Plan B

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El conde los observaba desde su sillón muy divertido.

—¿Así que éste es el nuevo equipo de Roswell?¿Son cada vez más patéticos, o es idea mía? —preguntó a uno de sus secuaces.

Después de perder y recuperar la conexión, Aimée les había ordenado a todos que se reunieran en el primer piso. Las habilidades psíquicas de Anónimo les habían otorgado un manto de invisibilidad sobre los guardias del salón, permitiendoles escabullirse.

—Ok, hasta acá fue la parte fácil —había dicho la capitana cuando estaban los cuatro juntos— ahora debemos hallar a Carlos y a Asmodeus, suponiendo que el demonio no se aburrió y se fue a un bar cercano.

—Eso es muy cruel —dijo Asmodeus en la mente de todos— Estoy atado justo al lado de Carlos.

Anónimo volvió a concentrarse y ocultó a sus compañeros para escudriñar el estudio de Rasatte, donde presuntamente estaba la daga, y por tanto, sus colegas capturados.

A su paso, el golem golpeó un candelabro haciéndolo tintinear, pero nada que llamara la atención de los guardias.

Todo iba bien, hasta que cruzaron las puertas del despacho: Cinco hombres armados los observaban fijamente desde los flancos de un sillón, dónde el conde estaba sentado frente a sus compañeros maniatados.

—No se esfuerce joven —dijo Rasatte dirigiéndose directamente a Anónimo— Su habilidad no tiene efecto en nosotros.

La cara de espanto se hizo palpable en el psíquico. El equipo en general se sintió confundido, pero se dieron cuenta que la pantomima había sido descubierta. Estaban a merced de sus captores y éstos tenían más información que ellos.

—Esto no pinta nada bien —murmuró Schrödinger.

—No se separen —dijo con confianza Aimée que estaba a su lado.

—Un momento, un momento —comenzó a farfullar Asmodeus que estaba maniatado con la cara hacía el suelo— ¿No serás...?¿Vlad?

—Nadie me llama así desde hace años —respondió divertido el anfitrión mientras se acomodaba en el sillón para acercarse al demonio.

—Soy Asmodeus. Asmi. ¿Te acuerdas? ¿Berlín? ¿1913?

—¡Asmi! —vociferó sorprendido y encantado— Sí, claro. ¿Cómo estás?

—Atado sobre tu alfombra....otra vez...

Ambos comenzaron a reír a carcajadas. Los demás los miraban confundidos.

—Suéltenlos —exigió y sus secuaces respondieron de inmediato.

Carlos salió corriendo a unirse a sus colegas en cuanto lo liberaron, pero el demonio se acercó al sillón como si estuviera en su casa.

—Sabía que te tenía de algún lado —continuó conversando con su compinche— Pero me dijeron "es el conde Rassate" y, francamente, no recordaba tu nombre completo.

—Con suerte recuerdas algo. Esas fiestas si que eran alocadas.

—Ni que lo digas. Aún tengo sangre seca en las botas de aquella noche.

—Que desperdició, yo ya me la tomé toda. —dijo y rieron nuevamente.

—Asmodeus —interrumpió Aimée— ¿puedes explicarnos que pasa aquí?

—Ah, sí. Perdón. Verán. Vlad y sus colegas son vampiros. Por eso no les afecta las habilidades psíquicas de Anónimo. En fin, como sea, la parte importante es que Vlad y yo fuimos colegas. Salíamos de fiesta todas las noches. Matábamos un par de víctimas. Tomábamos sangre. ¿Cómo se llamaba aquel gordito?

—Esa no es la parte importante —continuó la capitana que ya tenía una mano sobre el arma escondida en la pierna— ¿Recuerdas por qué estamos aquí?¿Podrías pedirle a tu amigo algo de colaboración?

—Ah, sí. Cierto. ¿Vlad, serías tan amable...?

—No. —interrumpió— Ya sé porqué están aquí. Vienen por la daga. Y la respuesta es no. No se las voy a dar.

—Vamos Vlad. Es un favor. De colegas. Por los viejos tiempos.

—Lo siento Asmi, pero no puedo mezclar negocios con placer. Necesito la daga. 

—Bueno, lo intenté. —se excusó el demonio mirando a sus compañeros condescendiente.

—No te preocupes por ellos —continuó el vampiro— ya están muertos.

—¿Qué?¿Como que están muertos?

—Muchachos, ¡a comer! —dijo el anfitrión sin hacer caso a Asmodeus que observaba en todas direcciones a los secuaces aproximarse a sus víctimas.

—No. Aguarda un instante...

Aimée, rápidamente, sacó su arma y con la precisión con que era conocida puso una bala en la frente de cada vampiro en menos de un segundo.

Los cinco monstruos cayeron inertes. Por un instante todos pensaron que el problema estaba resuelto, pero las criaturas se levantaron y continuaron su paso. La capitana volvió a disparar, pero el resultado era el mismo. Sus municiones no tenían efecto sobre los seres de la noche.

Cómo si se tratara de una coreografía bien ensayada, a cada paso al frente de los vampiros, el equipo daba un paso atrás. Así siguieron hasta chocar con la puerta. 

—Vamos Vlad. No puedes hacer esto —reprochaba Asmodeus junto al líder.

El conde, cansado de las quejas, se puso de pie y sujetó al demonio por el cuello levantándolo por el aire en un movimiento tan rápido que pareció un borrón.

—Basta de tonterías. Terminenlos.

Aimée guardó el arma y metió la mano en el escote. Sacó un rollo de papiro pequeño y lo arrojó a la boca del golem.

Roswell le había dicho "si todo falla y no saben que hacer, pasen al plan B". El plan B, era ese papelito escrito en hebreo antiguo que podía traducirse como "mata a todos".

Saúl reaccionó como era de esperarse. Se abalanzó en estampida contra los vampiros arrasando con cuanto monstruo tuvo a mano. Cabezas, piernas y brazos volaban por el lugar mientras el golem golpeaba y desmembraba a las criaturas. 

—Los está haciendo pedazos, pero no los mata —dijo Anónimo remarcando lo obvio, cuando uno de ellos, sin piernas, seguía avanzando su su dirección arrastrándose.

La capitana dio un saltó y rodó hacía un rincón. Sujetó una silla de madera y la rompió de una patada formando una estaca. Era una posibilidad remota, pero estaba dispuesta a dar su vida para averiguar si podía funcionar o no.

Con el pedazo de madera afilado en la mano, se lanzó sobre un torso sin cabeza y clavó la estaca en el pecho. El monstruo se retorció y todas sus partes se convirtieron en cenizas.

—¡Funciona! —exclamó Carlos que observaba el espectáculo y salió corriendo a hacerse de otra pata de la silla.

La arrancó, y presionó la madera contra su pecho. La estaca apareció en la mitad del salón disparada a toda velocidad y atravesó el pecho de uno de los monstruos que luchaba con Saúl.

Schrödinger presionó el medallón que llevaba en el pecho y su espiritú abandonó su cuerpo. El espectro flotó hacía la silla, arrancó una pata y volvió a su carne que yacía en el suelo. Cuando recuperó la vida, con la estaca en la mano se apuró a acuchillar al vampiro que tenía más cerca.

Aimée apuñaló a otro, ahora más confiada y Carlos, que arrancó la pata restante y volvió a hacer su numerito de teletransportación atravesando al último.

—Parece que ahora somos mayoría —dijo Asmodeus con voz apagada por la presión de la garra de Vlad en su traquea.

—Sin dudas los subestimé. Pero en algo te equivocas mi viejo amigo —dijo y arrojó al demonio al suelo junto a sus compañeros— Aún tengo los números a mi favor. 

Las puertas se abrieron y una horda de vampiros comenzó a inundar el salón.

—Mierda —murmuró Aimée.

Héroes Inesperados - La llegada de IgnisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora