Días de soledad entre brisas.

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Los días iban y venían a un paso extremadamente lento en aquel país sureño, el placentero frío que calaba mis huesos como un taladro se hacía presente todo el tiempo.

En casa la gente se divertía ajena a su alrededor. Mientras miles de kilómetros más allá, yo coqueteaba atrevidamente con la muerte, mientras rasgaba las cuerdas de una guitarra en las madrugadas y daba largas caladas a mi cigarrillo mientras la soledad me confinaba a mi bañera. No había vuelta atrás, había decidido venir sola. Un café y unas cuantas barras de cereal sustentaban mis días encerrada a oscuras, mientras por teléfono contaba a mis allegados historias de viajes que nunca se dieron y emociones nunca sentidas, convenciéndoles de mi recuperación con un falso júbilo en la voz y lágrimas en los ojos. Ilusos.

Desde que arribé a la ciudad del viento frío, faltaban veinte días para mi retorno ¡una cantidad miserable! Como sea, apenas llegué me dirigí desde el aeropuerto a mi morada y desempaqué mis pocas pertenencias en la abandonada casa familiar. Lo más escencial era mi diario, que llevaba a todas partes. Lo segundo era mi ipod, y le seguían mi guitarra, mis chicles y mi ropa. No soy una persona especialmente interesante en lo que se refiere a pertenencias... Ni a nada en absoluto.

Los días pasaron y las hojas caían de los árboles mientras el frío reclamaba entrar en cada casa. Pasado el quinto día, me decidí a salir a la calle. Vi autos recorriendo entre gruñidos aquella heladera de cemento. Vi rostros pálidos, ensimismados e indiferentes. Iguales pero diferentes. Vi además árboles imponentes como guardianes cada dos o tres metros, mientras soltaban sus amarillos restos que caían como paracaídas al asfalto.

Todo era tan pacífico que me deprimía mucho más.

Al octavo día me hallaba tentada a arrojar aquel cargador de celulares a la bañera. No me atreví. Básicamente mi vida está plagada de ideas a las que no me atreví y que aún hoy lamento.

Pasé casi nueve días bebiendo té mirando los vacíos rincones de la sala esperando que alguien pensara en mi, que alguien irrumpiera en el silencio de la noche con una desesperada llamada solo para preguntar "¿estás bien?" naturalmente esa llamada nunca llegó. Realmente no sé que es lo que esperaba, ¿que alguien me llamara a decir que sabía que no estaba bien y demandara cuidarme? ¿cómo? Nadie nota que no estás bien cuando ríes y ríes sin motivo en público aunque el costado te duela de forzar la risa.

Me resigné a no esperar más por ese imposible llamado de un rescatista inexistente y comencé a sentarme en la misma posición, esta vez con un vaso de alcohol entre las manos mientras pensaba en aquella frase de Lisa Rowe en "Girl, interrupted" sobre los muchos botones en el mundo que ruegan ser presionados, mientras de mis labios escapaba la misma pregunta; "¿por qué nadie presiona el mío?" las noches se zambullían en la cascada interminable de mis lágrimas y el silencio se rompía ante el fuerte impacto de las maldiciones que dirigía a mi persona; a mis ojos, a mis lunares, a mis cabellos, a mi condenada existencia.

Finalmente, entre noches en vela, interminables marcas en los brazos, lágrimas que surcaban mi rostro e infinitas torturas mentales , llegó la víspera del final. El día del retorno se acercaba. Y debía estar preparada para fingir de nuevo y forzar risas sin motivo. Lancé una verdadera carcajada al frío viento para celebrar; celebrar lo ilusos que son todos, lo que realmete ha sido gracioso, la muerte y como me pisa los talones, la lluvia que cae indecisa. En fin.

Actualmente, aquí me encuentro. Hace mucho que retorné de aquella ciudad imponente como un palacio de hielo y me pregunto; si miento para no preocupar a otros con mis tonterías... ¿eso me hace mala?

Insomnios disueltos en delirios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora