Decrecientes navidades familiares.

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Al tratar de evocar recuerdos navideños mi mente salta a aquella escena, doce años atrás, de mis padres, mi hermana mayor y yo sentados en el piso, bebiendo chocolate caliente y hablando sobre el nacimiento o el árbol o la familia. Visto desde otra perspectiva esto bien podría ser un bonito recuerdo familiar. Pero desde mi perspectiva es enfermizo, me trae ese horrible sabor a bilis a la boca.

Desde ese patético recuerdo vienen muchos otros de navidades que le siguieron, unas con tres personas a la mesa, otras con apenas dos e incluso solo con una solitaria niña comiendo un plato de cereales mientras esperaba que su madre regresara con algo para cenar. Apuesto a que imaginan quien es esa niña.

Como sea, mis navidades cambiaron tanto que actualmente la Navidad me da igual. Después de todos estos años he concluido que paso mejor sola, quizá podría intentar pasarla bien con mi familia pero... ¿qué familia?

Honestamente, desde los cinco años hasta mi edad actual le he tomado asco a todo. Asco a los adornos, asco al árbol de navidad, asco a las guirnaldas asquerosas que no hacen más que estorbar mi puerta, asco al pollo, al pavo y al cerdo, asco a los hipócritas brindis navideños, asco al familiar que al final de la noche siempre cae al piso con la vista borrosa a causa del alcohol y una sonrisa en los labios, odio hacia las llamadas de falso interés y tediosos buenos deseos. Asco a la inocencia buscando nuevas pertenencias bajo el asquerosamente adornado árbol de navidad. Asco, asco, asco.

Mis últimas navidades la pasé casi sola, con la única compañía de un cigarrillo o un vaso de whisky mientras miraba repugnantes sonrisas desde mi balcón, o devolviendo pedazos de comida por la boca y la nariz. Aborrezco la felicidad plástica que se respira en la dichosa navidad, tanto que para no contagiar a los demás de mi mórbido desprecio, subo a mi habitación, me encierro y espero morir asfixiada entre mis amargas ganas de no permitirme ser feliz alguna vez.

O acaso todo ese enfermo odio es simplemente... ¿envidia? ¿celos? ¿y qué si realmente lo que quiero es ser ciega y plástica como todos?

Pero, no. Creo... Creo que simplemente estoy cansada. Cansada de tener que fingir que todos me caen bien el 25 de Diciembre. Cansada de que mi padre me ponga frente a su maldita esposa nueva y a sus malditos hijos nuevos para esa mugrosa foto de Navidad. Estoy cansada y enferma de tener que fingir que soy de piedra y aguantar los comentarios de mi familia. Estoy hasta el tope de que no me dejen en paz. Estoy cansada de sentirme tan fuera de lugar y tan despreciable todos los años. Si, supongo que simplemente ya estoy cansada.

Insomnios disueltos en delirios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora