Despierto. Me duele un poco el cuello, esta almohada es algo dura para mí. Abrazada, más bien enroscada a mi vientre, está Dolorita, mi nueva sobrina de ocho años. La niña se cuela todas las noches en mi cama cuando una pesadilla le roba el sueño. Por la mañana la despierto para que salga corriendo a su cama antes de que su abuela la pille entre mis sábanas y le riña por molestar a su tía. Esta vez no nos da tiempo. Dolores entra por la puerta.
—¡Ay, esta niña, siempre igual! ¡Yo ya no sé qué hacer con ella!
—Déjala, mamá. Ya te dije que no me molesta, ¿sí?
—¡Sí que te ha cambiado estar fuera! Antes de irte, no dejabas ni que se sentaran en tu camita. ¿Recuerdas, hija?
Por supuesto que no lo recuerdo.
—¡Ha pasado tanto tiempo!
La niña despierta. Descubro el brillo de sus ojos entre la maraña de pelo que cubre su cara justo antes de que los vuelva a cerrar haciéndose la dormida.
—Sí, hija, sí. —Se marcha señalando a la niña y meneando la cabeza.
Yo me encojo de hombros y le sonrío.
Cada vez que me llama hija, creo percibir un tono de reproche en su voz, como si en el fondo de su ser supiera la verdad. Aunque eso no debe de ser del todo cierto. A veces creo que, durante aquel beso fatal, lo que en realidad sucedió fue que parte de Graciela pasó a mi cuerpo y parte de mí, la parte suicida, pasó al suyo. Por eso, tras su muerte, no pude acompañarla. Por eso al volver al apartamento en la moto, me fui a dormir a su cama de forma automática. A la mañana siguiente recibí una llamada de una agencia de viajes para confirmar dos billetes de avión. Contesté con la voz de Graciela para anular el de Claudia y retrasar el suyo (el mío) unos días hasta que todo quedara aclarado. Después salió (salí) a la comisaría con la nota de suicido de Claudia, la mía, a denunciar mi/su desaparición. En unas horas encontraron el cuerpo. Dos días más tarde, Claudia estaba enterrada. Una semana después, Graciela volvía a casa con su madre y su sobrina Dolorita.
Al abrir la puerta de su casa, Dolores se encontró de repente con quien menos esperaba. Dudó apenas un segundo, lo que tardé en abrazarla y llenarle la cara de besos. Su hija había vuelto, al menos en parte, y, durante el poco tiempo que me quede, podré hacer más llevadera la vida de mi nueva madre, aunque en el fondo yo sepa que no es mi mamá y ella intuya que no soy su niñita.
—Tía —Dolorita deja de fingir que duerme.
—Dime, mi amor.
—Hoy he soñado contigo.
—¿Sí?
—Sí.
—¿Y qué soñaste?
—Que me llevabas a la playa.
—¿Y la escuela?
—Hummmm, no iba.
—¿No?
—Es que..., no..., la maestra se había puesto mala y no había.
—¡Aaaah!

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Curvas
عاطفيةMe encantaba conducir de noche, bailando con mi soledad al arrullo del motor y mi música triste, aprovechando el tiempo que me quedaba en un último alarde de autonomía. Hasta que te encontré en aquella curva donde tuviste que estrellaste para intent...