Érase una vez un valle que separaba dos pueblos entre sí.
Era profundo y estaba cubierto de malas hierbas muy venenosas.
Los animales salvajes vagaban por allí, animales de los cuales la gente de los pueblos ni siquiera conocía los nombres; tenebrosos caminos conducían a través del valle de un lado a otro, solo para enviar a sus seguidores directamente a una muerte segura.
Valientes exploradores y comerciantes dejaron sus casas en busca de una forma segura de ir de un pueblo al otro. Pero incluso cuando encontraron una solución, los peligros a los que había que someterse eran tan grandes que solo los más valientes se animaban a ir tras estos nuevos caminos.
Y así un puente se construyó para conectar los pueblos, por lo que incluso el menos valiente podía cruzar al otro lado.
Se celebraron festivales en el puente y todos estaban felices. Hasta que este se fue dañando por los estragos del tiempo y nadie pudo cruzarlo con seguridad.
Nadie podía ir al otro lado ahora. Ya no quedaba nadie que conociera el camino a través del valle. No había más conexión entre los pueblos.
Y así empezaron los rumores.
Y así empezó la envidia.
Y así vino el odio.Hasta que un día una niña tomó el reto de descender hacia el valle para encontrar el camino hacia el otro lado.
El camino hacia abajo, en sí, ya era difícil. Rocas sueltas por todo el camino pretendían ser una buena base para pararse, pero eran solo un vil engaño de la naturaleza. Más de una vez tuvo que aferrarse a ramas, musgos o lianas para no caer y morir. Pero ella no se rindió.
Ni siquiera cuando su pie resbaló en el barro húmedo y ella cayó sin control, golpeada y sucia.
Ni siquiera cuando pasó el dosel húmedo de hojas verdes y la profundidad del bosque tomó el control sobre el paisaje, quitándole así la vista a la aldea y el puente.
Ni siquiera cuando oyó ruidos que sonaban peligrosos, sonidos que no podía ver ni reconocer.
Pero la niña era valiente. Y curiosa. No creía en las historias que se contaban sobre el otro pueblo.
Había oído hablar del camino que había existido una vez y estaba tratando de encontrarlo. De acuerdo con las viejas historias, este comenzaba lejos de todo, en el fondo del acantilado. De pronto se detuvo, exhausta. Un profundo abismo se había abierto por debajo de ella. No había cazos, no había grietas u otras aperturas en la roca para sostenerse. Sólo una superficie lisa y mucha vegetación y piedras en el fondo. Verde, gris y marrón. No había otra manera. Ella tenía que saltar. A pocos metros, las plantas podrían amortiguar la caída, pensó, esperaba. Saltó. Se dejó caer hasta el suelo y con un golpe aterrizó en la parte inferior.
Las plantas, en lugar de debilitar el impacto, le cortaron la piel y la quemaron en otros lugares. Gateaba entre las plantas, tratando de ignorar el dolor. Finalmente se levantó. Magullada, cortada, quemada. Pero viva y sin huesos rotos. Quitó algunas hojas de su cabello, e inspeccionando cuidadosamente los cortes y contusiones, decidió continuar... debía hacerlo. Ahora necesitaba ayuda y para ello, llegar al otro lado. A pesar de la tenue luz, sus ojos atentos encontraron de inmediato lo que estaba buscando. Estaba justo delante de él.
Un cartel cubierto de musgo, viejo y pequeño, indicaba la dirección correcta.
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El puente, el valle y el camino
Adventure"Un puente" - ya a la venta con increíbles ilustraciones del gran David Ayala. https://www.instagram.com/juliawobken/ Dos pueblos, separados por un valle y un puente destruido. Y una niña, valiente y curiosa, superando todos los desafíos para trata...