✨️𝙲𝚊𝚙𝚒́𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟷✨

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MALENA: EL INICIO

El viaje de regreso a La Boca, iba a ser agotador y aburrido.

Cuatro horas y media de viaje en el asiento de acompañante, sin dormir bien la noche anterior, con dolor de cabeza, el radio sin sincronizar una emisión y viendo ruta y nada más que ruta, es cansador.

Nico, dijo que aproveche para dormir y, por supuesto, no me negué.

No tener sueño reparador y vivir con pesadillas recurrentes, provoca estar la mayor parte del día de mal humor y, llegado el fin de semana, arreglarlo con alcohol y cannabis. En definitiva no es la solución. Salir de fiesta antes de viajar, tampoco ayuda con mi sueño, y la resaca menos.

Mamá dijo que ya era hora de volver a La Boca y sé que éste regreso es únicamente para ver si cambiando de aire y con mis amigas cerca, terminan las pesadillas y las noches sin dormir. Y obvio, a ver si con ellas junto a mí, no me meto más en problemas. Mamá es predecible, no hace falta que lo diga para que yo lo sepa.

Error de ella. Porque irme de un lado a otro evadiendo los problemas, no cambia nada, solo termino arrastrando las cosas. Puede que a ella le funcione, pero a mi evidentemente no.

Y mamá, eligió el peor momento del año para volver. O quizás el mejor, no lo puedo saber.

Acurrucada en el asiento, poco a poco, pude lograr dormir. Y aunque fueron cuatro horas durmiendo, yo siento que apenas había cerrado los ojos hace unos minutos cuando escucho el ruido del freno de mano.

La mano de Nicolás palmea a ritmo sobre mi muslo en un inútil intento de despertarme de forma cariñosa, pero no logra hacer que me levante, sino solo interrumpir mi intento de sueño placentero.

— Dale, Male, despertate... Ya llegamos.

— ¿Hm? Sí, sí. Cinco minutos más, por favor... —balbuceo todavía dormida acomodándome en el asiento un poco más cómoda.

— Daaalee —insiste punzado su dedo en mi brazo.

— No jodas Nico —quito su mano con molestia y me acurruco en mí misma.

La bocina del auto suena fuerte avisando a mamá que llegamos y con la segunda intención de despertarme. Es tan predecible.

El ruido de la bocina sigue retumbando en mi cabeza por unos segundos en los que miro a Nicolás como si lo estuviera estrangulando con la mirada, pero él se limita a encoger los hombros y mirarme con una sonrisa graciosa que, personalmente, no me da gracia en absoluto.

Me hace un gesto para que me limpie la baba de dormida y lo miro mal sacandole el dedo del medio, a la par que me limpio con el dorso de la mano la saliva que se esparció por mi cachete al dormir.

Con cansancio me saco el cinturón de seguridad para bajar del auto.

Otra vez acá. Suspiro.

Una vez en la vereda, mi paz auditiva se termina de derrumbar cuando aparece María en mi campo de visión.

— ¡Los extrañé muchísimo, al fin llegaron! —su euforia me aturde, y sus brazos me aplastan en un abrazo fuerte.

— María, me asfixias —la reto—. Solo fueron unas semanas, no diez años —me quejo con molestia, pero le regalo una sonrisa pequeña a mamá.

No soy capaz de vivir sin vosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora