Capítulo 1

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Ya hacía algunas semanas que tenía pesadillas. No eran pesadillas comunes, donde un hombre irrumpe en el domicilio con un cuchillo dispuesto a asesinarte, sino situaciones conocidas con pequeños desplazamientos. Por ejemplo despertar en mi departamento, pero sin mi mujer ni mis hijos y ver que todos los ambientes estaban vacíos, sin muebles, sin señales de vida. Y después, por una cantidad de horas, durante el desayuno, durante el viaje al trabajo, me acompañaba una sensación de desamparo, de extrañeza muy particular que se iba disipando a lo largo del día. No lo hablé con nadie. Después de todo, qué podía contar. ¿Que tuve una pesadilla, pero no exactamente y que todo se veía raro después...? No había nada para contar. Hasta mediados de Marzo. 

Sábado 14 de Marzo de 2020: Lorena duerme, los chicos también. Yo me despierto por un sueño extraño donde tengo que ir a un lugar y llego tarde y una voz al oído me dice "Despertate, Sebastián... despertate" Salgo de la cama y voy al comedor todavía envuelto en el clima del sueño. Miro en el celular que Twitter está monopolizado por las noticias del Coronavirus. La cantidad de muertos, la cantidad de contagiados por país, las recomendaciones de mascarillas, Italia desierto, China arrastrando presuntos enfermos por la calle y así todos y cada uno de los tweets. Me hace mal ese baldazo de realidad tan temprano. Dejo el teléfono y por la ventana veo el cielo cargado de sombras grises, casi negras. Entonces tiembla el piso, un ruido sordo llega de muy lejos y cortinas de agua golpean el ventanal con furia. Me apuro en sacar la ropa que estaba secándose y llego a sacar casi todo menos mi vieja remera de Krav Magá. Vuelvo al balcón y la tengo en mis manos, ya bastante mojada cuando algo, no sé bien qué, me hace asomarme. 

Al medio de la plaza hay una señora. Está cubierta por una bolsa negra de consorcio, de pies a cabeza. La temperatura de su cuerpo debe ser muy alta porque hay una nube de vapor alrededor. Tiene los brazos extendidos y parece caminar sin rumbo específico. Entonces  gira noventa grados y acelera el paso. Sigo su trayectoria imaginaria y veo a Roberto, el encargado del edificio, que está maniobrando con un paraguas y tirando la basura en el contenedor. Pienso que algo muy malo está por suceder  y entro al comedor y cierro el ventanal. Los sonidos se asordinan y la temperatura cálida del ambiente, junto a la visión de mis libros, de los juguetes de mis hijos y la foto de mi casamiento, me hace cambiar de parecer. No pasa nada. Solo está lloviendo. Llueve y las redes sociales se pusieron monotemáticas. Es eso nada más. En minutos me voy a preparar un mate y unas tostadas con queso blanco y el clima feo del sueño se va a aflojar. Doy los primeros pasos hacia la cocina y entonces escucho el grito.

Diario del Coronavirus :: anarquía en Buenos Aires ::_ Covid-19Donde viven las historias. Descúbrelo ahora