¿no creen?

—Doctor, ¿qué hace aquí?  —preguntó Aimée sorprendida y molesta.

—Roswell. Tanto tiempo... —dijo el conde Rassate que emergía de detrás de su silla con media cara chamuscada.— Veo que formó un nuevo equipo. Es una lástima lo que le sucedió al anterior. —farfullaba con una media sonrisa mientras caminaba hacía atrás, buscando la puerta secreta que le daría la libertad.

—¿Dónde está la daga, Vlad?

—Vamos Roswell, nos conocemos hace mucho tiempo. ¿Realmente crees que me rendiré tan fácilmente?

El anciano giró el mango de su bastón desarmandolo. Levantó la parte superior dejando al descubierto una espada corta de plata.

—No tienes por qué morir Vlad. Si me das la daga saldrás de aquí en una pieza. Bueno, casí. —dijo sonriendo.

El conde escarbó en el interior de su saco y extrajo una cajita de madera alargada que tenía en el bolsillo interno.

—De todas maneras no servirá para nada —continuó enojado mientras arrojaba el contenedor a los pies de Roswell— No podrás evitar que Ignis venga. La última vez tuviste suerte, aunque perdiste a tu equipo. ¿Valió la pena?


Héroes Inesperados - La llegada de IgnisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora