Mi visión es más clara ahora.

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El día que la venda cayó finalmente de mis ojos era martes, lo recuerdo bien. Tenía una punzada en los intestinos que me ataba a una cama en la enfermería. Luego de dos horas de quejidos hartantes se me permitió llamar a alguien para que viniera por mi, ¿a quién? Mi madre estaba lejos, solo quedaba el. Y pensé que podría ser mi héroe de nuevo, como en los viejos tiempos; lo llamé ansiando que ansiara escucharme. Sin embargo, lanzó innumerables maldiciones al aire tras recibir mi llamado, de repente empecé a sentirme estúpida y culpable por haberme robado aquel escaso minuto con veintidós segundos de su apretada agenda.

Tras una espera no tan larga el rostro se me iluminó de alegría al verlo llegar a mi rescate, el último paso para mi exitosa extracción de aquella cárcel de aprendizaje era conseguir los permisos del caso, nos encaminamos a ello y no tardaron en aparecer las quejas infaltables dirigidas hacia mi persona. Tonta como solo yo puedo serlo, pensé que se pondría de mi lado. Pensé... Pensé que me defendería, que podría contar con el. Pero fue todo lo contrario, solo me recriminó en público sobre aquellas quejas infundadas de quien sabe donde de las que el ni siquiera podría dar testimonio; llegó un punto en el que finalmente exploté frente a el y frente a la perra quejica que representaba la autoridad en aquella granja de estereotipos.

Le confronté por todo, por los años de abandono, por los traumas, por todo. Antepuse un condicional a mis afiladas aseveraciones; 'Si realmente fueras un padre...' demandé explicaciones sin respuesta alguna finalmente opté por exigir saber que sabía el de mi. Preguntas sin ninguna respuesta además de simples balbuceos sin ninguna lógica.

Entonces lo entendí al fin. No es un padre, no es un príncipe azul, ni un héroe, no es mi amigo, no es mi salvación. Es simplemente un bufón alcoholizado.

Insomnios disueltos en delirios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora