.Quince.

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Ella tenía razón. Yo… la amaba. Dejé salir un leve gemido.

-No te preocupes, Helena -me dijo- Demuestra que eres madura, que sabes cómo sobrellevar esto, a lo mejor yo me equivoco y no es más que un amor pasajero, ya sabes, esos de verano- volvió a hacer las comillas- aunque en vez de verano sería invierno- dijo y rió por lo bajo, festejándose su pequeña broma.

-Pues, ojala te equivoques- musité.

Ella rió.

-Helena, yo no voy a decirte qué es lo que tú sientes, ¿la amas? Eso sólo puedes contestártelo tú misma- me aconsejó.

-Gracias.

La tarde se había pasado volando, y desde que había vuelto al departamento después de tomar el café con Claudia, me quedé tirada sobre el sofá mirando el techo de la sala. ¿Yo la amaba? ¿Cómo puede ser posible que ames a una persona en… un mes? Había un pasado un mes, o apenas iba a pasar, la cuenta exacta de los días no la llevaba, pero, yo no era de las personas que amaban en un abrir y cerrar de ojos.

Sin embargo debía admitir que Billie se había ganado mi confianza, cariño y ternura en menos de una semana. Ella era tan… especial. Como un diamante en bruto dentro de una mina, que aunque no le diera la luz del sol, brillaba con un resplandor abrumador.

¿Sabrina se daría cuenta de ello? ¿Se percataría acaso de lo que tiene realmente a su lado? Me dolió el corazón cuando palpitó, no debería estar pensando aquello.

Contemplé el techo por un rato más, especulando y hundiéndome en mis pensamientos, que iban de los más coherentes y razonables, hasta los más oscuros e ilógicos.

Hasta que el timbre sonó, y todas las reflexiones se vinieron abajo cuando el corazón comenzó a latirme de una manera tan descompasada al saber quién esperaba del otro lado. Y el placer de aquel latido era tan intenso que… resultaba doloroso. Entonces comprendí que la amaba. Y si no, terminaría haciéndolo tarde o temprano; pero estaba casi convencida de que lo que yo sentía iba más allá del simple querer, esto me lastimaba bastante pero… me gustaba.

Fue cuando el timbre sonó de nuevo, insistente junto a unos golpes en la puerta, cuando recordé que Billie estaba detrás de la puerta. Y enseguida me levanté para abrirle.

Pasar el tiempo con ella era como no tener conciencia de la hora, no pensar ni preocuparse de nada, sentirte segura y estar siempre riendo, aunque sabía que estaba mal. Pero cuando la miré a mi lado, en el sofá, moviendo sus rosados labios al hablar con ese entusiasmo y encanto en ella y luego reír con una melodía distinta en cada risa, mostrándome sus perlas blancas y gemelas, todas iguales de bellas; me hacía volar y tocar el cielo sin siquiera despegar los pies del suelo.

Pero entonces mi tiempo se reducía a nada cuando Sabrina llegaba y no me quedaba más que sonreír y caminaba hasta mi habitación y daba las buenas noches antes de desaparecer por la puerta y suspirar luego detrás de ella.

Me aventé sobre la cama, como siempre lo hacía, mirando el techo que ya conocía bastante bien y especulando como lo hacía en la sala. Me resultaba irónico que los demás eran quienes hacían que me diera cuenta de mis propios sentimientos, que si estaba enamorada de ella, que si estaba celosa, que si la amaba.

¿Es que yo en verdad era tan torpe y terca?

Pero más que mis problemas emocionales de los que no lograba percatarme, había otro grandísimo problema que tomar en cuenta.

Sabrina.

Yo podría herirla más de lo que me estaba hiriendo yo sola ahora, ella era tan frágil y yo me había convertido en la bruja de su cuento de hadas; al menos así me sentía.

Manual de lo Prohibido | Billie EilishDonde viven las historias. Descúbrelo ahora