Por un momento pienso que todo va a volver a la normalidad. Que la luz va a volver. Que el ascensor va a seguir bajando. Que voy a encontrar al encargado del edificio barriendo la vereda. Que al volver a desayunar con mi familia voy a ver en Internet el anuncio de la vacuna del Coronavirus. Pero nada de eso va a pasar. Yo estoy encerrado en un ascensor y algo malo está pasando en la calle. Algo que tengo que averiguar urgente para saber qué acciones tomar y cómo proteger a Lorena y Mili y Rocco. Mis ojos se acostumbran a la oscuridad y empiezo a buscar la traba de seguridad de la puerta. Abro la puerta tijera a la fuerza, pero no consigo hacerlo con la segunda. Intento con la punta del paraguas haciendo palanca y consigo saltar el seguro. Ambas puertas están abiertas, pero no me decido. Resulta que el ascensor está a mitad de recorrido entre el piso seis y el piso cinco. Si tardo en treparme y recomponen la luz podría quedar cortado al medio. No tengo miedo a morir ni a quedar herido. Son miedos que dejé muy, pero muy atrás, casi al principio de mis trabajos como custodio. Mi miedo es únicamente no estar presente para ayudar a mi familia. Flexiono el cuerpo, aflojo los músculos y hago un ensayo del movimiento necesario para salir. Una vez pensado y ensayado caco el paraguas, me cuelgo y paso en un movimiento ágil y coordinado.
Al salir del palier, la oscuridad es total. Las luces de emergencia no funcionan porque la administración decidió no invertir en las baterías recargables. Tanteando las paredes logro ubicar el pasamanos y empiezo a bajar. Primero con cuidado y cada vez más confiado cuando logro adivinar la altura exacta de los escalones y los giros. De acuerdo a mis cálculos ya debería ir por el segundo piso y entonces me parece que un vecino viene subiendo. Escucho movimientos. Quizás algún vecino anciano con una bolsa de supermercado.
- Buen día, vecino o vecina. No se asuste que estoy bajando en la oscuridad.
Termino de decir esto y al dar la vuelta me doy de frente con alguien. En lugar de disculparse y correrse, emite un gruñido y trata de aferrarse. Tiene fuerza, pero es una fuerza idiota, mal empleada. Parece que me quiere acercar la cabeza al cuello. Todo sucede en un instante: el embiste, la sorpresa y mi proceso mental para dejar de considerar a esa figura oscura como un vecino. Doblo las rodillas, giro el torso y golpeo con el puño y el codo. Volviendo del impulso tomado lo ahorco con el paraguas y ahí noto el olor rancio, agrio y un líquido , baba, fluidos que se derraman en mi mano.
Me cuesta respirar a causa de la máscara, pero contengo el aire, lo empujo y le clavo el paraguas en el torso. Una y varias veces. Escucho gorgoteos y graznidos que se agotan lentamente. Entonces siento el frío. Un frío gélido que sube y me envuelve en el descanso de la escalera.
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Diario del Coronavirus :: anarquía en Buenos Aires ::_ Covid-19
HorrorMarzo de 2020. Después de una noche interrumpida por pesadillas y malos recuerdos, Sebastián, un ex custodio de la comunidad, se asoma al balcón para ver el comienzo del fin. Bajo una lluvia copiosa, una persona cubierta en una bolsa de consorcio av...