Cuatro ramos

El primer ramo

Era una sensación extraña la de estar en una boda, aunque nada comparado con la realidad de que Virginia ya no viviría más en casa. Por supuesto, seguirían viéndose a menudo, pero no sería lo mismo. Mercedes se sentía feliz por su hermana, no obstante, una parte de ella se preguntaba quién sería la siguiente. Si fuera por la edad, le tocaría a ella, aunque María le pisaba los talones. Begoña, por si parte, acababa de cumplir quince años, lo que dejaba algo de margen a sus dos hermanas mayores para que asentaran la cabeza antes de que le llegara el turno de dar el sí quiero. Ahora bien, Mercedes era consciente de que si tuviera el valor de hacer público su secreto, su boda podría tener lugar en cuestión de meses.

La historia de Virginia fue un tanto curiosa. En su momento, se convirtió en el cotilleo del mes. Lo hizo todo de manera discreta, aunque a las hermanas no se les escapaba ni una. En cuanto comenzó a salir por las tardes, después del trabajo, de manera casi regular, Mercedes y María eran conscientes de que se veía con un chico. Quién, un misterio. Tardaron casi un trimestre en ponerle cara y aún así no eran capaces de establecer juicio alguno sobre el susodicho. 

La familia no tardó en acoger a Alejandro como a uno más; ayudó que les dejara usar su cuenta de Netflix. Poco a poco se iba ganando a las hermanas y a la madre. Lo único que echaba para atrás a don Fernando era saber que aquel muchacho tenía la intención de llevarse a una de sus hijas. Y, si por él fuera, ninguna se uniría en matrimonio a nadie. Así, el buen hombre se esforzaba en hacer felices a unas hijas que vivían enamoradas de la idea del amor. Cuando por fin aceptó que Virginia no se quedaría en casa para siempre, el padre aprovechaba cualquier ocasión para bromear con el resto de sus hijas sobre la posibilidad de disfrutar de una vida sin las ataduras que conlleva estar casada.