Otra noche, ebria de insomnios.

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En noches extensas como el sufrimiento mi mente se pierde entre los hipnóticos giros de banales misterios; ¿entre que calada se habrá fugado mi inocencia? ¿a cuántos grados se habrán congelado mis ánimos? ¿Cuánto habrá de perdurar mi inmortal indolencia? Preguntas sin un ápice de coherencia incluida, como la inconcebible existencia de un ser tan carente de valor pero plagada de una paupérrima calidad. Impensable, como la súbita aparición de un ángel en mi interminable infierno sin salida. Tan fuera de lugar como el moribundo aferrándose a la vida.
Trato, incansable, de encontrar lo que hace tanto perdí entre copa y copa de aquel dulce elixir de confusión, entre las humaredas de mi asfixiante ansiedad sin procesar, entre infinitas dosis de mágicas píldoras del olvido, aplastada constantemente por la desesperada obsesión de ser siempre un número menos. Pero cada vez encontrarlo, encontrarme, se vuelve una labor más difícil de sobrellevar. Agotada como estoy tras los reincidentes esfuerzos por reprimirme, de resistirme a mostrar las nauseabundas llagas en mi alma que arden como el fuego, las profundas heridas de luchas pasadas que nunca llegaron a sanar, aquellas puñaladas en carne viva, fruto de la traición de quienes alguna vez fueron mis más anheladas esperanzas de vivir una vez más. Me concentro, y me desvivo por detener la feroz gangrena que consume mis adentros cada vez más rápido como un voraz agujero negro; por disipar aquel condenado olor a muerte y putrefacción que parece estar atado como un amante a mi persona. Mis esfuerzos no afloran ningún resultado y yo estoy, he de decirlo, cada vez más convencida de que me esfuerzo en vano. Me convenzo más y más de que hago un obsceno desperdicio de mis efímeros exhalos en una causa perdida, que mis casi extintas fuerzas se invierten erróneamente arando en el mar.
Sobrevivo un interminable día a día con un asco, un repudio, una indiferencia y un constante desconforme que parecen casi burlescos ante aquel mundo que supo cerrarme sus gigantescas puertas en la cara, quizá sin saber que dejaba fuera de plano a una estupenda actriz; que representa su manojo de iracundas emociones con un patetismo que parece brutalmente metódico, como si en algún punto de este ciclo interminable de miserables sorpresas hubiese sido absorbida por una banalidad a medias, que es y no es, como si mi interés hubiera sido destrozado por las fauces de un atroz destino que siempre me pasó por alto. Pero, pensándolo bien, ¿acaso no fue así como ocurrió?

Insomnios disueltos en delirios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora