Hoy es Sábado, el 10 de Enero del 2015. Hoy debería llevar tres años de recuperación; debería. Estimada audiencia, entenderán ustedes que si digo "debería" es porque nunca se hizo; las razones aún no me quedan claras, quizá es porque no quería... ¿O si quería? No lo sé, no lo entiendo, de hecho, para entenderlo tendría que ver primero que entiendo por "querer" y que entiendo por "no querer", bla, bla, bla. Mucha controversia, mucho pensamiento, mucha filosofía barata, ¡Y mucha pereza de por medio! ¿Qué más da?
Empecemos por partes entonces. Al momento de mi iniciación en el club de la recuperación tenía 14 años, me habían dado largas estúpidas sobre lo bonito que es sentarte a que te alimenten como a un cerdo antes de desfilar hacia la rebanadora. Sobre lo glamuroso que se ven las gelatinosas lonjas de grasa. Sobre lo excitante que que es pesar exactamente lo mismo que pesan todas. Además de basura optimista, me metieron drogas y me atribuyeron incontables charlas con Iris, la mujer más desagradablemente calculadora que jamás conocí. Comía, o más bien era forzada a comer una basura pastosa que tenía el cinismo de hacerse llamar "comida" ahora que lo pienso, ¿Cuántas calorías habrá tenido esa cosa? ¿200? ¿360? ¿700? Puaj, mejor no pensarlo. Puedo decir que comí mucha de aquella pasta pútrida unas muchas veces a lo largo de mi, y nótese el sarcasmo, milagroso tratamiento, ¡Etapa uno, superada!
Calificación del sujeto: Regular.
Empieza la cuenta regresiva, ¡Hola, etapa dos! Hablar con los de la vista gord... Digo, familiares.
No se imaginan un martirio tan grande como ver reunidos en la misma sala a un golpeador de mujeres fingiendo interés, a una hermana-enemiga-a-muerte-mayor con sendas cascadas envenenadas cayendo furiosas de sus ojos, a una madre impasible contando las grietas entre cada espacio de madera artificial en el piso; todo esto mientras un simplón médico en sus cuarentas apuntaba chorradas en su bloc de notas y soltaba chorradas mil veces más aburridas de entre sus bigotes. En el medio de esta patética escena de preocupación fingida yacía una indiferente niña de 14 años de rostro cansado y un disfraz de blanca locura.
Pero, vamos, que ya el resto no interesa. Finalmente la fase tres es donde llevo estancada tanto tiempo. Es aquella preciosa fase en la que se debe dejar de ser una puta retraída y salir a la calle en vez de quedarse escondida en casa. Muy difícil para mi. Yo no escogí esta bazofia; yo quería los huesos marcados, pero sin la odiosa terapia. Pero supongo que los limosneros no podemos ser selectivos.
Tres años... Una cifra bastante extensa para algo tan fácil como voluntariamente salir a la calle a divertirse de repente. Y es que la situación en si es bastante estúpida. Toda esta cosa confusa no hizo más que avivar mi ego y crear un enorme monstruo que se pasea por mis pensamientos a diario. He empezado a perder el sueño a causa suya. Hace mucho que no me siento bien sola por más de tres segundos, o como sin sentir culpas, o estoy sin escuchar las vocecillas en mi cabeza.
¿Saben que es lo más monstruoso de todo? Que va mucho tiempo de lo mismo... Van tres años.
