Érase una vez dos pueblos. Iguales en sus pensamientos, iguales en sus formas de ser, iguales en sus formas de vivir... iguales.
A pesar de estar separados por un valle profundo porque el puente que los unía se rompió y el camino que los unía por el valle se había olvidado, seguían iguales.
La separación evitó la comunicación entre los pueblos. Pasaron generaciones hasta que ya no había ninguna persona que se acordara ni del camino ni de la razón real por la que se había roto el puente.
Ambos pueblos le echaron la culpa al otro. Ambos pueblos empezaron a hablar mal del otro.
Y así empezaron los rumores.
Y la envidia surgió.
Y por eso vino el odio.De igual manera, ambos pueblos extrañaban los tiempos de unión. Todavía estaba ahí la semilla de paz y amistad que se necesitaba para volver a hacer crecer al gran árbol de unificación.
Y un día, en un pueblo nació una niña y en el otro un niño. Ambos eran curiosos. Ambos eran valientes. Y ninguno de los dos se creyó los rumores. La llama del odio no se encendió en ellos, en cambio, la curiosidad sí. Ignorando las advertencias de los adultos emprendieron el peligroso viaje para cruzar el valle. Y ambos se encontraron en el camino. Decidieron seguir el intercambio, cada uno con un mensaje del otro, un mensaje de la paz.
El niño había subido por un árbol y de ahí saltó hacia la pendiente que lo llevaba hacia arriba. Siguió subiendo sin pausa, a pesar de que era mucho más difícil que bajar por la escalera de su lado del pueblo.
El camino hacia arriba, en sí, ya era difícil. Rocas sueltas por todo el camino pretendían ser una buena base para pararse, pero eran solo un vil engaño de la naturaleza. Más de una vez tuvo que aferrarse a ramas, musgos o lianas para no caer y morir. Pero el niño no se rindió.
Ni siquiera cuando su pie resbaló en el barro húmedo y se cayó de vuelta para abajo, sin control, golpeado y sucio.
Ni siquiera cuando pasó el dosel húmedo de hojas verdes y la luz fuerte del sol lo iluminó, abriéndole la vista a la aldea y el puente.
Siguió hasta el borde. Llegó al pueblo de la niña, cansado, sucio, sudado. Pero feliz. Y con hambre. Se tiró al piso y respiró fuerte. Se dio cuenta de que había cerrado sus ojos y los abrió, solo para descubrir que docenas de ojos le devolvieron la mirada. Algunos con odio. Algunos con miedo. Pero la mayoría, con sorpresa.
Sin decir nada y sin dejarles tiempo a concluir que él venía del otro pueblo, buscó la nota entre su ropa y la entregó junto al pañuelo de la niña a la persona que parecía estar a cargo. Contó lo que le había pasado.
Las miradas de odio y miedo se volvieron miradas de sorpresa.
Las miradas de sorpresa se volvieron miradas de entendimiento.
Las miradas de entendimiento se volvieron miradas de felicidad.La persona en cargo le ayudó al niño a levantarse y lo llevó hacía donde se veía el fundamento de lo que había sido el puente fuerte y majestuoso. Señaló hacia el otro lado del valle dónde se encontraba el pueblo del niño. De ahí, apenas se podían ver los contornos de los techos de las casas. En el centro de los contornos, donde, según recordaba el niño, se encontraba la plaza principal, una gran columna de humo negro se elevó.
El niño se rió y saltó de felicidad. La niña había llegado y podido convencer a la gente de su pueblo de enviar el mensaje. Explicó que ellos también tenían que contestar de la misma manera.
En la otra punta del pueblo la niña estaba nerviosa. Había pasado más de un día desde que había llegado. La carta y el gorro habían ayudado para convencer a los habitantes que venía en paz, pero si el niño no contestaba el mensaje pronto, iban a pensar que la gente de su pueblo no lo había recibido con amistad. Y si así fuera, verían cumplidos los rumores de que allá se comían a los niños. Todo el día fijó su mirada en la otra punta del valle donde pudo reconocer los contornos de las casas de su pueblo.
En su espalda la gente del pueblo seguía agregando leña al fuego, pero cada vez más personas se quedaron paradas, siguiendo la mirada de la niña.
El corazón se le alivió tanto a la niña que pensó que podía flotar y cruzar el valle volando cuando descubrió un hilito de humo, creciendo cada vez más fuerte. El niño había llegado a su pueblo y la gente lo había recibido con amistad.
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El puente, el valle y el camino
Adventure"Un puente" - ya a la venta con increíbles ilustraciones del gran David Ayala. https://www.instagram.com/juliawobken/ Dos pueblos, separados por un valle y un puente destruido. Y una niña, valiente y curiosa, superando todos los desafíos para trata...