.Doce.

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No quería que Finneas se fuera, porque sabía que luego tenía que enfrentarme yo sola a un montón de sentimientos que no deben de estar dentro del corazón que ahora latía dentro de mí cuando la veía a ella.

Me mordí las uñas con nerviosismo, ideando quién sabe cuántos planes para evitar a Billie, porque sí, eso es lo que haría, después de haberlo pensado y repensado, la decisión más sabia era evitarla, así, a lo mejor, los absurdos sentimientos desaparecían.

Miré el reloj con nerviosismo, como alguien que teme que el tiempo de un examen se acabe cuando no vas siquiera a la mitad. Faltaban doce minutos para las siete de la tarde.

Contárselo a Finneas y que este me hiciera ver las cosas con claridad, había servido sólo para atormentarme; porque ahora ese era exactamente mi problema, todo estaba ya claro y yo estaba enamorada de alguien de quien no debía. Tanto tiempo compartido había traído consecuencias fatales para mí.

¿Y si no le abro? Pensé. Cuando llegara podría ignorarle y no salir a abrirle, así, ella se iría y yo no tendría que atormentar a mi corazón, haciéndolo latir para luego ordenarle que se callara. Corrí a mi habitación, dispuesta a embarcarme en mi mundo e ignorar los ruidos externos, y eso incluía el llamado a la puerta que en cualquier momento se oiría.

Conecté mi reproductor de música al par de bocinitas que papá me había regalado en mi cumpleaños número diecisiete y dejé que la música sonara por toda la habitación. Mientras sonaba la primer canción de la lista, aquellos golpeteos en la puerta tan reconocibles ya, se escucharon, haciéndome latir el corazón con un palpitar que resultaba ridículo.

Traté de ignorarlos y sobre todo, ignorar el pensamiento de saber quién era la que estaba detrás de la puerta. Pero los golpecitos se aferraron a seguir llamando y era como si su sonido me incitara a correr y ver el rostro que ahora se proyectaba en mis sueños.

Arranqué de un jalón el reproductor y conecté los auriculares blancos para luego llevarme cada uno a los oídos, haciendo girar el círculo para que el volumen subiera y me atronara en los oídos indefensos. Me tumbé sobre la cama y cerré los ojos con fuerza, produciendo una que otra arruguita en el parpado. Enterré la cabeza en la almohada y luego canturrié algunas estrofas de Welcome to the jungle de Guns N' Roses, que sonaba con potencia en mis oídos, haciendo de mi voz sólo un farfullar ahogado que nada más yo entendía.

Así pasaron casi cuarenta y cinco minutos hasta que decidí que no quería quedarme sorda antes de los treinta y bajé el volumen hasta desvanecerlo completamente y luego apagarlo. Suspiré, ¿con qué cara vería ahora a Sabrina? ¿Podía acaso ser tan hipócrita como para mantenerle la misma sonrisa sincera? Ella no merecía que nadie le hiciera daño, nadie y mucho menos yo, ella ya había sufrido tanto y ahora, no podía permitirme hacerle daño.

Contemplé el techo blanco por un rato, sintiéndome la persona más pérfida como amiga. Entonces oí cómo la puerta se abrió y luego la voz de Sabrina y la de Billie mezcladas. El corazón me latió por dos cosas, de nerviosismo y ansiedad.

-¡Helena! ¿Estás?- preguntó Sabrina en un sonoro grito.

¿Y ahora qué se suponía que debía hacer? ¿Salir y portarme como si nada, siendo hipócrita con Sabrina y ordenando callar a mi corazón cuando Billie se acercara ó quedarme encerrada en mi habitación y hasta quizá ocultarme en el armario para siempre?

-¡Allí estás!- dijo Sabrina, con alivio, abriendo la puerta de mi habitación y haciéndome sentir descubierta bajo la mirada azul de Billie que se mostraba en segundo plano.

Le sonreí, totalmente nerviosa y atontada debido a que no tuve la oportunidad de salir corriendo por la ventana, aunque hubiera sido mala idea por los tres pisos que había antes del suelo, no pude mirar a Billie, o mejor dicho mantener mi mirada en ella, mientras ella me veía; pero tampoco pude hacerlo con Sabrina, porque ella quizá podría ver en mis ojos alguna aflicción. Y no estaría del todo equivocada.

Manual de lo Prohibido | Billie EilishDonde viven las historias. Descúbrelo ahora