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Recostada sobre una superficie blanda pero firme, arropada hasta el cuello con una sábana gruesa y almidonada, escucho voces entrecortadas que apenas superan el murmullo de los respiradores, pasos timoratos seguidos de otros rápidos y graves en contrapunto de los rítmicos pitidos de los monitores. No necesito abrir los ojos para saber que estoy en un hospital. Me lo dice mi olfato, que va más allá de los tubos que llevan oxígeno a mi nariz, para reconocer el olor a falsa asepsia, a alcohol que apenas consigue enmascarar el más perceptible: el olor a muerte de la planta de terminales, tan obvio como la luz y el calor del sol de una tarde de verano en el campo.

La primera vez que lo identifiqué me prometí a mí misma que no volvería a olerlo. Me temo que tampoco he podido cumplir esa promesa. Supongo que en algún momento tendré que abrir los ojos, pero ahora prefiero seguir así, simulando el sueño. No me apetece despertar y encontrarme sola, esperar a que llegue una enfermera novata que revise mis variables constantes, anote la hora de resurrección y avise a un médico, asustada, cuando me vea levantarme y marcharme. No, no me apetece montar el espectáculo. Aún.

Prefiero descansar un poco más. Parame, pararme a pensar. No, tampoco me apetece pensar en lo idiota que he sido los últimos días, las últimas noches. Lo que realmente quiero es escuchar algo de música. ¡Oh sí! ¡Lo que daría ahora por tener cerca un directo de los Zeppelin o de los Pink Floyd más psicodélicos o, tal vez, el Wish you were here! ¡Ojalá estuvieras aquí...! Soy una idiota. No, no puedo llorar. ¡Ojalá me cogieras de la mano...! Los moribundos comatosos no lloran. ¡Ojalá me besaras la frente...! No, no puedo delatarme. ¡Ojalá me dijeras...!

—Mi amor, vas a ponerte bien, ¿sí? Mi hermanita, ya verás, te despertarás y seguiremos con nuestro viaje, ¿sí? Y yo te contaré todo para que no más te asustes ¿sí?, y te hablaré de cosas alegres, y te cantaré canciones que no mientan, y te diré de mi pueblito, y te contaré los cuentos que me contaba mamá, ¿sí?

Debo de estar delirando porque oigo perfectamente a Graciela susurrarme entre sollozos. Me he obsesionado tanto con esa mujer que ahora me la imagino a mi lado llorando, sin atreverse a tocarme, comida por los remordimientos de haberme dejado tirada como una colilla. Ahora oigo pasos que se alejan, un breve cuchicheo y pasos que se acercan. Ahora me cogen la mano, me besan la frente y me ajustan algo en la oreja.

—Volveré mañana, ¿sí? Cuando apenas salga el sol.

Y, en el delirio, Robert Plant, tras una suave introducción de cuerdas y viento, me habla de una vieja amiga que aún sigue comprando su escalera al cielo justo después de oír otra vez pasos que se alejan y un breve murmullo. No puedo evitarlo y lloro con los ojos cerrados, segura de que nadie puede verme porque no hay nadie a mi lado.

Apenas habrá pasado un par de horas. Siento la luz del sol sobre mis párpados y abro los ojos. Efectivamente, un hospital. El brazo izquierdo lo tengo anclado a un gotero medio vacío; el derecho, libre. Unos delgados tubos transparentes transportan una mezcla óptima de aire directamente a la nariz. En el pecho tengo dos electrodos, y tres más en la cabeza. El monitor marca setenta y ocho pulsaciones por minuto y algunos datos más, demasiado pequeños para que pueda leerlos. He tenido suerte: me ha tocado la cama junto a la ventana. A la izquierda, una cortinilla me protege de mi compañera de cuarto, de la que se están ocupando en este momento. Probablemente esté también inconsciente; o eso, o nos ha tocado el doctor silencios. No se oye más que los susurros de las sábanas y la ropa al frotarse, y algún quejido de colchón.

Bueno, ¡que comience el espectáculo! Me saco los tubitos de la nariz y me desconecto del gotero sin quitar la aguja, tampoco es plan de montar una sangría. ¡Vaya! Me sorprende este repentino buen humor. Supongo que las drogas que me han estado administrando son de las buenas. Pero yo, a lo mío, que ahora viene lo divertido. Primero los electrodos de la cabeza, luego los del pecho...

CurvasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora