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Ya es de día. Lidia llega adormilada, pero alegre y hermosa, con el desayuno. Deja la bandeja en la mesa reclinable de la cama y se va sin decir nada, sonriente. Bajo la bandeja ha dejado un sobre con lo que parece una nota. ¡Esta chiquilla! Lo abro apresurada y leo. No, no es una carta de Lidia, es de Graciela.

Perdóname, mi hermanita, comienza.

No me apetece leerla ahora. Desayuno sin ánimo y llamo a Lidia para que retire la bandeja. Mi cara de pocos amigos ensombrece su expresión de inmediato y se limita a informarme de que, en un par de horas, la doctora vendrá a darme el alta. Dos hora y seré libre. ¡Cómo si eso fuera posible!

Perdóname, hermanita. Leo de nuevo. Una parte de mí desea perdonarla, pero ¿cómo después de venderme así? Supongo que estarás enfadada conmigo (¡Vaya! la chica es lista), pero voy a explicártelo todo desde el principio. Miro por la ventana. El sol se alza perezoso entre nubes desgarradas. Decido leerlo todo de seguido, duela lo que duela. La noche del accidente no iba sola en el coche, iba un hombre conmigo. Él era quien manejaba. Iba a llevarme a otro club. Estaba tomado y conducía como un loco. Yo estaba asustada. No era la primera vez que me mandaban a otro sitio, pero al que íbamos... Bueno, de las chicas que iban a él no volvía a saberse nada. No sabía qué hacer y, en un descuido, tiré del volante para salirnos de la carretera. Él intentó controlar el auto, pero no pudo. Sí: yo provoqué el accidente para poder escapar. Por eso no quería que te acercaras al coche. Él estaba vivo, inconsciente pero vivo. Cuando me hablaste de la gasolina, la idea de que ardiera no me pareció tan terrible para ese cabrón y no dije nada. Cuando quisiste entrar en el otro club, casi me muero del miedo que sentí. Estaba paralizada. El matón de la puerta era el hermano del que habíamos dejado atrás. En ese club teníamos que recoger a dos chicas más y marchar los cinco. Por suerte, no me reconoció. Luego nos fuimos de allí y yo me sentí segura después de mucho, mucho tiempo. Pensé que podría comenzar una nueva vida y, tal vez, volver pronto a mi país con tu ayuda. Sí, intenté hacerme tu amiga para que me pagaras el viaje de vuelta. Lo siento. Llevo tanto tiempo siendo una puta que ya no soy capaz de estar con alguien sin esperar algo a cambio.

Entonces, a la cafetería de la autopista llegaron esos dos matones cuando estábamos comiendo. Yo los conocí enseguida y me fui al baño a esconderme, pero me reconocieron también y me siguieron. Intenté escapar con tu coche, pero no pude. De no ser por el chico del bar...

Cuando volví al comedor, estabas inconsciente. Temí que te hubieran hecho daño. En el hospital, me hice pasar por tu hermana. Estabas tan grave que apenas me hacían caso. Eso me asustaba más. Estabas ahí medio muerta, por mi culpa. Me pedían tu historial y yo no sabía nada. Estabas en observación y no me dejaban verte. Esa noche la pasé en el coche en el aparcamiento del hospital. A la mañana siguiente encontré el historial buscando algo que ponerme y lo entregué en el hospital. ¿Por qué no me dijiste que te morías? Me habría alejado de ti, no te habría complicado así la vida. Pero en ese momento estabas en coma y no podía más que ponerte tu amada música y esperar que despertaras.

La policía vino a verme al hospital. El camarero puso una denuncia. Están acusados de intento de violación y otras cosas más. Estos días de atrás he tenido que ir a declarar, por eso no he estado ahí cuando despertaste. Pero ahora estoy aquí. Cuando supe que estabas despierta, sentí alivio y al tiempo miedo de que no quisieras volver a verme. Me han dicho que hoy te dan el alta. Te esperaré en la puerta. Si no me miras, dejaré las llaves en el coche y me marcharé.

Perdóname, hermanita, nunca quise hacerte mal.

Te quiere, Graciela.

CurvasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora